Santa Resiliencia. Eduardo Meana Laporte

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Santa Resiliencia - Eduardo Meana Laporte Quién soy, quién eres

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sumarte, hermano mío, hermana mía, esta invitación: miremos juntos, con la compasión de Jesucristo, un rasgo característico de nuestra gente, quizás de nuestras propias historias; un destello del espíritu humano de nuestro tiempo. Destello que es a la vez riqueza de la posibilidad natural del ser humano —de su psicología e historicidad—, y a la vez, me animo a afirmar, un don de la gracia. Atrevidamente diré que es, casi, uno de los “nuevos dones”, o, mejor dicho, “nuevos nombres” de los múltiples dones de la gracia del Espíritu de Cristo, gracia que es puro don amoroso de Dios.

      Pues creo profundamente que esa gracia de Dios puede asumir “desde dentro” las cualidades, virtudes y procesos humanos que dan vida; y los hace suyos, volviéndolos “teologales”.

      Así, la alegría humana, poseída por el Espíritu, o como fruto de Él, pudo ser llamada “santa alegría”. Y también así otras riquezas o fuerzas interiores humanas —esto significan justamente las “virtudes”— como la paciencia, y entendemos bien lo que decimos cuando hablamos de una “santa paciencia”.

      En estas páginas, dialogaremos con un sentir, un nombrar, un sufrir, y un vivir, de nuestro tiempo. Ese destello, luminoso pues arde con la sustancia entregada y hecha holocausto del sí-mismo, es la resiliencia.

      Ese es el nombre, la palabra punzante que circula, que se mueve, que describe, que define, y que hoy nos convoca a meditar juntos en estas páginas.

      La considero un “signo de los tiempos”. Y considero a estos tiempos, en cierto modo, “los tiempos de los resilientes”; casi una Age of Resilience, una época o era de la resiliencia.

      Si en el pensamiento alemán llaman Zeitgeist al espíritu de los tiempos, o sea el espíritu propio de cada época, hablando de nuestro Zeitgeist creo que sería imposible omitir tal rasgo en una descripción de esta humanidad. Si en todos los tiempos vivir implicó luchar, en algunas épocas el peso, la conciencia sufrida, y la experiencia desgarrada y a veces casi insoportable de esa verdad, convierten en un reclamo masivo el aprender a fortalecer el alma.

      Desde la fe, esta sencilla fe que intenta atender e ir adonde Dios indica, veo que en este Pentecostés epocal —pues en cada época el Espíritu sigue, con su viento, “desenvolviendo” las riquezas virtuales de las verdades permanentes del Evangelio, como lo reflexionaba el cardenal Newman—, la resiliencia es uno de los “lugares espirituales” adonde se ve la acción de la vida de gracia.

      Sí, la resiliencia de las personas es un lugar a contemplar y reverenciar, pues es adonde el don de Dios, ese Dios que se manifiesta en la pascua de Jesucristo, el Dios de la Muerte-Vida, muestra su paso. Es adonde muchas personas son “pascuadas”.

      Y lo que, a nivel profundísimo y trascendente, sucede en su espiritualidad, alimenta y acompaña lo que su humanidad íntegra transita —ese proceso complejo y extraordinario cuyo resultado llamamos resiliencia—.

      Por eso, provocativamente, nos animamos a hablar de una “santa resiliencia”. No ciertamente como quien incorpora al santoral cristiano a una nueva santita; pero sí como quien busca ver, contemplativa, misericordiosa, pastoralmente, la hondura teologal de un proceso humano vivificador.

      Contemplar al mundo captando el misterio de amor y vida pascual presente en los procesos humanísimos de la resiliencia, nos ayuda a integrar la fe y los saberes del acompañamiento humano, nos integra con realismo y humildad en nuestra humanidad de creyentes, nos abre a la adoración de la persona de Cristo en un rango de comprensión humana más abismal, nos vuelve una Iglesia más compasiva, esperanzada y paciente, y nos hermana y hace abrazar el alma dolorida pero viva de nuestra época.

      Este librito no es “un tratado teórico” —soy incapaz de producir una obra tal—, sino un anuncio reflexionado tras una praxis contemplada. Anuncio que aliente y contagie una mirada y un amor.

      Por eso, te propongo este recorrido:

      • En esta primera parte, Atendiendo a la resiliencia como signo epocal, nos estamos aproximando a la resiliencia como quien atiende a un signo, capta un primer sentido y valor; y para discernirlo y acompañarlo, se plantea un camino.

      • En una reflexiva segunda parte, Reflexionando sobre la resiliencia, intentaremos comprenderla en sus rasgos fundamentales.

      El contenido fue rumiado sumando a mi experiencia personal el aporte de profesionales especialistas amigos, a la vez reflexivos desde la fe, que acompañan personas en ámbitos muy diversos (barrios vulnerables, adicciones, educación formal e informal, problemática de adolescencia, pareja, prevenciones varias, acompañamiento espiritual y guía pastoral…). Si bien este librito no es una instrucción en psicología y afines, cuenta con esos saberes desde una perspectiva espiritual y formativo-pastoral.

      • En una más descriptiva tercera parte, Contemplando el actuar del Espíritu en los resilientes, contemplaremos lo que en ellos se va dando.

      Lo haremos desde una mirada que integre y trascienda: una espiritualidad de la identidad.

      No se trata de ventilar detalles de “casos”: el contemplar mira el corazón en su fuente teologal.

      Y, como la resiliencia es el resultado de un proceso que podríamos llamar “resilienciar”, lo describiremos con 33 verbos, meditados en brevísimas contemplaciones. 33 verbos indicadores de que una persona está saliendo adelante. Cada breve meditación se acompaña con la letra de una canción, nacida justamente de mi estar andando fe y acompañamiento. La cifra, simbólica, alude al tiempo de maduración y entrega en la tierra de Jesucristo resiliente.

      Una espiritualidad que aquí estamos llamando “espiritualidad de la identidad”.

      Así, busco proponernos, a la vez, varias prácticas: que estemos atentos a las palabras que nuestra cultura dice (resilientes, héroes deportivos, frases de motivación para guerreros…). Que practiquemos juntos un estilo de interioridad propia de quienes somos en simultáneo discípulos—apóstoles (la contemplación en la acción). Que nos reconozcamos en estos textos (poniéndonos como sujetos, no como quien habla desde fuera sino siempre testimonialmente, involucrándonos, también como personas en proceso). Que nos entrenemos para ayudar en un arte (el acompañamiento). Que nos veamos estimulados a rehacer opciones pastorales (para personalizar más, desde una espiritualidad de la identidad de base teologal).

      Pero además de estos desafíos, como preocupación personal, apunto a algo más: que nos pongamos como barrera ante un terrible mal, que es el del suicidio. La máxima pobreza de los jóvenes y de todos: no poder sostener la propia vida.

      Una espiritualidad de la identidad es urgente: que vertebre la Palabra de la Vida ante el grito epocal de “ayúdenme a ser el que soy”. Y para eso fortalezca a las personas… y por eso, aprender la resiliencia, acompañar la resiliencia, es fundamental y masivo.

      Contemplando la acción del Espíritu para ver sus caminos en los resilientes, y así estimulándonos a acompañar estos procesos, diremos “no” a esas muertes desesperanzadas.

      Sin

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