El arte de poner límites. Sonia Kliass

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El arte de poner límites - Sonia Kliass Colección Vivir con niños

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style="font-size:15px;">      Estas imágenes, que hacen referencia a límites físicos, nos pueden servir como metáfora para entender la importancia de los límites para los niños. Si los niños no encuentran límites que los ayuden a orientarse en el mundo de las relaciones sociales, se encuentran igualmente perdidos, desorientados e inseguros. Necesitan tener a su lado a adultos que sean capaces de ayudarlos en este proceso, es una necesidad vital de los niños. Por este motivo, Magda Gerber dice que «lack of discipline is not kindness, it is neglect»: la falta de disciplina no es amabilidad, es negligencia (Dear Parent: Caring for Infants with Respect, p. 108).

      Sin embargo, poner límites no es lo único que tiene que hacer el adulto. Los niños tienen otras muchas necesidades: necesitan sentirse queridos, seguros, protegidos, que alguien se interese por ellos; necesitan jugar, moverse, experimentar, desarrollar ciertas capacidades. Muy a menudo me encuentro con adultos, familiares o profesionales, que me piden ayuda porque creen que sus niños tienen problemas relacionados con los límites. Pero, cuando observo, veo que, a menudo, esos niños no tienen realmente un problema de límites. Lo que me encuentro a menudo es alguna carencia en la atención de sus otras necesidades vitales; por ejemplo, que los niños no pueden jugar o moverse todo lo que necesitan, o que el adulto no tiene suficiente presencia o atención hacia ellos. Las dificultades que experimentan los adultos son el resultado, al final, de estas carencias, porque los niños, con sus comportamientos, están expresando un malestar.

      Hoy en día oímos a menudo que los niños no tienen límites. Quizás esta afirmación no es del todo correcta. Nada más entrar en una tienda de artículos para familias se hace evidente que gran parte de los productos buscan la inmovilidad de los niños: cochecitos, sillitas, hamacas, tronas, mochilas, etc. Así pues, ¿qué pasa con la libertad de movimiento y juego? La tendencia general es justamente privarlos de libertad. O sea que, en realidad, en relación con el juego y el movimiento no les faltan límites, al contrario: ¡tienen demasiados! Tienen demasiados límites donde no corresponde, están demasiado limitados en el juego y en el movimiento, justamente donde necesitan mucha libertad. Y, por otro lado, quizás algunos niños tienen pocos límites donde realmente los necesitan, que es en el ámbito de las relaciones sociales. Y esta conciencia nos puede ser muy útil: no es que tengan pocos límites, solo es cuestión de que hay un desequilibrio y confusión sobre dónde tiene que haberlos.

      Hay capacidades que los niños desarrollan sin la intervención directa del adulto. Lo vemos, por ejemplo, cuando los bebés empiezan a querer coger objetos: no se lo tenemos que enseñar, ni los tenemos que estimular, lo hacen por ellos mismos y saben cómo y cuándo hacerlo. Si el niño está a gusto, se encuentra bien de salud y tiene las condiciones necesarias (por ejemplo, si tiene objetos al alcance), lo hará. Más bien llega un punto en que tenemos que empezar a apartar objetos de él, porque, en un niño que está sano, el impulso de juego y experimentación es imparable.

      Podríamos decir que ellos ya saben qué tienen que hacer, cómo y cuándo. Esta capacidad se irá desarrollando y el niño cada vez será más diestro y capaz.

      Ahora bien, imaginemos una situación en la que el objeto que quiere coger está en manos de otro niño. La inteligencia que vive dentro del niño solo sabe agarrar, menear, experimentar, etc., pero desconoce completamente las normas sociales. No sabe que cuando queremos un objeto que está en manos de otra persona no podemos simplemente cogerlo, sino que lo tenemos que pedir. Este sería un ejemplo de una norma social que el niño tiene que aprender: cuando necesito algo que tiene alguien, se lo tengo que pedir.

      O sea, que tenemos dos ámbitos distintos:

      a. Por un lado, observamos una inteligencia universal que rige toda actividad autónoma de los niños y que solo necesita unas condiciones concretas para desplegarse (tiempo, espacio, materiales, etc.). En este ámbito, el papel del adulto es confiar plenamente en esta inteligencia y conocer los procesos de desarrollo del niño para poder proveerle de estas condiciones evitando intervenir directamente en su actividad. Una vez hecho esto, después de crear un entorno seguro, su papel es dar mucha libertad de juego y movimiento y dejar que el niño lo haga por sí mismo.

      b. Por otro lado, observamos aprendizajes que necesitan desarrollarse en un contexto social y que no responden a patrones universales. Por ejemplo, cuando el niño ve un objeto, lo coge directamente, porque lo que actúa en él es el impulso de manipular. No se preocupa por las normas sociales porque al principio simplemente las desconoce. Y aquí el papel del adulto es muy diferente del que tiene en el primer ámbito. Aquí, si el adulto «se retira» y da libertad al niño para que aprenda por sí mismo, comete un grave error, porque el niño necesita ayuda para aprender todo lo relacionado con los límites y las normas de convivencia. De hecho, lo tiene que aprender justamente del adulto, él es quien lo introduce en este mundo de las relaciones. Así que, en este segundo ámbito, distinto del primero, el adulto educa activamente enseñando, guiando, orientando y ofreciendo un modelo adecuado. Es su responsabilidad.

       ¿Y de quién es la responsabilidad de ayudar a los niños a desarrollar herramientas sociales para poder convivir en sociedad? Del adulto.

      Tener como objetivo de la educación de los niños que sean felices puede ser una trampa y complicar mucho el tema del que es objeto este libro. Uno de los motivos es que tenemos una cultura que confunde la felicidad con el entretenimiento y con la satisfacción inmediata de los deseos.

      Tener una vida llena y significativa no significa estar siempre contento, y menos aún significa conseguir todo lo que uno quiere y desea. A veces obtenemos una gran satisfacción de hacer algo difícil que supone un esfuerzo o un sacrificio. Incluso podemos llegar a sentirnos muy realizados al renunciar a un deseo por un ideal más alto. Los deseos no terminan nunca: cuando consigues algo que deseabas, ya empiezas a desear otra cosa, por lo que ese camino nunca puede aportar una satisfacción real. Mihaly Csikszentmihalyi nos lo explica en su libro Fluir (flow), resultado de la investigación que, durante más de 20 años, hizo sobre la «psicología de la felicidad» para intentar entender qué hace que las personas se sientan felices.

      Tampoco la satisfacción derivada del entretenimiento es la mejor forma de cultivar la felicidad. El entretenimiento nos distrae un rato y, cuando termina, queremos más. Cuando la fuente de entretenimiento se agota, no necesariamente nos sentimos llenos y satisfechos con nosotros mismos. Además, si toda la satisfacción deriva del entretenimiento lo tenemos difícil, porque, si tenemos que esperar siempre que algo externo nos aporte satisfacción, dejamos de ser proactivos y nos volvemos emocionalmente dependientes.

      Los niños ya llegan preparados para encontrar satisfacción en su actividad espontánea y natural, como moverse, jugar, manipular, experimentar, etc. Tienen una voluntad infinita y están dispuestos a «trabajar duro» con gran satisfacción. Son proactivos si nosotros no estropeamos esta tendencia innata. ¿Os habéis fijado alguna vez, por ejemplo, en cómo los bebés pasan largos ratos intentando mantener sus manos dentro de su campo de visión para poder observarlas? Tienen mucho interés en las manos, pero, como aún no controlan del todo sus movimientos, es una tarea difícil. Necesitan mucha voluntad y perseverancia, pero no les importa, lo siguen intentando hasta que lo consiguen.

      Por tanto, si realmente queremos educar a niños «felices», es imprescindible promover y respetar su libertad de juego y movimiento, cuidar su impulso natural de tener una actividad propia y espontánea. De esta forma desarrollarán recursos para encontrar satisfacción en lo que hacen y saber gestionar lo mejor posible las situaciones difíciles. Debemos poner especial atención en ello para que sean más capaces de gestionar las frustraciones, una capacidad muy importante para la salud emocional que necesitan desarrollar porque, de lo contrario,

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