La última vez que fue ayer. Agustín Márquez

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La última vez que fue ayer - Agustín Márquez Candaya Narrativa

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y se posa sobre el charco de sangre que se extiende bajo el cuerpo de Chico B. El insecto mueve sus patas delanteras, las frota, se prepara para un gran banquete.

      8

      Me preguntarías que a qué huelen, ¿a que sí, Chico B? No lo sé, no sé a qué huelen las bolas de alcanfor. Que por qué me gustan entonces, dirías. Porque es un olor intenso. Me recuerdan que solo existe hoy. En casa utilizo antipolillas. Huelen a lavanda. O eso dicen. A mí me huelen también a alcanfor. Me gusta el de la marca que tiene dibujado un hombre con un sombrero verde, unos ojos saltones y un abrigo verde con un agujero hecho por las polillas, o eso imagino yo. El monigote se parece a esos hombres que van vestidos solo con un abrigo y un sombrero, y que cuando se les cruza una mujer lo abren y gritan: «¡Sorpresa!». Que por qué quiero meterte un par de bolitas en los bolsillos, sería tu siguiente pregunta, ¿verdad? Porque ahora hueles bien, Chico B, estás recién duchado, pero dentro de un rato no olerás a domingo. Y supongo que no querrás que tu madre y tu padre te huelan así.

      9

      Los niños se tapan los oídos y los perros aúllan en distintos idiomas.

      La ambulancia llega. La ambulancia se detiene junto al cuerpo.

      Ya no se escuchan las sirenas. Chico A decía que las ambulancias utilizan las sirenas para ahuyentar a la muerte.

      Los niños liberan sus oídos y los perros vuelven al movimiento cansino y ahogado de sus lenguas.

      Las luces de la ambulancia siguen emitiendo destellos.

      Una mujer y un hombre bajan de la ambulancia. El hombre se arrodilla junto a Chico B.

      –Te lo he dicho: en cuanto me encienda un cigarro tendremos un aviso –dice.

      Se levanta y se dirige a la parte de atrás del vehículo donde espera la mujer.

      –Este no tiene pulso –dice el hombre.

      La mujer saca un desfibrilador. Es una palabra difícil, tanto como rombicosidodecaedro. El hombre saca una bolsa pequeña. Se arrodillan los dos junto a Chico B y lo vuelven. La parte izquierda de su cuerpo parece un trabajo de Picasso en su época de mayor esplendor.

      –Qué te parece, con una esvástica el muy pringao –dice la mujer.

      ¿Y tus pies, Chico B? Creo que tendrán que volver a operarte los pies.

      Le colocan las dos planchas sobre el pecho. Suena como el disparo de un fotomatón. El cuerpo de Chico B se convulsiona.

      –Otra –dice la mujer.

      Otra instantánea.

      –Otra vez –repite–. Otra. Otra. Otra. Otra. Otra. Otra. Otra.

      Diez descargas. Diez. Como las diez plagas de Egipto. Como los diez mandamientos. Diez intentos de resucitación.

      Rezo.

      Rezo por lo bajo para mantener oculta la fe, pero viva la esperanza.

      El hombre se pone en pie y se acerca a la ambulancia. Se enciende un cigarro que saca de un maletín de plástico y que está a medio fumar. Coge una especie de sábana metálica. Vuelve dando caladas. Se arrodilla sobre el cuerpo de Chico B. Cae ceniza sobre su torso abrasado. El hombre tapa el cuerpo con esa especie de papel Albal. Listo para llevar.

      10

      «Intentó cruzar al descampado, pero un coche rojo lo atropelló y se dio a la fuga. La matrícula era M-1235-GN», le digo a los policías.

      11

      Mi madre está recostada en el sillón mirando fijamente el cuadro de la pared. En el cuadro un hombre de espaldas, con sombrero y bastón, pasea por la orilla izquierda de un río. Una barca está amarrada a un puente. En la otra orilla una gran rueda de madera hace funcionar un molino de agua. Al fondo se intuye un camino protegido por altos chopos, son los que dan la profundidad al cuadro. Siempre he creído que hacia ese camino va el hombre, y que el camino nunca se acaba. Mi madre lleva puesta su bata rosa, es la única herencia que le dejó mi abuela.

      Mi padre mira el televisor. Encima de la mesa hay tres latas de cerveza. Tiene puesto su programa favorito: el sorteo del cupón de la ONCE.

      –¿Qué haces? –pregunto.

      –Viendo la tele. ¿No lo ves, también eres ciego? ¡Puta mierda! Por tres números no me ha tocado. Por los tres últimos números.

      Mi padre graba en vídeo los sorteos. En una libreta tiene clasificadas las cintas y qué números premiados hay en cada una de ellas. Cuando en el programa en directo no tiene suerte busca en su libreta en qué cinta tiene grabado un sorteo con un número similar al suyo y la pone. Dice que de esa forma acabará atrayendo a la suerte.

      –Me ha dicho el tendero que le debes mil doscientas treinta pesetas.

      –Cuando me toque esta mierda le pago. Presiento que ya estoy cerca. El día que me toque pienso irme de este barrio de mierda. Aquí os quedaréis tu madre y tú.

      Coge una de las cervezas, da un trago largo y ruidoso, aplasta la lata con la mano y suelta un eructo que le convierte en rumiante.

      –Han atropellado a Chico B.

      –Eso os pasa por ir al descampao.

      –Era mi amigo.

      –¡Y a mí qué! Yo también tengo muchos amigos muertos. Vete poniendo la mesa para comer. Lo que tienes que hacer es tener cuidado que no tenemos dinero para pagar más entierros.

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