La paternidad espiritual del sacerdote. Jacques Philippe

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La paternidad espiritual del sacerdote - Jacques Philippe Patmos

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libertad, de tantas posibilidades, pero sin tener cerca de ellos a una persona, una figura paternal, que les ayude en el ejercicio de esta libertad. La ausencia o la dimisión de verdaderos padres, su sustitución por los falsos profetas de la revolución libertaria, tiene el riesgo de conducir a una angustia insoportable.

      La república francesa tomó como divisa: «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Un cristiano no puede menos que suscribir esta divisa, pero puede subrayar que es muy difícil instaurar una fraternidad verdadera entre los hombres sin el reconocimiento de una paternidad común a todos, la paternidad inefable de Dios. Del mismo modo, sin la referencia a Dios, no se ve muy bien lo que puede quedar de la libertad y la igualdad.

      Cuando los hombres reconocen que tienen un Padre que es común a todos ellos, es más fácil acogerse como hermanos, reconocer su igualdad y dignidad profunda, asumir los deberes y la responsabilidad que tienen unos por otros. En ausencia de padre, ¿cómo reconocerse hermanos, hijos de una mis­ma familia, personas de la misma raza y de la misma dignidad? ¿Qué fundamento le queda a la fraternidad?

      Cuando Dios, con su misterio de paternidad, es rechazado, la unidad de la familia humana deviene mucho más difícil. Se puede ver esto claramente en la evolución de la sociedad actual: el rechazo de Dios, de toda paternidad, de una verdad que suponga autoridad para todos, hace que las relaciones entre personas sean cada vez más conflictivas. Este es el reino de la concurrencia, de la competición permanente que prevalece en todas partes. El hombre y la mujer están en trance de convertirse en enemigos entre sí, el tejido social se fragmenta, la desconfianza y la violencia se introducen cada vez más en las relaciones entre las personas y los diferentes grupos sociales.

      Tenemos también que suplicar a Dios con insistencia para que surjan en la sociedad y en la Iglesia personas, sobre todo sacerdotes, que sean auténticos iconos de la paternidad de Dios.

      [1] Lc 15, 11-32.

      [2] Is 64, 5-8.

      [3] Una hermosa meditación sobre la parábola del Hijo pródigo (así como sobre el célebre cuadro de Rembrandt), que es también una profunda reflexión sobre la paternidad, es el libro de Henri Nouwen El regreso del Hijo pródigo.

      [4] Es una de las paradojas del mundo actual. En la esfera pública, política, se está atento a distinguir cuidadosamente el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial para un sano funcionamiento de la sociedad. Por el contrario, en la esfera privada, a causa del individualismo y del relativismo ambiente, cada individuo es impulsado a ser, además del ejecutor de sus decisiones, su propio legislador (cada uno se fabrica su moral) y su propio juez. Situación altamente malsana e insostenible a largo plazo.

      [5] Ps 132, 1.

      [6] Ga 3, 28.

      [7] Ef 3, 15.

      [8] Ro 8, 15-16.

      [9] Mc 1, 11.

      5.

      EL DON QUE SUPONE LA PATERNIDAD

      PASEMOS AHORA AL LADO positivo de las cosas, tratando de recordar en pocas palabras el don que puede suponer una verdadera paternidad para una persona que la rencuentra y la experimenta.

      El padre ayuda al hijo a encontrar su verdadera identidad. En la Biblia, es el padre el que da el nombre al hijo. El nombre que no es simplemente una etiqueta, un estado civil, sino que representa la identidad profunda, la misión de la persona.

      El padre confirma al hijo en su identidad, le da el sentimiento de que tiene el derecho de existir, el derecho de ser quien es. «¡Tú eres mi hijo amado, en ti he puesto todo mi amor!». Permite al hijo acceder a la verdad profunda de su ser. Sintiéndose acogido y amado plenamente tal como es, el hijo o la hija percibe que tiene el derecho a vivir según su propia identidad, tiene la libertad de ser él mismo, de desarrollar lo que posee como propio según su vocación única. Puedo tener limitaciones y debilidades, cometer a veces errores, eso no me quita en nada el derecho de ser quien soy y existir según mi propia personalidad. No soy alguien que está de más en el mundo, no tengo que sentirme culpable por existir. Puedo curarme de este sentimiento difuso, tan frecuente hoy, de sentirse de más en el mundo, o bien de deber la existencia a un puro azar.

      Se me dirá que esta acogida amorosa del hijo es ante todo lo propio de la madre. Por supuesto, y el papel de la madre es muy importante. Sin embargo, puedo quizá atreverme a decir lo siguiente: es más natural para una madre acoger al hijo, para un padre es menos natural (a veces incluso es difícil), es algo del orden de una decisión, de una elección, de una palabra que compromete. El hecho de ser una elección (y no solo algo natural) da aún más importancia a la palabra del padre que acoge y valida la existencia y la identidad propia del hijo, que le reconoce como su hijo o su hija, y que va a inscribirle en el registro civil.

      El padre juega un papel de mediación (no único, pero importante) para ayudar al hijo a encontrar una seguridad y una libertad interiores, para avanzar en la vida con audacia y confianza. Pienso que este «núcleo» de seguridad interior, necesario a toda persona para sentirse libre, está formado por una doble certeza, la certeza de ser amado y la certeza de poder amar. La presencia amorosa del padre me ayuda a adquirir la certeza de que soy amado, con un amor incondicional, con un amor que nunca podré perder, un amor con el que siempre podré contar pase lo que pase. Pero eso no basta. Para adquirir la verdadera

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