Boca diminuta. [Víctor Roura

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Boca diminuta - [Víctor Roura Colección la furia del pez

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      IV. ¡Qué pronto se va una mujer de nuestro lado!

      Santa, santa maldición,

      diabólica pudrición:

      me mato por los rubores

      de los débiles amores.

      •

      Un eco en sordina:

      anda la catrina

      como una delfina.

      Miro en la vitrina,

      mujer cantarina,

      tu decir de harina,

      ¡cuánta argucia fina!

      •

      Me he olvidado de los rezos,

      ¡qué pronto caen los cerezos!

      Como vienen los bostezos,

      ¡se van de a poco los besos!

      •

      ¡Tanto querer marchitado,

      tanto sueño interpretado!

      ¡Y ahora en medio de la vida

      la ira en el cuerpo se anida!

      •

      Así como de súbito llegó,

      de tal manera, sigilosamente,

      se retira, sin mirar una sola

      vez hacia atrás: vino, estuvo, se fue.

      No volverá más con el mismo nombre.

      Tal vez sí con la misma intensidad,

      pero con otra cara (¿más bien máscara?),

      con otro gesto, con otra mirada,

      con otro cuerpo, con otra promesa.

      Y luego el amor se irá nuevamente,

      tal como llegó: inesperadamente.

      •

      Uno quisiera acercarse. Y decirle:

      me gustaría fusionar mi vida

      con la tuya, seguramente etérea.

      Pero se queda uno mejor callado,

      contando con disimulo en los dedos

      cómo otra mujer se ha ido tan de pronto

      —altiva, en silencio— de nuestro lado.

      •

      Una boca femenina habla

      más por lo que insinúa en su

      gesto que por sus silenciosas

      y sinuosas acotaciones.

      •

      ¡Y pensar que en la

      mirada lo dije

      todo! ¡Y pensar que ella

      se fue tan callada!

      V. Labios que son reloj de arena

      Si sabía que eras mujer ajena,

      ¿por qué en tus ojos miro mi condena?,

      ¿por qué en tus labios el reloj de arena

      se consume indiferente a mi pena?

      Si, mujer, lejos de mi vida estabas,

      ¿por qué tu cadera es un remolino

      de fragancia íntima, pecado fino

      de inquerencias con las que tú matabas

      los enardecidos extrañamientos

      de mi piel agotada, fallecida,

      como nostálgicos remordimientos

      jamás expuestos, vida corta asida

      a tus labios que son reloj de arena

      que consume mi vedada condena?

      VI. Excesivo onirismo

      Voy a encender la luz de tu alma:

      no me toques, mantén la calma,

      que la brisa roce la palma

      de mi mano en tu pecho, aguarda;

      la noche tibia en caer no tarda,

      espera a que nuestra piel arda.

      •

      ¿Me ha dicho cuánto me ama? No.

      ¿Me ha pedido noches de amor?

      ¿Me ha buscado con el trastorno

      en cada poro de su cuerpo?

      ¿Para qué entonces desfallezco?

      ¿Para qué la llamo a deshoras?

      ¿Por qué no dejo de pintar

      de rojo, Dios, mi corazón?

      ¡Pero cómo los desfiguros

      son parte de la bochornosa

      inmadurez de la pasión!

      •

      Basta en el amor ser poco feliz

      para agradecer los momentos mínimos

      de las alteraciones corporales.

      •

      Diminuta ayuda

      la del excesivo

      placer corporal

      de los onirismos

      esperanzadores,

      fugaces, inútiles.

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