La sed de los cadáveres. Armando González Torres

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La sed de los cadáveres - Armando González Torres Colección la furia del pez

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Me voy con las manos vacías

       Torpes y pudibundos espíritus

       Probó la tibia comida

       No arruines el encanto

       En vano depositamos nuestra fe

       Al despertar de otra noche vaporosa

       El olor de la comida

       Cadáveres infatuados

       Pero nada parece alterar lo cierto

       El látigo de la lluvia

       En el sosegado sobresalto

       Las alabanzas y las invocaciones

       Fui asesino en noches como esta

       Una mañana de aviesa furia

       Que esta mañana de sobriedad no acuda a tu oído

       Que las lluvias no escapen

       Quedarás cercado por la tierra

       El funeral, un circo

       La muerte proyectada

       Un agua irreverente

       La eufonía de un éter

      Trasgo de las exudaciones

      Lastimosa lascivia hace frágil el linaje

      que arrastra indelebles máculas pues el patriarca

      para estultar enarbolaba un lábaro falaz:

      cebaba a su víctima con pervertidos néctares

      fingíase efigie desvalida o apacible forma

      volvíase tal vez hombre bestial o bestia mansa

      que inducía a su propia, muelle y dócil descendencia

      y en cópula infeliz decretaba el cruel destino

      de una estirpe inaudita agobiada por delirios.

      Esmirriados montajes de concreto,

      impudicia de abyectos materiales,

      mezcla pánica de gestos y lenguas,

      carroñas con su pena, pesadumbre

      acechando las sucias construcciones

      donde surgen eléctricas bellezas.

      Las calles de colores carcomidos,

      el aire con sus númenes zumbones

      la marca testaruda del insecto,

      el vaho, la emanación de la comida,

      el menstrual aroma de las hijas

      hacinadas en muros tan estrechos.

      Ciertos viejos dormitan en hamacas;

      los guerreros reposan taciturnos

      evocan el combate pernicioso,

      liza cruel que precediera la ruina;

      las bestias yacen en el arenal

      alzan polvo con su resuello inquieto.

      (Yo pude haber ganado la indulgencia;

      redimir quizá mi depuesta estirpe

      en tan poblados y dolientes lares;

      pero mácula infame y rutinaria

      ocupaba mi testa y condenábame

      a la desmemoria, al guiño estéril).

      La turba se disputa la comida

      truhanes, mujeres ni siquiera hermosas

      alimentan rencillas en sordina

      ¿Qué hicimos? La codicia de la edad

      mal aconsejó nuestras carroñas jóvenes

      hizo conocer la apetencia al probo

      el cebo acercó a nuestras bocas ávidas

      tuvimos esperanzas, desmesura

      detentamos las doctrinas sutiles

      que importaron los zafios del oriente

      por aviesa mecánica hubo olvido

      de lo fúlgido y noble que nos guiara

      quedan la odiosa cicatriz, la saña

      salaz con que se perpetró el ultraje.

      Hijos de la fornicación indigna

      engendros de estupro en lo insalubre

      sin duda reconoces su figura

      se deslizan por calles subrepticias

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