Todo empezó con un baile. Louise Fuller

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Todo empezó con un baile - Louise Fuller Bianca

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Sin embargo, lo que realmente nos gustaría sería que nos hicieras una película.

      –Algo personal –añadió Alicia rápidamente–. Ya sabes, como las que hacías en el colegio, con nosotras hablando y comportándonos como nosotras mismas. Tienes un don, Mimi. Sabes capturar el momento y conservarlo para siempre. Pensé que podrías hacer eso por nosotros.

      Mimi parpadeó. Las manos le temblaban y sentía un nudo en la garganta.

      –¿Confiaríais en mí para que hiciera algo así?

      Los dos asintieron sin vacilar. Alicia la miró a los ojos y sonrió.

      –Te he confiado mi vida… ¿O acaso ya se te ha olvidado lo de jugar lacrosse contra St. Margaret’s?

      Mimi sonrió.

      –Lo tengo grabado en el recuerdo.

      Miró a su amiga y deseó poder decir que sí. Adoraba a su amiga y ¿qué mejor manera tenía de demostrárselo que convirtiéndola en la estrella de su propia película? Sin embargo, conocía a Alicia demasiado bien y, sin duda, aquella era su manera de demostrarle su apoyo. No tenía por qué hacerlo, al menos no públicamente y mucho menos el día de su boda. A Mimi le bastaba saber que ella siempre había sido una aliada sincera y leal.

      –Ay, Lissy… yo solo soy una aficionada. Y es tu gran día…

      –¿No es eso exactamente lo que te dije que diría? –le preguntó Alicia a Philip sacudiendo la cabeza–. Ojalá pudiera hacerte creer en ti misma como yo creo en ti.

      Mimi hizo un gesto de desaprobación con los ojos.

      –Tú eres una buena amiga y es una idea preciosa, pero no creo que seas objetiva.

      –Sabía que también dirías eso –repuso Alicia con una sonrisa–. Y tienes razón. No soy objetiva, pero eso no importa porque no ha sido idea mía. Ni de Philip –añadió al ver que Mimi miraba a su prometido–. Ha sido idea de Basa.

      Mimi se quedó completamente inmóvil. El corazón le latía con tanta fuerza que le sorprendió que nadie más pudiera escucharlo.

      –No te creo –consiguió decir por fin.

      Los Caine no vivían en un castillo, pero, después de que su padrastro y su tío hubieran sido arrestados, la familia parecía haber retirado el puente levadizo, por decirlo metafóricamente. De la noche a la mañana, sencillamente habían dejado de invitarla a su mundo. No había habido drama alguno al respecto. Estaban demasiado bien educados como para causar una escena, pero ella había deducido por lo que Alicia no había dicho que Robert y Bautista pensaban que ella no era buena para la familia y no había habido razón alguna para pensar que hubieran cambiado de opinión.

      Sintió que la respiración se le entrecortaba. Lo único que tenía eran aquellas pocas horas en la fiesta, cuando, erróneamente, había creído que Bautista sentía por ella lo que ella sentía por él.

      –Y por eso le he pedido que se reúna con nosotros para que te lo pueda decir él mismo.

      En el momento en el que terminó la frase, Alicia levantó la mano y saludó emocionadamente a alguien que, aparentemente, la estaba observando desde el otro lado del restaurante.

      Mimi miró en la dirección en la que estaba saludando su amiga e, inmediatamente, sintió cómo el vello se le ponía de punta. Al otro lado de la sala, con un mechón de cabello oscuro cayéndole por el rostro, un traje oscuro que se ceñía a un cuerpo tonificado y muy atlético, estaba Bautista Caine.

      El corazón de Mimi pareció detenerse.

      Al ver que él avanzaba, se sintió desfallecer. Al andar, lo hacía con un contoneo natural, que parecían afirmar una seguridad en sí mismo y un descaro que ella no había poseído jamás. Bueno, tal vez brevemente cuando estaba detrás de la cámara. Incluso en un lugar como aquel, repleto de personas seguras en sí mismas y muy atractivas, él era con mucho el más guapo de todos con su cabello y ojos oscuros, casi negros y unos rasgos que mezclaban perfectamente su ascendencia inglesa y argentina.

      Además de su presencia física, el impacto que había producido en el restaurante se debía también a lo que los directores se referían como «presencia», una cualidad mítica, elusiva e intangible que atraída sin remedio las miradas de todos los que le rodearan.

      A Mimi le pareció que tardaba una eternidad en llegar a la mesa. Algunos de los comensales lo conocían y querían saludarlo. Mimi sintió que el pulso se le detenía cuando una famosa actriz de Hollywood se puso de pie y le besó en ambas mejillas a pesar de que Bautista no parecía estar muy impresionado.

      Por supuesto que no. Aquel era su mundo. Más importante aún, no era el de Mimi. Por muchos almuerzos que compartiera con esa clase de personas, nada iba a cambiar ese hecho.

      Dos años atrás, emocionada por la increíble sensación de que el objeto de sus deseos adolescentes se hubiera fijado por fin en ella, se había permitido creer que sus mundos podrían unirse sin ningún daño colateral.

      Ya sabía que no era así. El cambio de actitud de Bautista había sido humillante y devastador. Por supuesto, su corazón no había sido el órgano más implicado en aquel particular encuentro.

      Eso había provocado que la humillación para Mimi fuera completa. Aunque en lo más profundo de su ser podría haber estado esperando una declaración de amor, lo que ella le había ofrecido era sexo. Algo simple, sin ataduras, algo de lo que poder alejarse sin mirar atrás.

      Y él la había rechazado.

      Mimi había acudido por voluntad propia a su dormitorio, ansiosa, esperanzada, casi convencida de que podría conseguirlo. Sin embargo, lo único que había conseguido era demostrarse a sí misma que, como siempre, estaba aspirando a algo fuera de sus posibilidades.

      –Basa.

      –Philip.

      Mimi observó en silencio cómo los dos hombres se abrazaban.

      –No, no te levantes, Lissy –le dijo Basa a su hermana mientras la besaba en ambas mejillas.

      Entonces, Mimi sintió que el cuerpo se le tensaba cuando él, por fin, se volvió hacia ella.

      Mimi lo miró en silencio. No era justo.

      No era justo que él fuera tan guapo. Quería odiarle. Necesitaba odiarle, pero no podía tratarle como el ser despreciable que era cuando el envoltorio era tan hermoso.

      Sin embargo, ella no era una muchacha enamorada viviendo en un mundo de fantasía. Ya no había excusa para sentirse tan nerviosa por un hombre que la había tratado tan mal.

      –Vaya, si es la pequeña Mimi Miller –dijo suavemente–. En carne y hueso.

      Ella sintió que el pulso se le licuaba entre las piernas. La voz de Bautista era la guinda del pastel. Su voz era cálida y profunda, como sonaría el chocolate si este pudiera hablar.

      Basa se inclinó sobre ella. Mimi pudo aspirar el delicado aroma de su colonia cuando los labios de él le besaron las dos mejillas. La respiración pareció cortársele cuando él se sentó a su lado, estirando las largas piernas en su dirección

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