Cenicienta De Sangre. Victory Storm

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Cenicienta De Sangre - Victory Storm

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Perfecto! ¿Y yo podré usar su invitación?”, pregunté esperanzada.

      “ Será difícil hacerte pasar por esa montaña de músculos del tío Xander”, me respondió mi prima con la aprobación de Leo.

      “ ¡Se los ruego, ayúdenme! ¡Sólo quisiera poder ir! ¡Aunque sea sólo por diez minutos! Quizás, si voy alrededor de las once y mis padres se demoran, nadie sabrá jamás lo que hice.”

      “ Las once? ¡Mi invitación es para la medianoche!”, me informó Elizabeth.

      “ Por qué?”

      “ Para los vampiros la medianoche es considerada la Hora de la Sangre. Es un honor haber recibido la invitación para esa hora, a diferencia de los demás que fueron invitados con antelación”, me explicó pavoneándose.

      “ Entonces no podré ir a las once?”

      “ Yo puedo ir cuando quiera”, dijo ofendida.

      “ Entonces por qué no le das tu invitación a April hasta la medianoche?”, intentó preguntar Leo.

      “ Buena idea!”, exclamé sintiéndome en el séptimo cielo.

      “ Están bromeando? ¡April es una humana! ¡Me hará quedar mal!”, dijo Elizabeth.

      “ También tú eres mitad humana y además estoy segura de que, siguiendo tus consejos, voy a estar perfecta como tú... o casi”, dije implorando para hacerla ceder.

      “ Con ese concierto cardíaco que tienes y esas mejillas siempre rojas? No, imposible.”

      “ Podría pedirle a Grucho o a alguien más hacerme un encantamiento.”

       Finalmente, pude convencerla de ayudarme.

       Sin embargo, todas mis ideas sobre el look para la noche fueron rechazadas por mi prima.

      “ ¿Recuerda que durante esa hora serás yo, por tanto, deberás estar impecable, fui clara? ¡Y pobre de ti si dejas que te descubran! Si todo esto llegara a oídos de mi madre…”, comenzó a decir antes que el temblor de su voz revelara su malestar. Bien, la vampiresa perfecta Elizabeth tenía miedo a una sola cosa: su madre, una simple humana, a quien no le importaba la sangre Antigua que llevaba su hija y el hecho que fuera considerada la princesa de la Confederación.

      “ Creía que eras demasiado grande, para tener miedo todavía de tu madre”, me burlé de ella.

      “ Nunca se es demasiado grande para ella”, me respondió con una sonrisa tímida que escondía el infinito amor que sentía por su madre.

       Finalmente, ese día voló a manos de Harold, el lacayo más entretenido y emotivo de la Confederación. Bajo las órdenes tiránicas de Elizabeth, a quien temía como la muerte, me hizo un vestido idéntico al que ella usaría más tarde cuando me fuera de la fiesta.

       Después fue el turno de la máscara de plumas.

       Todo estrictamente negro y ultraliviano.

       Y finalmente los zapatos. Rojos y cubiertos de brillantes similares a los rubíes.

      “ Está todo!”

      “ No, querida mía”, dijo Elizabeth. “¡No hay reloj para este atuendo y no quisiera que nuestra Cenicienta rodara escaleras abajo para escapar a último momento del Príncipe Azul y perder el zapatito, corriendo el riesgo que la descubran! Para ello te daré un collar mío de rubíes donde haré colocar un trasmisor o algo por el estilo, que pueda avisarte cinco minutos antes de la Medianoche, para darte tiempo de irte y a mí de llegar como si nada ocurriera.”

      “ De todas formas, yo estaré a tu lado”, intervino Leo. “No te quitaré los ojos de encima ni por un instante. Así que, April, no tienes que preocuparte.”

      “ Número uno: no confío en ti. Número dos: no quiero correr riesgos, por lo tanto, mejor tener una preocupación de más que una de menos”, aclaró mi prima poniendo nervioso a Leo. Ya que ella no esperaba otra cosa que desencadenar la enésima pelea con él, surgió una diatriba capaz de hacer temblar a los vidrios de la habitación.

       Atemorizada, me fui con el collar de Elizabeth buscando a Grucho.

       Toda la habitación dedicada a los experimentos químicos del científico estaba en el caos más absoluto y desde que, muchos años antes de mi nacimiento, Harold había tenido la brillante idea de limpiar su laboratorio, ahora el acceso estaba prohibido a todos. Todavía estaba en la puerta el letrero “Muerte a los lacayos”, escrita a mano con la sangre del mismo Grucho.

       No hace falta decir que Harold, miedoso como era, no osaba siquiera a acercarse a todo el piso por miedo de caer en la venganza del vampiro científico.

      “ ¡Hola, Grucho! ¿Cómo estás?”, intenté preguntar al ingresar, tratando de hacerme espacio entre las miles de cosas sucias arruinadas que había en el piso.

      “ Cómo quieres que vaya? ¡Mal! ¡El tiempo no se detuvo y yo no tengo tiempo de escucharte! ¡Quisiera, pero no puedo! El tiempo se escapa…”, murmuró él como un loco, emergiendo de detrás de un estante cromado con un libro en la mano.

      “ Dicho por un vampiro centenario, ese concepto del tiempo casi que provoca angustia.”

      “ Escanear los átomos del tiempo, eso es lo que tengo que hacer”.

      “ Mientras buscas esos benditos átomos para escanear, podrías crear una especia de alarma para esta noche, cinco minutos antes de la medianoche… ¿y ponerla en este collar?”

      “ Quisiera… quisiera, pero no tengo tiempo.”

      “ Qué lástima, creía que podías hacerlo. Atrapar cinco minutos de Tiempo en este collar”, dije con un tono profético y fingidamente encantador, pero que alcanzó para llamar su atención.

      “ Pero ¿tú quién eres?”, me preguntó después de algunos segundos.

      “ April”, respondí cuando me di cuenta de que, en lugar de tiempo, Grucho tendría que buscar y escanear sus neuronas.

      “ La muchacha que esconde un secreto que todavía no he descubierto?”, preguntó acercándose e inclinándose hacia mí, tanto como para que por un instante nuestras narices se rozaran.

      “ Exacto”, exclamé feliz, preguntándome una vez más por que seguía llamándome así.

       Antes de que se perdiera nuevamente en su locura, le entregué en la mano el collar y le repetí mi pedido.

       Ya no entendía lo que pasaba, porque las quejas de Grucho se volvían cada vez más tenues mientras se ponía a trabajar en el collar detrás de un escritorio lleno de basura.

       Luego de diez minutos, regresó con el collar, al que le había aplicado una sutil e invisible hoja metálica detrás de la gema más grande.

      “

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