Illska. Eiríkur Örn Norddahl
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Esto es lo que dejo tras de mí. Da igual lo que suceda, aquí seguiré yo, sonriendo a las cámaras de cine de los nazis. Sé que estás mirando. Sé que me observas.
Y aquí estoy yo, sin parar de mirar a los tres niños sonrientes —todo el tiempo— por última vez. Como si el fantasma fuera yo, y no ellos.
***
Los lituanos se multiplicaron rápidamente a partir del cambio de siglo. Según documentos oficiales, en el año 2000 eran quince. Tres años más tarde, 254. Un año después, Lituania se convirtió en miembro de pleno derecho de la Unión Europea y los lituanos pudieron viajar y trabajar libremente. Entonces llegaron a ser unos 1500. Un cero con cinco por ciento de la población. Como el número de habitantes de una ciudad islandesa de cierto tamaño. Pronto empezaron a aparecer lituanos en los medios de comunicación. De repente, los islandeses, que no habían mostrado ni el menor interés por ese país desde que dejaron de darse palmaditas en la espalda a sí mismos por haber reconocido su independencia, adquirieron un interés incontrolable por los súbditos de Lituania. Los lituanos partían rodillas, formaban bandas organizadas y atracaban tiendas. Torturaban a unos jóvenes honradísimos para que les sirvieran de camellos en la venta de drogas. Vivían por decenas en pequeños apartamentos, bebían, se drogaban y se peleaban, y causaban pánico a las personas honradas. E introducían en el país putas tan drogadas que no sabían ni en qué lugar del mundo estaban. Al poco, era casi imposible abrir un periódico sin encontrar un reportaje sobre «la mafia lituana».
Pero si preguntabas por el escritor Balys Sruoga, la poetisa Salomeja Néris, el artista Jurgis Maciunas, la actriz de Hollywood Ingeborga Dapkunaité, el pintor Sarunas Sauka, el violinista Jascha Heifetz o el matemático Jonas Kubilius, que era de Fermos, justo al lado de Jurbarkas, por no hablar del escultor Vincas Grybas, que era del mismo Jurbarkas y fue asesinado allí por los nazis, nadie sabía nada. Sobre esa gente nunca se escribió ni una letra. Pero seguramente habría habido alguien que escuchara si se le decía que Hannibal Lecter era de origen lituano. No es que existiera realmente. Pero eso nunca importa lo más mínimo.
Agnes abrió el ordenador y se dio cuenta de que ninguna de esas cosas tenía la menor relación con su tesis. ¿Hannibal Lecter? ¿Sruoga? ¿Había alguien a quien no les importara una mierda?
***
Los nazis encarcelaban también a los tontos, los esterilizaban y los mataban (lamentable).
Para averiguar quién era tonto y quién no, crearon un breve cuestionario. ¿Dónde vives, cuál es la capital, quién era Lutero, quién descubrió América, qué significa la Navidad, cuántos días tiene una semana? Y así sucesivamente. El examen era oral y el juez evaluaba la inteligencia del tonto. Durante el examen, tenía que prestar especial atención a lo siguiente: comportamiento durante la conversación; movimientos corporales, mirada, gestos, voz, pronunciación, orden de palabras, rapidez de las respuestas, rapidez de reflejos y grado de cooperación en la conversación.
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Agnes se indignaba con esos reportajes, que los presentaban como unos canallas. Le indignaba que nunca se mencionara a los pedófilos «islandeses» ni a los matones «islandeses» ni a los violadores «islandeses». Pero lo que más le indignaba era cómo se convertía a los lituanos en una masa sin rostro ni nombre formada por personas depravadas. Y es que los delincuentes islandeses tenían nombre, eran algo. Eran Lalli Johns, delincuente de poca monta. Annþór Karlsson, mamporrero. Steingrímur Njálsson, pedófilo. Bjarki Már, violador. Franklín Steiner, camello. Los lituanos no eran más que lituanos. Dos lituanos. Los cinco lituanos. Los nueve lituanos. Los catorce lituanos. Y al parecer vivían todos en la misma casa, uno encima del otro, pese a que en su mayor parte eran delincuentes internacionales que pasaban ilegalmente drogas, putas y armas por valor de decenas de millones de coronas cada uno. ¿Dónde estaba Vytautas, el simpatiquísimo chorizo? ¿Y el simpático matón Rolandas? ¿Y Raimondas, el bondadoso chuloputas?
***
Erwin Ammann era un hombre de veintiún años de edad, que vivía en un asilo del Tirol. Respondió correctamente a la mayor parte de las preguntas del test de inteligencia. Supo mencionar su pueblo natal y la provincia a la que pertenecía, y enumerar deprisa los días de la semana y los meses (hacia delante y hacia atrás). Conocía las capitales de Francia y Alemania, sabía quiénes fueron Colón, Lutero y Bismarck, y fue capaz de explicar el significado de las navidades y de la Pascua. Preguntado por la forma de gobierno de Alemania, respondió: «Nacionalsocialismo, fundado por el Tercer Reich».
Pero, aunque Erwin Amman respondió con claridad y rapidez, al juez le pareció mentalmente idiota. Erwin Amman recibió un suspenso y, a continuación, fue esterilizado.
***
Lo que más molestaba a Agnes era que absolutamente todo era cierto. Nadie estaba acusando a nadie de nada falso. Al menos, que ella supiera. Realmente habían violado, robado, golpeado y aporreado, y a lo mejor, cosas aún peores. Pero otros habían hecho esas mismas cosas, pensaba, sin que los mencionaran de forma destacada, y sobre todo, los islandeses nunca habían necesitado ayuda de nadie para cometer violaciones y actos violentos. Durante toda su historia habían sido perfectamente capaces de violar a su propia gente y de golpear ellos solos a su propia gente. ¿A lo mejor eran estos los trabajos que tanto temían los populistas que fueran a quitarles los extranjeros?
Agnes sabía que estaba amargada. Pero le daba absolutamente igual.
Y naturalmente, ese era el motivo fundamental de la tesis. Poner freno a la xenofobia y observar su propia sociedad desde arriba. Como si, al observar desde arriba todos esos delitos, pudiera anular su propia nacionalidad y evitar así las responsabilidades (compartidas) que la prensa parecía insinuar que le correspondían. Entonces, ella dejaría de ser una cabeza sin rostro en la masa anónima de los lituanos. Lituano número 8. Lituano número 27. Lituano número 1589.
Pero la tesis no debía tratar de los lituanos. Tenía que tratar de los populistas.
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Gitanos. Perdón: roma y sinti y todos los demás. Si dispusiera de una denominación más adecuada, que no molestara a nadie ni excluyera a nadie, la utilizaría. La utilizaríamos. Nos contentaremos con señalar que utilizo el concepto de gitano con el máximo respeto.
Gitanos. Podemos intentar decir lo siguiente:
Proporcionalmente, en el Holocausto murieron tantos gitanos como judíos.
***
Agnes se durmió enseguida después de la cena y a las tres de la madrugada volvía a estar en pie. Reinaba una oscuridad absoluta y la temperatura se acercaba a los cero grados. Aún no había visto el Coliseo ni había pedido audiencia al papa. Ni siquiera se había comido una pizza. La sencilla tarea de contemplar la vacía pantalla del ordenador le exigía toda la mente. A veces escribía una página, e incluso otra más, pero inmediatamente las quitaba del texto principal y las guardaba en otro documento, porque esas boberías no merecían, en absoluto, formar parte de una tesis de máster en historia.
Repasó las frases iniciales de la tesis.
Mi intención es comparar el populismo de derechas en la política islandesa con movimientos políticos semejantes de Europa continental,