La flecha plateada. Lev Grossman

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La flecha plateada - Lev Grossman Ficción juvenil

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de un poste. Era tarde, casi las diez de la noche.

      Tom se movió al lado de Kate para ver a los animales. Los animales los miraron. No huyeron como lo harían los animales salvajes. Simplemente permanecieron ahí.

      Era como un sueño. El aire afuera estaba tan frío que podían ver las nubecillas que formaba su aliento bajo las luces de la estación.

      Por fin, Tom dijo:

      —¡Hola!

      Kate no siempre agradecía la presencia de Tom. De hecho, la mayoría de las veces prefería su ausencia. Pero en este preciso momento, la agradeció. Sabía que ella tendía a vacilar y a pensar demasiado las cosas. Tom no tenía ese problema, sólo decía lo primero que cruzaba por su cabeza.

      Un pequeño zorro plateado se inclinó para dejar su boleto sobre la plataforma.

      —¡Hola! —dijo.

      —¡Hola! —contestó Kate.

      —Hacía mucho tiempo que no pasaba un tren por aquí —dijo el zorro.

      —Mucho, mucho tiempo —dijo el tejón, aferrando el boleto ahora con las patas delanteras.

      Kate pensó en contestar “¿En serio?” o “¡Qué increíble!” pero rechazó ambas opciones porque no le parecieron interesantes.

      —¿Cuánto? —preguntó Tom.

      —Como treinta años —respondió el tejón—. ¿Dónde se habían metido? Llegan muy tarde.

      —¡Un momento! ¿Cómo…? ¿Cómo es que están hablando? —preguntó Kate.

      —Ya lo sé… —respondió el zorro—. A veces hablamos, pero no cuando hay humanos alrededor. La verdad es que no nos encontramos con muchos humanos con los que valga la pena conversar. Perdón por la sinceridad.

      A Kate le pareció que no estaba mal que lo dijera.

      —Pero no han estado todo ese tiempo esperando aquí, ¿cierto? —preguntó—. ¿Treinta años de espera?

      —No, claro que no. Sólo venimos de vez en cuando para ver qué sucede. Quiero decir, somos animales, no tenemos que ir a trabajar.

      —Imagino que no.

      —Tienes que ir al patio de maniobras a recoger varios vagones, apresúrate —dijo una liebre—. ¡Se va a hacer demasiado tarde!

      —El patio de maniobras —repitió Kate—. Muy bien, gracias. Eso haremos.

      Parecía un buen consejo.

      —Nos vemos pronto, entonces.

      Los animales aferraron sus boletos y retrocedieron para seguir esperando. Con una sacudida y un silbido, La Flecha Plateada se movió por los rieles. Tom tiró de la manija del silbato, dos veces:

      ¡FUUUUM! ¡FUUUUM!

      Kate hizo sonar la campana, por si acaso. Rápidamente dejaron atrás las luces de la estación.

      —¿Viste eso? —preguntó Kate.

      —¿Acaso crees que no? —contestó Tom.

      —¡Esos animales hablaban! ¡Hablaron con nosotros!

      No sólo eso, que ya de por sí era algo increíble, sino que lo que habían dicho hacía que Kate sintiera más curiosidad. Esto no era un mero paseo en tren, sino que Kate y Tom iban a un lugar específico, en este caso, al patio de maniobras, donde quiera que eso fuera, y por una razón determinada, es decir, para enganchar unos vagones. Un paseo hubiera estado bien, claro, pero esto era aún mejor. Tenían una misión, un trabajo por cumplir.

      El resplandor del fuego era agradable, y en la cabina el ambiente se sentía acogedor. El aire olía a aceite caliente de motor: un olor salado, interesante. Todo estaba hecho de bronce, cuero, madera y vidrio, y daba la impresión de antigüedad, como un rincón de un museo, encerrado tras el cordón de terciopelo para impedir el paso.

      —Me pregunto quién está conduciendo esta cosa —dijo Tom—. Quiero decir, no somos nosotros.

      —¿Quién sabe?

      De pronto, se oyó un chasquido y el tintineo de una campanilla tras ellos, como lo que se oía cuando una antigua máquina de escribir llegaba al final de la línea, clic-bing.

      Kate no lo había notado antes, pero en la pared de la cabina, entre las tuberías, los indicadores y las palancas, había una pequeña tira de papel. Se desen­rollaba desde algún lugar en el interior del tren, y luego se enrollaba nuevamente en el otro extremo de la tira. Un mensaje acababa de aparecer escrito en el papel:

      YO LO SÉ

      Apenas leyeron el mensaje, el papel se enrolló y salió más, con otro chasquido y tintineo clic-bing. Era como una máquina de escribir, o una impresora muy rudimentaria.

      Aparecieron más palabras, cuidadosamente escritas:

      A CONTINUACIÓN, LAS INSTRUCCIONES

      PARA OPERAR ESTA LOCOMOTORA

      Oh, oh, pensó Kate. Aquí vamos.

      Clic-bing. Más palabras.

      OPERAR UNA LOCOMOTORA DE VAPOR

      ES MUY COMPLICADO

      PERO DESPREOCÚPENSE,

      VOY A ENSEÑARLES A HACERLO

      —Fabuloso —exclamó Tom, poniendo los ojos en blanco—. Clase de trenes.

      Clic-bing.

      NO ES “CLASE DE TRENES”

      LO QUE VAN A HACER SE LLAMA APRENDER

      CUANDO SE HACE BIEN, PUEDE SER ALGO

      MUY DISFRUTABLE AUNQUE DEBO ADMITIR

      QUE CASI NUNCA SE HACE BIEN

      Tom cruzó los brazos, escéptico.

      A VER, APRENDER COSAS ES MUY DIFÍCIL

      Y NADA AGRADABLE

      SI NO FUERA ASÍ, TODO EL MUNDO

      LO HARÍA CONSTANTEMENTE

      Y TODOS SABRÍAN DE TODO

      ¿CIERTO?

      Kate se encogió de hombros.

      —Supongo que sí.

      SUPONES BIEN

      LO QUE SE NECESITA SON BUENOS MAESTROS

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