Pack Bianca enero 2021. Varias Autoras
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Читать онлайн книгу Pack Bianca enero 2021 - Varias Autoras страница 21
–Lo sabes muy bien.
Rachel se tensó y sus ojos relampaguearon.
–Pues no, la verdad es que no.
–¿Estás segura?
Mateo sabía que no estaba manejando bien aquella situación, pero se había pasado toda la velada preocupado y no quería seguir jugando al ratón y al gato.
–Sí, muy segura. Estoy cansada, Mateo; quiero irme a la cama.
Debería dejar que se marchase, lo sabía, pero por alguna razón, sentía que no podía hacerlo.
–¿Por qué te has pasado toda la cena lanzándome miradas?
–¿Miradas?
–Sí, como si… –Mateo intentó encontrar las palabras para definir eso que había visto en sus ojos que tanto lo había inquietado–. Como si te hubiera decepcionado.
Por la expresión de Rachel supo que no se equivocaba, que había algo que la había molestado y no quería decírselo. Quería que lo adivinara, hacerle suplicar. Ya había pasado por eso antes y lo detestaba; no volvería a jugar a ese juego.
–¿Sabes qué? Olvídalo –le dijo sacudiendo la cabeza–. Me da igual. Si tú no quieres decirme qué te pasa, yo tampoco me voy a molestar en averiguarlo.
–¿Por qué estás tan enfadado? –exclamó Rachel.
Parecía perpleja, y con razón. Sabía que estaba reaccionando de un modo desproporcionado, pero no podía evitarlo. El comportamiento de Rachel había despertado en él recuerdos muy dolorosos, recuerdos que había reprimido durante los últimos quince años.
–No estoy enfadado –contestó, en un tono que decía todo lo contrario.
Rachel se encogió de hombros, como pensando: «Lo que tú digas…».
–Muy bien, si es lo que quieres, hablemos –contestó con un suspiro cansado. Lo miró a los ojos con una tristeza infinita y le preguntó–: ¿Quién es Cressida?
Capítulo 11
A RACHEL le había chocado que Mateo, que nunca se había comportado de un modo tan visceral, forzara aquella discusión. Sin embargo, ya había saltado la liebre; le había hecho la pregunta que había estado quemándole la lengua desde que, durante la cena, Karolina, la tía de Mateo, le había dado unas palmaditas en la mano y le había dicho: «Eres mucho mejor para él que Cressida, querida».
Ella se había limitado a sonreír educadamente y habían cambiado de tema de conversación, pero el viejo ministro que la había acompañado de vuelta al salón de baile le había dicho algo similar que la había dejado aún más confundida: «Gracias a Dios que el príncipe Mateo no se casó con Cressida…».
Mateo se había quedado mirándola con los brazos caídos y los puños apretados.
–¿Dónde has oído ese nombre? –le preguntó.
Aun desde donde estaba, Rachel podía sentir la ira que emanaba de él. Nunca lo había visto así, y la asustó, porque se encontró preguntándose si tal vez no lo conocía en absoluto.
–Tu tía Karolina lo mencionó –respondió–. Y luego ese exministro, Lukas Diakis.
–¿Qué te dijeron?
–Tu tía me dijo que pensaba que yo era mejor para ti que Cressida, y Diakis que se alegraba de que no te hubieras casado con ella.
Las facciones de Mateo se ensombrecieron.
–No deberían haberte hablado de ella –murmuró frunciendo el ceño.
–¿Quién es esa Cressida? –le preguntó Rachel–. ¿Cómo es que nunca la habías mencionado?
–¿Y por qué debería haberlo hecho?
–Pues porque según parece ibas a casarte con ella –le espetó Rachel, esforzándose por mantener la calma aunque tenía ganas de llorar–. ¿O no es verdad?
–Sí, es verdad –Mateo apretó los labios–, pero de eso hace mucho tiempo. Ya no importa.
¿Que no importaba? ¿Lo estaba diciendo en serio?
–Pues, a juzgar por tu reacción, a mí me parece que para ti sí es importante.
–Si he reaccionado así ha sido porque me irrita que la gente vaya por ahí chismorreando sobre mí.
–No estaban chismorreando de…
–Ya lo creo que sí –la cortó él, y empezó a subir las escaleras airado.
Cuando pasó a su lado y continuó subiendo, Rachel lo siguió con una mirada de incredulidad. Aquello era tan inusual en él que casi resultaba cómico. El Mateo al que ella conocía no era así: frío, autocrático…
–¿Por qué no quieres hablarme de ella? Ibais a casaros… –reiteró Rachel.
–Esta conversación ha terminado –zanjó Mateo sin volverse ni detenerse.
Rachel observó desde el pie de la escalera como desaparecía por uno de los pasillos, sin poder creerse lo rápido que se había descontrolado la situación. Sola en el inmenso vestíbulo oyó a lo lejos abrirse y cerrarse la puerta de los aposentos de Mateo. Miró a su alrededor y tragó saliva. Se sentía demasiado aturdida como para llorar. ¿Acababan de tener su primera pelea?, ¿o tal vez la última?
Subió lentamente las escaleras. Francesca estaba esperándola en sus aposentos, ansiosa por que le contara cómo había ido la fiesta mientras la ayudaba a desvestirse.
–Seguro que los has dejado a todos boquiabiertos –comentó cuando hubo satisfecho su curiosidad.
Rachel se obligó a esbozar una sonrisa e inclinó la cabeza para que Francesca pudiera desabrochar el enganche del collar. Permaneció en silencio mientras la estilista le bajaba la cremallera del vestido. Cuando se lo quitó, Rachel se puso la bata que le ofreció Francesca.
–Te he preparado un baño –le dijo esta mientras colgaba el vestido en una percha y le ponía una funda encima para protegerlo–. Sé que es tarde, pero pensé que podría apetecerte relajarte un poco antes de acostarte.
–Gracias, eres un ángel –le dijo Rachel.
Francesca, que había resultado ser no solo una excelente estilista, sino también una buena amiga, la miró con el ceño fruncido.
–¿Va todo bien?
Rachel esbozó otra débil sonrisa.
–Sí, es solo que estoy cansada. Bueno, exhausta, en realidad.
–Pues date ese baño y métete en la cama –le aconsejó Francesca–. Mañana va a ser un día ajetreado.
–¿Hay alguno que no lo