La divorciada dijo sí. Sandra Marton

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La divorciada dijo sí - Sandra Marton Bianca

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el padre de la novia en una boda en la que la madre de la misma ya no era su esposa. Entre otras cosas porque Dawn había insistido en que se sentaran los dos en la mesa principal, con ella.

      –Podrás mantener la calma, ¿verdad, papá? –le había preguntado–. Me refiero a que espero que no te importe estar sentado al lado de mamá durante un par de horas.

      –Por supuesto que no –le había contestado él.

      Llevaban cinco años divorciados. Las heridas ya habían cicatrizado. No creía que les costara demasiado intercambiar educadas sonrisas durante un par de horas.

      Pero la realidad resultó ser completamente diferente a lo que había imaginado.

      No contaba con encontrarse ante el altar con Annie a su lado. Una Annie con un aspecto sorprendentemente juvenil y, era absurdo negarlo, increíblemente hermosa. Su pelo continuaba siendo aquel racimo de rizos que ella siempre había odiado y que él adoraba. Y tenía la nariz sospechosamente roja; había llorado además varias veces durante la ceremonia. Y, caramba, él también había sentido un nudo en la garganta en un par de ocasiones. De hecho, cuando el ministro les había instado a todos a que se dieran la paz, había estado tentado de rodear los hombros de Annie con el brazo y decirle que no estaba perdiendo una hija, que estaba ganando un hijo.

      Pero si lo hubiera hecho, habría mentido como un bellaco. Ambos habían perdido una hija, y todo por culpa de Annie.

      Y en el momento en el que se adelantaron para saludar a todos los invitados, se sentía tan malhumorado como un león con una herida en la zarpa.

      –Sonreíd –les había siseado Dawn, y ambos habían obedecido, aunque la sonrisa de Annie había parecido tan falsa como la suya.

      Por lo menos habían ido hasta el hotel de Stratham en coches separados. Pero en cuanto habían llegado allí, los habían sentado juntos en la mesa del estrado.

      Chase sintió que se le helaba la sonrisa en el rostro. Y así debía de haber ocurrido, pues Dawn lo había mirado y había alzado significativamente las cejas.

      De acuerdo, Cooper, se había dicho a sí mismo. Tenía que intentar salvar la situación. Él estaba acostumbrado a hablar con desconocidos. Tenía que ser perfectamente capaz de mantener una conversación con su ex-esposa.

      Miró a Annie y se aclaró la garganta.

      –Bueno, ¿y qué tal estás?

      Annie volvió la cabeza hacia él.

      –Lo siento –dijo educadamente–. Estaba distraída. ¿Estabas hablando conmigo?

      Tenía que mantener la calma, se dijo Chase, y esbozó una nueva sonrisa.

      –Te he preguntado que qué tal estabas.

      –Muy bien, gracias. ¿Y tú?

      –Oh, no puedo quejarme –se obligó a sonreír de nuevo y esperó a que Annie recogiera la pelota. Pero no lo hizo, así que tuvo que iniciar de nuevo la conversación–. De hecho, no sé si te lo habrá comentado Dawn, pero acabamos de firmar un importante contrato.

      –¿Acabamos? –preguntó Annie en un tono que habría hecho estremecerse de frío a un esquimal.

      –Bueno, me refiero a Cooper Construction. Hemos conseguido ese trabajo en…

      –Cuánto me alegro –replicó Annie, y se volvió.

      Chase sentía que aumentaba la presión de su sangre. Por educado que pretendiera mostrarse, Annie continuaba mostrándose tan fría como un cadáver.

      Pero de pronto, asomó a los labios de Annie una auténtica sonrisa.

      –Yuuujuu –llamó suavemente.

      ¿Yuujuu? ¿Yuujuu?

      –Eh, aquí –saludó, moviendo la mano y uno de los invitados que estaba sentado a una mesa cercana le devolvió el saludo.

      –¿Quién es ese tipo? –preguntó Chase sin poder contenerse.

      Annie ni siquiera lo miró. Estaba demasiado ocupada mirando al tipo en cuestión y sonriéndole.

      –Ese «tipo», es Milton Hoffman. Es profesor de inglés en la universidad.

      Chase observó al profesor mientras éste se levantaba y se dirigía hacia su mesa. Era un hombre alto y delgado; llevaba un traje azul y una pajarita. Más que de profesor, tenía el aspecto de un cadáver.

      Iba sonriendo mientras se acercaba. Y aquella sonrisa estuvo a punto de sacar a Chase de quicio.

      –Anne –dijo Hoffman–, Anne, querida –Annie le tendió la mano y Hoffman se la llevó a los labios–. Ha sido una ceremonia muy hermosa.

      –Gracias, Milton.

      –Las flores eran perfectas.

      –Gracias, Milton.

      –Y la música, la decoración… todo ha sido maravilloso.

      –Gracias, Milton.

      –Y tú tienes un aspecto exquisito.

      –Gracias, Milton –respondió entonces Chase.

      Annie y el profesor se volvieron al instante hacia él. Chase esbozó una radiante sonrisa.

      –Es cierto, ¿verdad? –dijo–. Me refiero a su aspecto. Está magnífica.

      Annie lo miró con una dura advertencia en la mirada que Chase decidió ignorar. Se inclinó hacia delante y le rodeó los hombros con el brazo.

      –Es especialmente bonito ese escote tan pronunciado, cariño, pero bueno, tú ya sabes cómo son estas cosas –le dirigió a Hoffman una retorcida sonrisa–. Algunos tipos no se fijan, ¿verdad, Milty? Pero yo siempre he sido…

      –¡Chase! –el rubor tiñó el rostro de Annie. Hoffman pestañeó violentamente tras sus gafas.

      –Usted debe de ser el marido de Annie.

      –Eres rápido, Milty. Eso tengo que reconocerlo.

      –No es mi marido –aclaró Annie con firmeza, apartando el brazo de Chase. Es mi ex-marido. Y francamente, no tenía ningún interés en verlo otra vez –le dirigió a Hoffman una encantadora sonrisa–. Espero que te hayas traído los zapatos de baile, Milton, porque pretendo pasarme toda la tarde bailando.

      Chase sonrió. Casi podía sentir sus colmillos alargándose como los de un vampiro.

      –¿Has oído eso, Milty? –le dijo con falsa amabilidad y sintió una inexplicable oleada de placer al ver palidecer a Hoffman, algo que parecía imposible en un rostro tan blanco como el suyo.

      –Chase –le advirtió Annie entre dientes–, déjalo ya.

      Chase se inclinó por encima de la mesa.

      –Nuestra Annie es una excelente bailarina, pero cuando bebe champán,

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