Breviario de pequeñas traiciones. Ramón Bueno Tizón

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Breviario de pequeñas traiciones - Ramón Bueno Tizón Candaya Narrativa

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abre el pega pega de su billetera rosada y extrae un cigarrillo. Hoy por la mañana lo cogiste de la cajetilla de tu papá y lo has cargado todo el día para fumártelo a escondidas. Daniela se lleva la mano a la boca, asustada. Esto es una falta grave al reglamento del Lincoln y de todos los colegios de Lima, Valeria.

      –¿Qué estás haciendo?

      María Gracia dice shhh con el dedo en los labios. Valeria se queda callada. Estás paralizada por el miedo. Por la sorpresa, la vergüenza. Pero no quieres que María Gracia se detenga y ella sigue adelante y tú ves cómo ladea la cabeza hacia un lado, antes de que su cara ocupe por completo tu campo de visión. Valeria cierra los ojos. Los labios de María Gracia se posan sobre tus labios y no sabes por qué pero tú abres los tuyos, solo un poco, y entonces sientes su lengua que invade con fuerza tu boca y encuentra tu lengua, como un golpe de agua que inunda un puerto, una ciudad costera. Un maretazo de saliva con sabor a cigarro y a vodka con naranja.

      –¿Te besó en la boca?

      Daniela tiene los ojos más abiertos que nunca. Son unos ojazos claros, de un color difícil de definir. ¿Verde mar? ¿Cian? Nadie lo sabe, ni la misma Dani. Valeria se ríe, juega con el cigarrillo sin encender entre los dedos. Cómo quisieras tener los ojos así y no estos ojos pardos heredados de tus padres, tan corrientes, ¿no? Dani insiste, te coge del brazo, toda desesperadita ella. Toda nervios, por Dios. ¿Te besó en la boca? Valeria vuelve a reír, examina el pequeño cilindro del cigarro, totalmente blanco. ¿Qué va a pensar Dani de ti? ¿Que te gustan las mujeres? Pero si los chicos también te gustan, muchacha. ¿Que eres una tortis? Si la tortis es María Gracia, que ya se fue. ¿Te besó en la boca? Valeria se pone seria, mira a Daniela. No va a parar, lo sabes bien. Como cuando te pide que le expliques un chiste rojo. ¿Te besó en la boca?

      –En la boca, como Dios manda.

      Gritos, risas. Silbidos. En la boca, en la boca, repiten todos. El pico de la botella señala a María Gracia, el fondo de la botella al Juancho. Valeria también ríe, también grita. Pero estás asustada, muchacha. Asustada y furiosa, porque sabes que María Gracia se va a levantar y va a besar al Juancho, así como te besó a ti la semana pasada, solo que esta vez delante de todo el mundo. El Juancho se pone de pie y levanta los brazos, muy abiertos. En la boca, en la boca, grita él también, como si lo estuvieran matando. Ha corrido mucha chela, mucho whisky. Muchos submarinos también, hasta ron trajeron estos borrachos, imagínate. Entonces Valeria mira cómo María Gracia se levanta, los pasos todavía firmes. Se acerca al Juancho. Pum pum pum, sientes tu corazón. El griterío aumenta. En la boca, en la boca.

      –¡Oye…!

      Valeria prende el cigarrillo con un encendedor de plástico rojo, transparente. Sopla una bocanada, que se eleva despacio. Listo, ya lo soltaste, ya está, lo peor ya pasó. Pobre Dani, su cabeza debe ser ahora un laberinto. Un cuy perdido en una tómbola de domingo, el colegio repleto de mocosos con sus papás y sus mamás. Valeria vuelve a llevarse el cigarrillo a los labios, da una calada larga. Dani no era tan amiga de María Gracia como tú, pero las tres eran las altas, las nice, las dueñas del Lincoln. Solo que María Gracia es tortis y Dani es medio monse. A Dani se le pasará con el tiempo, con la calle. Por ahí que pierde la virginidad antes que tú. María Gracia, en cambio, siempre será tortis. Aquí, en Miami o en la China.

      –¿Y qué hiciste?

      –Nada, ¿qué iba a hacer? Estaba zampada y me dejé besar nomás, era rico.

      –¡Valeria!

      Las dos ríen. Valeria fuma mientras mastica chicle. Daniela se pasa la mano por el pelo, varias veces seguidas. La pusiste nerviosa, ¿ves? La banca en la que se sientan está alejada de los pabellones y del patio central, más allá del coliseo, casi en el campo de fútbol. Aquí puedes fumar tranquila, sin que te jodan los profesores. No hay nadie conocido por los alrededores. Un muchacho menor que las dos camina desde la pista atlética hacia los baños del coliseo. Debe estar en primero de secundaria este chibolo mañoso. Lleva puestos los audífonos del walkman a todo volumen y Valeria puede oír lo que está escuchando: La ciudad de la furia, Soda Stereo.

      –Me verás caer…

      Fue un escándalo pero la culpa no la tuvo el colegio. ¿Cómo la iba a tener? Hay que ser estúpidos para pensar así. Valeria retira el cigarrillo de los labios. La fiesta la organizaron los propios alumnos, fuera de clases. El colegio hizo lo que tenía que hacer: hubo una investigación y varios expulsados. Por cojudos, por borrachos, y el otro por arrecho. Valeria deja salir el humo por la nariz, mismo dragón. Daniela hace un mohín de asco. Se acomoda nuevamente el pelo, voltea el rostro hacia la piscina. Dani te pregunta entonces cómo te puedes acordar, si ya estabas borracha.

      –Te juro que no me acuerdo de nada.

      María Gracia ahora sonríe, sentada frente a la mesa del desayuno. Corn flakes en un tazón rojo, leche con Milo, tostadas y mermelada. Pan caliente. Jugo de naranja recién hecho. Valeria levanta su vaso, bebe sin parar hasta terminarlo. Es un tanganazo que te ayuda a despejar la mente y ordenar tus ideas. Lo suficiente como para que te des cuenta de que María Gracia miente. Con su cara de yo no fui y sus manos de dedos largos que escogen un pan de la cesta, se acuerda perfectamente de todo. Igual que tú. La cabeza ya no te duele tanto, el jugo de naranja es una maravilla. La mamá de María Gracia entra a la cocina, acompañada de Fernandita. Valeria baja la vista hacia los platos sobre la mesa. No quieres ver a Fernandita, no quieres que ella te vea.

      –Hicimos tanto ruido que Fernandita se despertó.

      Los parantes de la cama camarote chocan contra la pared, una y otra vez. María Gracia encima de Valeria, comiéndosela a besos. Y tú dejándola hacer, devolviéndoselos. María Gracia recorre con sus manos los brazos de Valeria, baja hacia la cintura. Comienza a tocarte ahí, abajo, y das un respingo. No sabes qué sucede, solo quieres que siga. Los besos se vuelven más húmedos, más intensos. María Gracia mueve mucho la cabeza, hacia un lado, hacia el otro. Entonces Valeria escucha el llanto. Son sollozos entrecortados, como un hipo. María Gracia no se detiene. El llanto sigue, más fuerte. Quieres levantarte pero María Gracia te sostiene firme de las muñecas y no deja que te muevas. Y tú no puedes dejar de pensar en Fernandita, porque oyes cómo llora la pobre, mientras dice no hagas eso, María Gracia, no hagas eso por favor.

      –¡María Gracia!

      Silencio en la cocina. Tanto, que Valeria puede oír el canto de las cuculíes en el jardín posterior, al otro lado de la ventana. Cu-cu-lí, cu-cu-lí. El típico sonido de Lima por las mañanas, como dice tu papá. María Gracia hace una mueca de disfuerzo y retira el pedazo de pan sumergido en la taza de leche. Valeria mira a la mamá de María Gracia, que despotrica contra la mala costumbre de mojar el pan en la mesa. Tú no haces eso, ¿verdad, hija? Valeria niega con la cabeza. Fernandita clava sus ojos en los tuyos y tú no puedes sostenerlos. Volteas hacia María Gracia, tan campante luego del grito de su madre y de todo lo que pasó anoche. ¿Cómo puede decir que no se acuerda de nada? ¿Acaso borró la cinta?

      –No llegué a borrar la cinta. Estaba zampada pero me acuerdo de todo. ¿Nunca te has pegado una bomba?

      –Sólo una vez.

      –Ah, ¿sí? Nunca me dijiste… A ver, cuenta.

      Ahora verás a qué le llama bomba esta calzón con bobos. Valeria mira la hora en el Swatch de Daniela. Faltan cinco minutos para que acabe el recreo. Dani comienza a contarte que fue en el último verano, que estaba viendo el Óscar con unos primos en su casa y cuando ganó Rain Man se pusieron a celebrar. Le dieron un vaso diciéndole que era cocacola y al probarlo sintió fuego en la garganta. Valeria se ríe con ganas. Dani continúa diciéndote

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