Una propuesta para Amy - El amor de mi vida - Mi vida contigo. Tessa Radley

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Una propuesta para Amy - El amor de mi vida - Mi vida contigo - Tessa Radley Ómnibus Deseo

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Estaba muy interesado en conocer la opinión que su futuro suegro tenía de él.

      Ralph hizo bailar el vino dentro de la copa unos segundos y luego echó un buen trago.

      –Porque has sido siempre muy hogareña y Roland no paraba nunca en casa. Siempre andaba por ahí zascandileando.

      –Ese era su trabajo –replicó ella–. Y yo lo aceptaba. Incluso llegó a decirme que, cuando nos casáramos, le gustaría que fuera con él para ayudarle a atender a los clientes.

      Su padre negó con la cabeza.

      –Roland era muy inquieto, nunca estaba a gusto en ningún sitio. Habrías acabado odiando estar siempre tras sus pasos.

      Heath comprendió que Ralph era más perspicaz de lo que había imaginado. Demostraba haber conocido muy bien a Roland. Su hermano adoptivo había sido siempre un trotamundos y un mujeriego. Pero eso Amy no lo sabía.

      –¿Crees que me habría encontrado insatisfactoria? ¿Que le habría aburrido? –preguntó Amy a su padre con los ojos echando chispas.

      Heath reprimió una sonrisa ante la ridiculez de las preguntas.

      –No, hija. No estoy tratando de criticarte, pero Roland era… como era. Salvaje e inquieto.

      Amy se echó a reír.

      –Estás confundido, papá. Esa es la descripción de Heath. Fíjate en él.

      Ralph miró a Heath con ojos expertos para no perderse un detalle. De repente, Heath tuvo la sensación de que su futuro suegro sabía de él más de lo que sospechaba.

      Esperó expectante el resultado de su evaluación.

      –No sé, hija. Nunca me creí toda esa basura que se decía de él. Heath siempre ha estado donde se le ha necesitado, ha trabajado duro y siempre ha sabido estar en su sitio –dijo Ralph, dejando su copa de vino sobre la mesa–. Pero no corresponde a un padre hablar a su hija del hombre con el que va a casarse.

      Heath soltó poco a poco el aliento que había estado conteniendo. Su secreto estaba a salvo. Se sintió reconfortado sabiendo que alguien había cuestionado la veracidad de los actos que le habían creado tan mala fama.

      –¿Qué quieres decir? –preguntó Amy a su padre.

      Ralph dirigió a Heath una sonrisa de complicidad.

      –Creo que ya he dicho suficiente. Es hora de marcharme.

      Esa sonrisa le dijo a Heath todo lo que necesitaba saber. Empujó la silla hacia atrás y se levantó.

      Amy fue con él hasta la puerta para despedir a su padre, pero Heath vio que ella no tenía ninguna intención de irse.

      Cuando Ralph se marchó, Heath le pasó el brazo suavemente por la cintura y la llevó al cuarto de estar.

      –¿Estás enfadada?

      –Un poco –respondió ella, apartándole el brazo con mucha naturalidad.

      Luego abrió las puertas de cristal y salió a la terraza.

      Heath encendió las luces y la siguió lentamente. La noche era cálida y el aire tenía el sabor salado del mar. La luz de la luna llena se derramaba sobre el paisaje, confiriéndole un extraño clima de cuento de hadas.

      –¿Estás enojada conmigo?

      –No, estoy enojada conmigo misma.

      –¿Por qué? –preguntó él, conteniendo una sonrisa.

      –Porque soy una cobarde.

      Heath no pudo evitar soltar una carcajada. Ella le dirigió una mirada de reproche, como queriéndole decir que aquello no tenía ninguna gracia.

      –Creo que también estás un poco enfadada conmigo, ¿verdad?

      Ella no respondió.

      Heath se acercó a ella un poco más y decidió aventurase en un territorio peligroso.

      –¿Es porque yo estoy vivo y Roland no?

      –¡No! Eso nunca –exclamó ella sorprendida.

      Heath suspiró aliviado. No había ningún motivo de preocupación. Su hermano estaba muerto. Amy era suya. No lo amaba como a Roland, pero aprendería a amarlo. Él no era vanidoso pero sabía la pasión que despertaba en las mujeres.

      Después de la boda, tendrían todo el tiempo del mundo. Ella acabaría amándolo.

      –¿Por qué sigues viendo en mí al adolescente salvaje e inquieto? ¿Te sientes así más a gusto?

      –¿Por qué piensas eso?

      –Supongo que por esa manera que tienes de decir que soy un chico malo, que no tengo nada en común contigo, la chica buena.

      –Eso no es cierto. Pero hiciste más de una locura cuando eras joven.

      –No todas fueron obra mía. En algunas, me echaron la culpa injustamente. Yo era el más joven de todos. Era normal. A veces, incluso, hasta me halagaba que me echaran la culpa de cosas que no había hecho. Me hacía sentirme más hombre.

      –Yo sabía que mi madre deseaba que saliera contigo –dijo ella con ojos soñadores–. Creo que habría sido feliz. Siempre soñó con verme casada con uno de los chicos de Kay.

      –¿Es eso por lo que te enamoraste de Roland? ¿Para complacer a tu madre?

      –No seas tonto. Nunca me habría casado con Roland por esa razón.

      –¿Estás segura? ¿Pensaste alguna vez que podría ser yo al que realmente amabas y no a mi hermano?

      –¡Heath! –exclamó ella con una leve sonrisa–. Sabes que estaba enamorada de Roland.

      –¿Por qué? ¿Qué tenía él de especial?

      –No lo sé… Pero cuando tenía diecisiete años y abrí su regalo de cumpleaños, supe que…

      –¿Qué? –susurró él con gesto angustiado.

      –Que él era el elegido. Me dio esto –dijo ella, acariciando el medallón relicario que llevaba colgado del cuello–. Fue un detalle tan romántico…

      –¿Habría sido yo el elegido si te hubiera regalado ese medallón victoriano de brillantes tan romántico?

      –No se trataba solo del oro y los brillantes.

      –Lo sé. Era lo que ello representaba, ¿verdad?

      –Sí. Tú nunca me diste nada igual –dijo ella con un brillo especial en la mirada.

      –No, tienes razón. Pero ahora te vas casar conmigo –dijo el, poniéndole una mano en el vientre–. Piensa que este hijo podría haber sido mío.

      Ella lo miró

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