Treinta decasilabos descalzos. [Víctor Roura

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Treinta decasilabos descalzos - [Víctor Roura Colección indócil ballenato

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Vi de nuevo la pared blanca.

      Ciertamente, las paredes blancas

      dan más luz a una casa. Apagué

      la lámpara. Y me puse a inventar

      un cuento. Nada más para mí.

      Un relato donde nadie hablara,

      sino sólo se contemplara una

      pared blanca. Ella se tendió, mientras,

      en la alfombra. Para contarse un

      lírico cuento también, supongo.

      Pregunta, de pronto, ¿qué hay detrás

      de esa pared blanca? La miro, a ella.

      Y luego a la pared blanca. Hay una

      niña saltando la cuerda, digo,

      y hay un enloquecido arlequín

      tomando una espumosa cerveza,

      un matemático de una raíz

      cuadrada ocultándose, una dama

      bebiendo agua en ríos silenciosos

      y dos amantes, le digo, amándose

      con violencia edulcorada, como

      nunca lo haremos, mujer, tú y yo.

      4

      Notas sordas, sutiles, de un piano

      Yo no sé si estoy en un desierto

      pero no miro a mi alrededor

      un árbol, tampoco una montaña,

      ni arena en mis pies, ni un ser humano,

      no oigo una voz, no miro una casa,

      ni el bruñido murmullo de un río,

      ni el terso silbido de los pájaros,

      no siento mi cuerpo, ni el sonido

      del viento.

      §

      Me levanto sin prisa.

      Escucho, sordas, las notas de

      un piano: nimias, finas, sutiles.

      Las cortinas se encuentran cerradas.

      La luz del sol está fuera, no entra;

      luz apenas percibida, es nada.

      Oscuridad, tibia oscuridad.

      Quiero dormir con los ojos tensos.

      Pienso en una sonrisa que no es

      la mía. Miro un papiro de

      Giza en un libro caído al suelo.

      Miro un lápiz que no tiene punta.

      Veo unos ojos que no están conmigo.

      Las notas del piano inundan, lentas,

      la alcoba, la casa, el corazón.

      §

      Descansa, atónita, la palabra,

      que la han mencionado sin rubor.

      Han gritado: “¡El futuro se labra,

      mujer, con un poco de pudor!”

      ¿La palabra, acaso, es pudorosa?

      Me espino mil veces en la rosa.

      Como todos, olvida el decoro.

      Vamos, vamos a cantar en coro:

      “En el amor ninguna caricia

      vale menos, ¡ay!, que la avaricia”.

      Labra la palabra pudorosa.

      Y ella, airada, se espina en la rosa.

      §

      ¿Quién no quiere correr en un bosque

      con lluvia, escalar cerros pequeños,

      subir a la rama de ese árbol,

      el más alto, acostarse en la yerba

      a la sombra de una nube volátil,

      escuchar el sonido de un río,

      oír el diálogo del amor

      que no —nunca, nunca— se ha tenido?

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