Sueños secretos. Lilian Darcy

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Sueños secretos - Lilian Darcy Julia

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queremos una familia numerosa… y tantas veces perdimos las esperanzas de tenerla. Y sabes perfectamente que nada de lo que estamos haciendo es problema para mí. Decidas lo que decidas con respecto al futuro, si quieres…

      —Tranquila, Karen —respondió Allie con dificultad—, ya lo sé. Me lo has prometido desde el principio. Supongo que todavía no lo tengo demasiado claro.

      —Lo único que pasa es que estoy un poco baja de energía en este momento. John está de viaje hasta el miércoles. Tendría que haber ido con él, tomarme un descanso, pero la oportunidad de hacer esta portada era demasiado buena para rechazarla. Ya han vendido los derechos para hacer la película. Nancy Sherlock es palabras mayores en este momento.

      —Y tiene un temperamento que va acorde con ello, evidentemente.

      —Con un tem… —comenzó Karen a decir, pero se tuvo que tapar la boca, presa de las náuseas.

      —Salgamos del coche, así caminas un poco y tomas el aire.

      —No puedo abrir la puerta.

      —Quédate sentada. Mejor que no intentes pasar por encima de la palanca de cambios en las condiciones que estás —dijo Allie, protectora y severa a la vez, calándose un sombrero azul y guantes de lana y saltando del coche para dar la vuelta hacia el lado del conductor—. Intentaré quitar la nieve lo más rápido posible.

      Karen cruzó los brazos sobre el volante y hundió la cabeza en ellos, respirando lenta y profundamente.

      Sin preocuparse porque sus guantes se empaparon enseguida, Allie comenzó a retirar la nieve que bloqueaba la puerta. Resultaba más lento de lo que pensaba.

      —¿No te vendría bien una pala? —preguntó una voz masculina.

      Allie levantó la mirada, sobresaltada, y se encontró frente a una pala de nieve color naranja. Se sentó sobre los talones, acalorada y sin aliento, y elevó la vista. Un mango. Un guante de piel. La manga de un grueso abrigo negro que acababa en un impresionante hombro. Finalmente, el rostro de un hombre bajo un gorro de lana. Tenía los ojos más azules que había visto en su vida.

      Karen seguía con la cabeza escondida en los hombros, pero había oído la voz.

      —¿Connor? —preguntó.

      —Sí. Hola —dijo él, apoyándose en el marco de la puerta de la furgoneta. Examinó a Karen a través de la ventanilla entreabierta—. ¿A que no pensabas aparcar tan cerca del lago?

      —Es verdad.

      —¿Te encuentras descompuesta? Lógico. Salvarse por los pelos de caer en el lago…

      —Connor, esta es Allie. Allie, este es Connor Callahan. Perdón por… la informalidad —dijo, callándose para volver a respirar lentamente.

      —Mucho gusto, Allie —dijo Connor, estrechándole la mano y haciendo una mueca cuando el guante de lana de Allie chorreó agua helada.

      —Me temo que no es muy impermeable que digamos —rio ella.

      Tras una mirada por respuesta, él comenzó a palear la nieve, moviéndose con una eficiencia que no parecía costarle ningún esfuerzo. Cantaba entredientes una especie de canción marinera. Era muy agradable y a Allie le dieron deseos de unirse a él.

      Se quitó los guantes empapados y los dejó sobre la furgoneta, metiéndose las manos bajo las axilas para calentárselas.

      Connor se enderezó del trabajo un instante y la miró pensativo.

      Era menuda, más pequeña que su hermana, y más morena también. El cabello de un castaño casi negro se le escapaba por debajo del sombrero y le llegaba a los hombros. No podía verle la cara demasiado bien. Tenía el sombrero tan encasquetado que solo le dejaba al descubierto la suave boca, no demasiado amplia pero de deliciosa forma y las mejillas, altas y bien definidas, rosadas por el frío.

      Nunca le había llevado demasiado tiempo formarse una opinión de una mujer. Y con esta, esas impresiones eran buenas. Tenía la sensación de que el favor que su bonita vecina le había pedido resultaría interesante.

      Allie saltaba, tratando de calentarse los pies. Ojalá que con esas botas de ciudad que llevaba no los tuviese igual de mojados que las manos.

      —Tu hermana no me ha contado demasiado de ti —le dijo con una sonrisa—, pero me da la impresión de que no te gusta mucho el campo.

      —Me gusta más sentarme frente a la chimenea con un buen libro, música y una taza de chocolate. ¿Crees que eso será un problema este fin de semana?

      Allie hizo la pregunta un poco nerviosa. Tenía los pies mojados y las manos heladas. No le apetecería nada que la cabaña a la cual se dirigían no tuviese electricidad y contase por calefacción con solo una humeante estufa en la cocina.

      —¿Lo que quieres saber es si en casa de mi hermano hay un buen fuego? —preguntó Connor—. Puedo arreglarlo, no te preocupes.

      Tenía la mandíbula tan cuadrada como la pala de nieve, el cuerpo de atleta y la voz cálida y profunda. Allie supuso que era capaz de arreglar lo que quisiese de la forma más agradable posible.

      —De acuerdo, Karen, ya está liberada la puerta —dijo, después de unos cuantos minutos—. ¿Porqué no te bajas así muevo el coche a un sitio un poco más seguro?

      —Gracias —dijo Karen, enderezándose finalmente. Se bajó del coche y el aire helado hizo que recobrase un poco el color.

      —¿Te encuentras mejor? —le preguntó Allie a su hermana mientras Connor maniobraba la furgoneta para aparcarla junto a su Range Rover.

      —Ahora sí —asintió Karen.

      —¿Sabe lo del bebé?

      —Todavía no. Solo se lo hemos dicho a la familia por ahora. Tú eres la primera después de los padres de John y mamá y papá.

      —No lo mencionaré este fin de semana entonces.

      —Si sigo sintiéndome mal a cada rato tendré que decírselo. Supongo que estoy nerviosa por lo de la portada del libro, lo cual no ayuda demasiado. Nancy Sherlock ha rechazado el trabajo de otros dos artistas y me habrán llamado de pura desesperación. Nunca he hecho algo para un autor tan importante como ella. Parece ser que quiere algo muy natural y le encantaron las portadas que hice para La cosecha, la trilogía de Gloria Blackmore

      —¿Ves? —la tranquilizó Allie—. Le encanta tu trabajo.

      —Tiene fama de cambiar de opinión cada dos por tres —dijo Karen, haciendo una mueca—. ¿Diría en serio lo de las modelos? Decidí usaros a vosotros dos porque sois tan fotogénicos, pero no sois profesionales. ¿Quizá seauna idea descabellada?

      —Confía en tu intuición, Karen —la volvió a tranquilizar Allie—. Te calmarás en cuanto te pongas tras la cámara.

      —Lo cual me recuerda que quiero hacer unas fotos del lago ahora, antes de que la luz cambie. Y antes de que Janey se despierte.

      Allie asintió, ignorando la opresión de la garganta que sentía cada vez que su hermana mencionaba a la niña de esa forma

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