Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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Sigmund Freud: Obras Completas - Sigmund Freud biblioteca iberica

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en cuya aplicación como anestésico -que tanto facilitó la operación a que hubo de someterse- tuve yo alguna parte. De este modo es como si yo hubiera cumplido mi promesa. Además me burlo de él; como está ciego tengo que alcanzarle los lentes (juego de palabras entre Glass, cristal, lente, y Uriglas, orinal). Por último, aparecen numerosas alusiones a mis conocimientos sobre la teoría de la histeria, de los cuales me enorgullezco.

      Las dos escenas infantiles expuestas se hallan, aparte de esto, enlazadas al tema del ansia de grandeza; pero además contribuyó a evocarlas el hecho de verme obligado a viajar en un vagón sin retrete, circunstancia que había de prepararme a sufrir alguna molestia. Así sucedió, en efecto, pues desperté de madrugada con la sensación correspondiente a una necesidad física. El lector se inclinará quizá a atribuir a esta sensación el papel de estímulo del sueño, mas por mi parte he de dar la preferencia a otra explicación diferente: la de que fueron las ideas latentes las que provocaron en mí dicha necesidad. Mi reposo no suele ser interrumpido nunca -y menos en tales horas de la madrugada- por una necesidad física cualquiera, y en mis viajes no he sentido casi nunca, al despertar antes de la hora acostumbrada, la sensación vesical de que aquí se trata. De todos modos, es ésta una cuestión que no importa dejar indecisa.

      Desde que mi experiencia en la interpretación onírica me ha demostrado que también de aquellos sueños cuya total interpretación creemos haber conseguido -por haber descubierto sin dificultad sus fuentes y estímulos- parten importantes cadenas de pensamientos que llegan hasta los primeros años infantiles del sujeto, he tenido que preguntarme si no habremos de ver en este hecho una condición esencial del soñar. Si nos fuese permitido generalizar tal hipótesis, diríamos que todo sueño posee, a más de un enlace con lo crecientemente vivido en las más lejanas épocas de la existencia del sujeto. De estos sucesos primitivos puede demostrarse realmente en el análisis de la histeria que han permanecido recientes hasta la actualidad. Pero la hipótesis apuntada no parece fácilmente comprobable por ahora. Más adelante, al examinar esta cuestión (capítulo VIII), retornaré sobre la probable significación de estos sucesos de tempranas épocas infantiles con respecto a la formación de los sueños.

      De las tres peculiaridades de la memoria onírica antes apuntadas hemos logrado esclarecer satisfactoriamente la referencia a la preferencia de lo secundario en el contenido del sueño, haciéndola depender de la deformación onírica. En cambio, no nos ha sido posible derivar de los motivos del sueño ninguna de las dos restantes -la selección de lo reciente y de lo infantil-, aunque así hayamos podido comprobar su efectividad. De ambas volveremos a ocuparnos al tratar de la psicología del estado de reposo o con ocasión de aquellas reflexiones que sobre la estructura del aparato anímico habremos de exponer cuando observemos que a través de la interpretación onírica podemos echar una ojeada, como a través de una ventana, sobre el interior de dicho aparato.

      En cambio, quiero recoger aquí, sin aplazamiento alguno, otro resultado de los últimos análisis detallados. El sueño posee con frecuencia varios sentidos. No sólo pueden yuxtaponerse en él -como hemos visto en algunos ejemplos- varias realizaciones de deseos, sino que un sentido, una realización de deseos puede encubrir a otra, hasta que debajo de todas hallamos la de un deseo de nuestra primera infancia. También en este punto surge la interrogación de si no será éste un carácter general de todo sueño.

      Cuando intentamos despertar el interés de un hombre culto, pero profano en estas materias, por los problemas del fenómeno onírico y le preguntamos con tal propósito cuáles son a su juicio las fuentes de los sueños, observamos casi siempre que el interrogado cree poseer un exacto conocimiento de una parte por lo menos de esta cuestión. Pensará, en efecto, inmediatamente en la influencia que las digestiones perturbadas o difíciles, la posición del durmiente y los pequeños estímulos exteriores manifiestan ejercer la formación de los sueños, y no parecerá sospechar que después de tener en cuenta todos estos factores quede aún algo necesitado de esclarecimiento.

      En nuestro capítulo de introducción examinamos con toda minuciosidad el papel que la literatura científica atribuye con respecto a la formación de los sueños a las fuentes somáticas de estímulos. Por tanto, no necesitamos ahora sino recordar los resultados de dicha investigación. Hemos visto que se distinguían tres clases de fuentes oníricas somáticas; los estímulos sensoriales emanados de objetos exteriores, los estados internos de excitación, de base exclusivamente subjetiva, y los estímulos somáticos procedentes del interior del organismo. Observamos asimismo la predilección de los autores por las fuentes somáticas y su tendencia a situar muy en último término las psíquicas o excluirlas totalmente. Al examinar las pruebas aducidas en favor de las primeras, advertimos: 1º Que la importancia de las excitaciones objetivas de los órganos sensoriales -originadas en parte por estímulos casuales sobrevenidos durante el reposo y en parte por aquellos otros que no pueden ser mantenidos a distancia de la vida anímica durmiente- queda comprobada por numerosas observaciones y confirmada experimentalmente. 2º Que la función de las excitaciones sensoriales aparece demostrada por el retorno de las imágenes hipnagógicas en los sueños; y 3º Que la amplia referencia efectuada de nuestras imágenes y representaciones oníricas a un estímulo somático interno no es comprobable en toda su extensión, pero encuentra un punto de apoyo en la influencia, generalmente reconocida, que el estado de excitación de los órganos digestivos, urinario y sexual ejerce sobre el contenido de nuestros sueños.

      El estímulo nervioso y el estímulo corporal serían, pues, las fuentes somáticas de los sueños; esto es, las únicas fuentes oníricas, según algunos autores.

      Pero, además de esto, hemos acogido en nuestra introducción toda una serie de dudas referentes no tanto a la exactitud como a la suficiencia de la teoría de los estímulos somáticos.

      Por muy seguros que hubieran de sentirse los representantes de esta teoría con respecto a los fundamentos afectivos de la misma -sobre todo en lo relativo a los estímulos nerviosos accidentales y externos, fácilmente comprobables en el sueño-, ninguno de ellos llegó a desconocer por completo la imposibilidad de derivar en su totalidad de estímulos nerviosos exteriores el rico contenido de representaciones del fenómeno onírico. Miss Mary Whiton Calkins ha examinado desde este punto de vista durante seis semanas sus propios sueños y los de otra persona. Sólo en un 13,2 por 100 y un 6,7 por 100, respectivamente, pudo descubrirse una percepción sensorial externa, y únicamente dos de los sueños investigados se demostraron derivables de sensaciones orgánicas. De este modo nos confirma aquí la estadística lo que ya un rápida revisión de nuestra propia experiencia nos había hecho sospechar.

      Muchos investigadores se conformaron con hacer resaltar el «sueño de estímulo nervioso», entre las demás formas oníricas, como una especie de sueño mejor y más completamente investigada. Spitta dividía los sueños en «sueños de estímulo nervioso» y «sueños de asociaciones»; pero claro está que una tal solución no podía considerarse satisfactoria mientras no se hubiera conseguido descubrir el lazo de unión entre las fuentes oníricas somáticas y el contenido de representaciones del sueño.

      Resulta, pues, que a la objeción antes señalada, relativa a la insuficiente frecuencia con que nos es posible referir los sueños a fuentes de estímulos exteriores, se agrega ahora la de que la admisión de dichas fuentes oníricas no nos proporciona sino un muy incompleto esclarecimiento de cada sueño. Los representantes de esta teoría nos son deudores de dos importantes explicaciones: por qué la verdadera naturaleza del estímulo exterior no es nunca reconocida, sino singularmente equivocada en el sueño (cf. los sueños del despertador, capítulo 2), y por qué el resultado de la reacción del alma a la percepción de este estímulo, cuya verdadera naturaleza no reconoce, puede ser tan indeterminablemente variable. En respuesta a esta interrogación, alega Strümpell, como ya vimos antes, que a consecuencia de su apartamiento del mundo exterior durante el estado de reposo, no se halla el alma en situación de dar la exacta interpretación del estímulo sensorial objetivo, sino que

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