Esposa de nueve a cinco. Kim Lawrence

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Esposa de nueve a cinco - Kim Lawrence Bianca

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quitarte habitualmente el anillo de bodas?

      Hannah sólo lo pudo mirar sorprendida. No podía creerse de verdad…

      –Lo he perdido.

      Siempre le había quedado grande. Si no le desagradara tanto pedirle algo, se lo habría dicho.

      –Pareces muy apasionada por esas clases nocturnas.

      –¡Para ti es sólo eso, una clase! –le gritó ella–. Pero tú tienes docenas de amigos. Sales todos los días y conoces a gente. Yo sólo veo a los niños.

      Y, por mucho que quisiera a Emma y Tom, eso no era suficiente.

      –Tenemos una vida social muy activa. Mis amigos…

      –Tus amigos me desprecian. Sólo me soportan porque me tienen por un apéndice tuyo. Y, además, a mí tampoco me caen nada bien. Por lo menos, no la mayoría.

      –¿Entonces por qué no me lo has dicho antes?

      –No pensé que fuera algo relevante. Estoy dispuesta a aceptar tanto lo bueno como lo malo.

      Pero no estaba dispuesta a dejar las clases de francés. No fue necesario que añadiera eso, ya que Ethan no era tonto.

      –Eso es muy generoso por tu parte. ¿Consideras que ha habido mucho más de eso malo durante este año pasado?

      –Lo siguiente que vas a decir es que yo estaba en el arroyo cuando me conociste –lo cortó ella impacientemente–. Puedes esperar mi lealtad, pero no mi gratitud servil, Ethan. Si lo recuerdas, te advertí que podría ser que yo no fuera la mejor anfitriona, pero soy una buena madre.

      –Madre sustituta.

      Nada más decir eso, la expresión de él indicó que se arrepentía de esa desagradable respuesta, así que añadió:

      –Los niños te quieren mucho. ¿Y tú? ¿Te parezco un marido tan poco generoso?

      –Yo no he dicho eso.

      –No, no lo has hecho. Pero es evidente que estás descontenta. Y yo no tenía ni idea hasta ahora.

      –¿Cómo podías?

      Esas palabras se le escaparon a ella antes de poder evitarlo. Pero algunos días apenas intercambiaban palabra.

      –No estoy descontenta, sólo cansada –añadió.

      La soledad de la posición en que se encontraba le fue evidente una vez más, y aquello era más de lo que podía soportar por una noche. Deseó mentalmente que él se fuera y la dejara en paz.

      Como si le leyera el pensamiento, Ethan se volvió repentinamente y le dijo:

      –Ya hablaremos tú y yo por la mañana.

      Hannah pensó entonces que ahora ya tenía algo que esperar. La puerta se cerró y ella se quedó allí, pensando. En sus sueños más secretos, se había imaginado que él entraba por esa misma puerta. Pero lo cierto era que él siempre había parecido inmune a sus encantos. Y, en ninguno de esos sueños, ella había tenido tantos arañazos ni los ojos llorosos.

      Enamorarse de Ethan Kemp era la única cosa realmente espontánea que recordaba haber hecho en su vida. No había que ser una fantasiosa creyente en el amor a primera vista como para eso sucediera. Y ella era la prueba viviente de aquello. Su alma prosaica se había rendido desde el mismo momento en que lo vio. Él era alto, con un cuerpo atlético, y unos ojos brillantes que indicaban que su cerebro estaba a la altura de esos músculos. Ella, que nunca antes se había dejado impresionar por la belleza superficial, se había visto inexplicablemente atraída por él. Pero, por suerte, ninguna de sus coloristas fantasías se le habían notado durante la primera entrevista. Si así hubiera sido, estaba segura de que no habría conseguido el trabajo.

      Por suerte también, no tenía que verlo mucho y, como él estaba contento con su trabajo como niñera, su interés por ella había sido mínimo.

      Pero cuando él empezó a mostrar algún interés por su amistad con Matt Carter, un profesor de la escuela local, ella casi se había permitido a sí misma pensar que él podría estar empezando a verla como una persona, no como un mueble.

      Luego resultó que él sólo había temido que la historia se repitiera. Emma y Tom habían tenido tres niñeras el año antes de que ella llegara. Tom entonces tenía un año y simplemente respondía a cualquiera que le ofreciera cariño. Pero su hermana era otra cosa. Cuando Hannah llegó a la casa tenía cinco años y había tenido que luchar para ganarse la confianza de la niña. Su corta vida le había enseñado a Emma que era doloroso amar a alguien y que luego desapareciera. Pero lentamente se había ganado la confianza y el amor de la niña, hasta que, al final de ese primer año, se había transformado en una parte integral de las vidas de los niños.

      Fue entonces cuando Ethan pensó en las posibilidades de que Hannah siguiera el ejemplo de los dos niñeras anteriores e hiciera algo inconveniente, tal como enamorarse o quedarse embarazada. Realmente no quería una esposa y, por si a ella le quedaba alguna duda, se lo había hecho saber muy claramente.

      Cuando le ofreció un hogar y seguridad económica, ya conocía su historia. No le cabía duda de que él creía irresistible la oferta para una mujer que estaba completamente sola en el mundo. Ella nunca tendría que volver a ganarse la vida, tendría la familia que había soñado siempre.

      El «pero» era que él nunca la había visto como nada más que una empleada a la que pagaba. El acuerdo pre matrimonial que habían firmado sólo había servido para recalcar ese hecho.

      Probablemente, él se habría congratulado a sí mismo por su sutil pero inteligente presentación de la oferta cuando ella apareció a la mañana siguiente, más pálida que de costumbre y había dado el sí más importante de su vida.

      Ethan no habría parecido tan feliz si hubiera sospechado que, sin importar lo tentadora que pudiera parecer su oferta a una chica que ansiaba tener raíces y estabilidad, era el amor el ingrediente vital para la ecuación. El amor la había hecho ignorar la parte lógica de su cerebro que le decía que semejante unión sólo podía darle dolor.

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