Mestiza. Maria Campbell
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Y, en efecto, los hombres volvían gritando y cantando a la una o las dos de la madrugada. A veces no iban muy borrachos, pero solían traer vino para seguir bebiendo fuera de las tiendas. Entonces mamá nos llamaba y nosotros salíamos furtivamente de la tienda, nos escondíamos entre los arbustos y los observábamos hasta que todos se quedaban dormidos. Al principio los nuestros cogían una borrachera alegre, pero a medida que la noche avanzaba se acercaban hombres blancos. Aunque al principio todos bailaban y cantaban juntos, muy pronto los blancos empezaban a molestar a las mujeres. Nuestros hombres se enfadaban, pero en lugar de pelearse con los blancos, se ponían a pegar a sus mujeres. Les arrancaban la ropa, las golpeaban con los puños o con látigos, las derribaban y las molían a patadas hasta dejarlas sin sentido.
Cuando terminaban, empezaban a pegarse entre sí. Los blancos, entretanto, se quedaban allí juntos, riendo y bebiendo, a veces llevándose a alguna mujer a rastras. ¡Cuánto los odiaba! Nunca estaban cuando salía el sol. Nuestros hombres despertaban sintiéndose mal, con resaca y malhumorados, y las madres llenas de cardenales y magulladuras. Los hombres se iban a beber cerveza a la taberna todos los días hasta que se les acababa el dinero, y todas las noches las peleas se iniciaban de nuevo. Al cabo de unos días nos marchábamos, casi siempre a petición de la policía.
Un día nos visitó una comisión de vecinos indignados, entre ellos un indio trajeado, que nos dijo que nos marcháramos, pero como estábamos esperando a los hombres, nos quedamos. Aunque nuestras mujeres intentaron tranquilizarnos, los niños teníamos miedo. Incendiaron un carro antes de dejarnos en paz. Nuestros hombres llegaron poco después y, por una vez, al ver aquella destrucción recobraron la sobriedad. Engancharon los caballos y nos fuimos antes de que amaneciera. Recuerdo que me sentí culpable por los problemas que habíamos causado, y también me enfadé por sentirme culpable.
Y así pasamos todos los veranos hasta que cumplí trece años y esos viajes al pueblo se hicieron más insoportables, porque poco a poco las mujeres también empezaron a beber.
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