Hijo secreto. Ким Лоренс

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Hijo secreto - Ким Лоренс Bianca

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la esponja que estaba al borde de la bañera. La agarró y se la lanzó a la cara.

      Habría sido difícil determinar cuál de los dos se quedó más sorprendido con la acción, pero Sam fue el primero en recobrarse.

      –Quizás esto te ayudará a enfriarte un poco –agarró la ducha y le disparó a la cara un chorro de agua fría.

      Cegada por el impacto del agua, Lindy agarró una toalla y se la lanzó a la cara con todas sus fuerzas.

      Hubo un profundo gemido de dolor.

      –¡Quieres hacer el favor de bajar esa maldita ducha!

      Fue en ese preciso momento cuando vio la sangre. Como médico, sabía que la sangre podía ser muy escandalosa, pero eso no impidió que se le encogiera el estómago.

      No fue mucho más reconfortante ver a Sam apoyado sobre la pared, mientras se limpiaba la nariz.

      –¿Cómo…

      –Me has dado un golpe muy fuerte –dijo él.

      –No era mi intención –comenzó a decir ella, casi mareada ante la idea de ser la causante de aquello–. No podía ver lo que hacía.

      –Hope no me comentó nada sobre tendencias asesinas. Más bien me habló de una persona incluso excesivamente calmada.

      –Ya me siento suficientemente culpable como para que te ensañes conmigo.

      –Me alegro –respondió él .

      Lindy cerró el grifo y se dispuso a hacer una chequeo profesional de la herida.

      –Déjame verlo –le rogó–. Soy médico.

      –¿Tan mal está el trabajo que tienes que herir inocentes para tener algún paciente?

      –No eres ningún inocente –le dijo mientras inspeccionaba la catástrofe–. Bueno, no tiene muy mal aspecto. Creo que lo podríamos solucionar con un poco de hielo y un botiquín de primeros auxilios.

      –Habla por ti misma. Yo necesitaría un trago. Puedo haber sufrido un shock.

      –No has sufrido ningún shock, pero de ser así, lo último que te permitiría sería que bebieras.

      –Hope tiene un botiquín en la cocina y un frigorífico.

      Lindy se dirigió allí, y Sam la siguió.

      –Está en el armario de la derecha.

      –Lo estás poniendo todo perdido.

      –Sí, doctora.

      Lindy lo miró de soslayo. Daba enteramente la impresión de que se estuviera divirtiendo. Pero nadie que no fuera un completo idiota podía disfrutar en una circunstancia como aquélla.

      Se puso de puntillas para agarrar el botiquín y él se quedó embobado mirándole las piernas.

      –¡Imbécil! –le dijo ella al darse cuenta.

      Él se rió.

      –Siéntate. No llego –dijo ella bruscamente mientras trataba de curarlo.

      Sam protestó mientras ella le limpiaba la sangre.

      La piel de la zona no había perdido color. Seguramente no habría ninguna herida.

      –Lloyd va … ¡Maldición! –dijo él al sentir dolor–. Como estaba diciendo, a Lloyd no le va a gustar nada esto. El que yo no sea capaz de rodar le va a costar a la productora muchísimo dinero.

      –¡No se me había ocurrido pensar en eso!

      Sam esbozó una sonrisa maliciosa.

      –¿Qué pasa ahora? –preguntó ella.

      –Bueno, deberías saber que tu camisa es completamente transparente cuando se moja.

      Lindy se quedó completamente confusa durante unos segundos. Después, bajó la cabeza y comprobó que era verdad. ¿Por qué justamente aquel día había decidido no ponerse sujetador, algo que ella no tenía por costumbre hacer?

      Sam le ofreció un paño de cocina para que se tapara.

      –Esto puede ayudar a cubrir… el dilema.

      Ella levantó la cabeza y lo miró con rencor.

      –¿No has tardado demasiado en hacérmelo saber?

      –¿Te podrás creer que no me había dado cuenta? –la miró de arriba abajo y volvió a sonreír, esta vez era una sonrisa de satisfacción–. Realmente tienes un cuerpo estupendo.

      –¿Cómo te atreves?

      –¡Vamos! No se haga usted la puritana, doctora. El modo en que me mirabas hace escasos minutos en el baño tenía muy poco de profesional. Estoy acostumbrado a que me traten como un objeto sexual. Y cierra la boca. Te van a entrar moscas –le dijo él–. Sólo estaba dando una opinión honesta. La verdad es que me creía bueno en eso de evaluar a la gente a primera vista, pero contigo me he equivocado. Por cierto, te favorece mucho lo de enfadarte.

      Lindy no pudo evitar sentir una especie de vuelco en el estómago. Tenía algo que ver con la química sexual que ya había sentido en otras ocasiones con consecuencias realmente desastrosas.

      –Te escondes detrás de esa imagen falsa de frialdad y distancia. Pero siento decirte que ya no me creo nada. Y, por cierto, te prefiero cuando eres más humana.

      Lejos de enfurecerse, Lindy sintió un calor agradable y reconfortante.

      –Deberías ponerte el hielo en la nariz, antes de que se inflame.

      Sin saber cómo había llegado hasta allí, se encontró, de pronto, en el regazo de Sam, con la falda indecentemente subida y los brazos alrededor de su cuello. Los labios de Sam Rourke eran firmes, deliciosos y provocadores.

      Cuando por fin se separaron, Sam no pudo por menos que exclamar complacido.

      –¡Vaya con la doctora! –dijo él.

      –¡Lindy, hemos llegado! –la voz de su hermana sonó instantes antes de que la puerta de la cocina se abriera.

      –¡Un momento muy oportuno para llegar! –dijo Sam.

      –Ya veo que os habéis conocido –dijo Hope.

      «La voy a estrangular», pensó Lindy. «Después me ahorcaré». Miró al suelo indignada. ¿Cómo no se había abierto y la había tragado? ¡Que lo hiciera cuanto antes, por favor!

      –¿Lo habéis pasado bien? –preguntó Sam.

      –No tan bien como tú –dijo el hombre que estaba junto a Hope.

      Lindy se apresuró a levantarse y se estiró la ropa, tratando de recuperar la compostura.

      –Ha

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