Tiempo para el amor. Anne Weale

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Tiempo para el amor - Anne Weale Bianca

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un palacio.

      Se dirigieron al bar del brazo y se sentaron en una mesa que daba a la piscina iluminada.

      –¿Qué quieres tomar? –le preguntó él pasándole la carta de bebidas.

      –Un Campari con soda –le pidió ella al camarero.

      Neal prefirió una cerveza.

      –¿Qué has hecho en este tu primer día aquí?

      –Por la mañana hicimos un recorrido por la ciudad con nuestra guía, y esta tarde la hemos tenido libre. Creo que la mayoría del grupo se ha echado la siesta. La edad media debe de ser sesenta… tal vez sesenta y cinco años.

      –¿Y están en buena forma para su edad?

      Ella agitó la cabeza.

      –Me sorprende que hayan elegido esta clase de vacaciones. Son clientes de pago, yo soy la única que ha venido gratis. Cuando Sandy anunció anoche durante la cena que este viaje lo he ganado como premio de un concurso me miraron con cara rara, sobre todo teniendo en cuenta que el premio era ofrecido por una famosa revista de la prensa amarilla, especializada en escándalos.

      –¿Cómo fue eso? –le preguntó Neal levantando una ceja.

      –Alguien a quien le gustan esas cosas y que pensó que el premio me podría gustar, rellenó el formulario en mi nombre. El ganador del concurso podía elegir entre tres tipos de vacaciones. Podría haberme ido a bucear a las Islas Caimán o a esquiar a Aspen, en Colorado.

      –¿Y ahora te gustaría haber elegido algo de eso?

      –Yo no esquío y no soy muy buena en el agua. Quería hacer este viaje. Puede que el grupo sea más divertido según los vaya conociendo mejor.

      –Yo no me apostaría nada –dijo Neal–. Siempre me he fiado mucho de mis primeras impresiones. Sandy, ¿es hombre o mujer?

      –Una mujer hombruna.

      Él frunció el ceño.

      –¿Te ha puesto en su tienda?

      –No. Voy a compartir habitación y tienda con una tal Beatrice, quien parece sospechar que soy una feminista radical y que ronca como un tren de mercancías. Aunque no creo que eso me despierte después de una buena y larga marcha, pero sí que lo hizo anoche.

      –¿Pero no se va a propasar contigo?

      –¡Definitivamente no! Ni creo que tampoco lo haga Sandy. Me acusaría de insubordinación si lo hiciera –dijo Sarah sonriendo.

      Entonces una voz de mujer dijo:

      –¡Neal! No sabía que estuvieras por aquí.

      Él se puso en pie.

      –Hola, Julia. ¿Cómo estás?

      –Bien, ¿y tú? –dijo ella ofreciéndole la mejilla.

      Era casi tan alta como él, delgada como una modelo, y con un cabello pelirrojo que enmarcaba su rostro anguloso. Sus brillantes ojos verdes eran lo único realmente hermoso de su rostro, pero emanaba personalidad por todas partes.

      –Hola –dijo Julia ofreciéndole la mano a ella.

      Una mano inesperadamente fuerte.

      –¿Quieres sentarte con nosotros? –le preguntó Neal.

      –Gracias, pero no puedo. Acabo de volver de Lukla y sigo trabajando. Esta noche es la fiesta del final de la marcha. Mi grupo bajará dentro de un momento. Ya veo a alguno. ¿Hasta cuándo estarás por aquí?

      –Hasta el principio del Maratón del Everest.

      –Ah, perfecto. Nos podremos ver más tarde. Hasta luego.

      Su sonrisa incluyó a Sarah.

      Cuando se alejó, Sarah vio que llevaba unos vaqueros y botas, pero encima llevaba un jersey de mohair que destacaba una figura tan sorprendente como su apretón de mano.

      Esas curvas voluptuosas que tenía por encima de la cintura no pegaban con las fuertes y largas piernas.

      –Julia es monitora de actividades de aire libre y guía de trekking –le dijo Neal–. Una chica muy dura. Nos conocimos en un curso hará unos cinco o seis años.

      –¿Qué clase de curso?

      –Uno de conducción todo terreno. Ella era la única mujer y la mejor conductora con mucho. Eso no les gustó a algunos de los chicos.

      –¿Y a ti?

      –Yo tengo manías, como todo el mundo, pero ésta no es una de ellas. Si una mujer conduce mejor que yo, no le hace daño a mi ego. Cuando mis padres viajan juntos, siempre es mi madre la que conduce. A ella le gusta y a mi padre no. Las líneas tradicionales de demarcación siempre han sido muy flexibles en mi familia.

      Sarah le preguntó si ese curso fue para preparar alguna expedición.

      –En el caso de Julia, sí. No en el mío. Sólo me pareció algo que me podría resultar útil en algún momento.

      Una hora más tarde, cuando dejaron el bar, pasaron junto a Julia y su grupo. Parecía mucho más divertido que el suyo. A pesar de que estaba hablando cuando pasaron cerca, Julia pareció notar la presencia de Neal y, sin dejar de hablar, se volvió y se despidió con la mano.

      Ese gesto dejó a Sarah pensando que, aunque ya no fuera así, la relación entre ellos dos había sido cercana, muy cercana.

      –¿Vamos andando al restaurante? No está lejos si tomamos algunos atajos –dijo él.

      Parecía conocer la ciudad como la palma de la mano y pronto llegaron al restaurante, que estaba en una de las calles más llenas de gente. La entrada era muy discreta. El interior estaba inmaculadamente limpio, con las mesas decoradas con flores frescas y los camareros iban vestidos informalmente con polos y largos delantales blancos.

      Les dio la bienvenida el propietario, un nepalés que hablaba un inglés perfecto y que los acompañó a su mesa.

      El restaurante era pequeño, pero con estilo y la gente, aunque extranjeros, no parecían ser turistas, sino residentes en la ciudad.

      El menú estaba escrito en una pizarra. Sarah pidió unas verduras y Neal cerdo a la española.

      –¿Desde hace cuánto que eres vegetariana? –le preguntó él.

      –No lo soy. Sólo me apetecían las verduras.

      –También las tomaste en el avión.

      –Eres muy observador para darte cuenta de eso. Pero supongo que eso es importante para un periodista. Pedí las verduras porque alguien me dijo que, habitualmente, son más interesantes que la comida habitual que dan en los aviones.

      –Alguna gente cree que la comida kosher es la mejor –dijo él–. Un colega mío hizo un reportaje acerca de la preparación de las comidas en Heathrow.

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