No Soy Como Tú Querrías. Victory Storm

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No Soy Como Tú Querrías - Victory Storm

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encantan!», suspiró enamorada de las nuevas mantas de cachemira que acababan de llegar de Italia.

      «Bea y yo haremos las camas. ¿Te apetece cambiar los objetos de las mesillas y los tocadores?», sugirió Patricia.

      «¡A sus órdenes!», exclamé emocionada mientras corría a buscar las lámparas Kartell que quedaban en el almacén y algunos jarrones para llenarlos con peonías falsas.

      No hace falta decir que, durante mis idas y venidas, pude ver al cliente misterioso ya en compañía de Laetitia quien se había desabrochado de nuevo la blusa para dejar a la vista su sujetador de encaje rojo.

       ¡Otra venta para esa bruja! ¡No debería haberme ido! ¡Debería haberlo acechado hasta que me comprara algo! ¡Uf!

      Por suerte, la nueva exposición que estaba preparando, junto con la charla con Patricia y Breanna, me levantaron un poco la moral.

      «¡Y no os he contado la última! Iván tenía razón cuando dijo que Luigi iba a llamar a un temporary manager . Sé que llegará pronto. Stella, su hija, me lo contó», nos informó Patricia.

      «Me pregunto quién es».

      «Se llama Stefan Clarke».

      Al oír ese nombre, arrugué la flor que estaba poniendo en el jarrón de la mesita de noche.

      «¿Estás segura?», dije sobresaltada mientras mi mente se llenaba de imágenes de mi exnovio de siete años atrás.

      «Sí. Me lo ha dicho hace unos minutos y ya sabes que tengo muy buena memoria para los nombres», respondió Patricia.

      «¡Oh, Dios!».

      «¿Lo conoces?», pareció entender Breanna.

      «Es un ex mío».

      «¿Estás bromeando?», gritaron mis dos colegas al unísono.

      Estuve con Stefan hace siete años. Yo era entonces solo una chiquilla en su último año de secundaria y él era tres años mayor que yo. Estuvimos juntos solo seis meses, pero...».

      «Esto podría ser un arma de doble filo, ¿sabes?», me dijo Breanna.

      «¿Me despedirá?», susurré en voz baja, casi temblando.

      «Depende. ¿Fue él quien te dejó?».

      «Sí».

      «Entonces, puedes aprovecharte de su culpabilidad y del hecho de que te rompiera el corazón».

      «Pero la culpa fue mia. Le hice perder su trabajo por mi estupidez».

      «¡Entonces sí que estás jodida!».

      «¿Tú crees?».

      «Querrá vengarse, es evidente», intervino Patricia, «Te aconsejaría que te mantuvieras lo más alejada de él como puedas. Podrías decir que estás enferma».

      «Creo que lo haré», me oí decir a mi misma, sintiendo cómo la presión y la ansiedad crecían dentro de mí.

      Habían pasado siete largos años. La historia que había tenido con él había marcado mi vida y, todavía hoy, sentía que afectaba a mis decisiones y a la duración de mis relaciones.

      Me avergonzaba decirlo, pero la relación con Stefan había sido la más larga de mi vida. Esos seis meses siempre han sido mi tope.

      «Bueno, tu ya no puedes salvarte, pero ¿podrías al menos ayudarnos a salvarnos nosotras?».

      «¿Cómo?».

      «Háblanos de él».

      «Han pasado siete años...».

      «¿Cómo es? ¿Qué clase de persona es? No quiero que me coja desprevenida, quiero causarle una buena impresión», me avasalló a preguntas Patricia.

      «Al menos, dinos si hay algo que no debamos hacer o decir en su presencia», añadió Breanna.

       No desnudarte delante de él en su trabajo, con su jefe mirando, para empezar.

      «Ha pasado mucho tiempo, pero creo que podéis estar tranquilas. Stefan es uno de esos tipos desgarbados, alto y delgado. Su pelo es castaño claro y sus ojos, color avellana. Tiene una cara bonita con rasgos dulces. Recuerdo que era muy amable y cariñoso. Resumiendo, un pedazo de pan».

      «Una de esas personas que no haría daño a una mosca», trató de entender Breanna.

      «Sí, así es. ¡Con él no tenéis nada que temer! Recuerdo que era incapaz de decir que no, excepto a mí cuando se trataba de su trabajo. Además, no era una persona seria o mala».

      «Un blandengue, vamos».

      Reí algo avergonzada. Sentí que no estaba siendo justa al describir a Stefan. Tenía miedo de decir algo inadecuado que pudiera ponerlo a él, o a ellas, en problemas.

      «¡Perfecto! ¿Defectos?», Breanna volvió a preguntar.

      «Se altera con facilidad y, cuando lo hace, tiende a gesticular mucho, recordé con un punto de nostalgia.

      «¡Blandengue y torpe! ¡Perfecto! ¡Tipos como él nos los comemos para desayunar!», se rió Patricia mientras terminaba de arreglar las mantas y yo colocaba el último jarrón en la cómoda.

      «¿Estabais hablando de mí?». Una voz masculina nos alcanzó desde atrás, haciendo que las tres nos estremeciéramos.

      «Disculpe, ¿quién es usted?», le preguntó Breanna, a la vez que yo reconocía al hombre misterioso de antes.

      «Stefan Clarke», respondió con esa voz baja y áspera que tanto me intrigaba.

      La idea de que él hubiera oído lo que yo acababa de decir me heló la sangre, pero suspiré aliviada y me acerqué a él.

      «Estábamos hablando de otra persona. Alguien con su mismo nombre, supongo».

      «Estás segura, Eliza?», me respondió con tono provocador, quitándose las gafas de sol.

      Cuando sus ojos color avellana con pinceladas verdes y doradas entrecerrados en una expresión de ira reprimida se cruzaron con los míos, volví a ver a Stefan. ¡Mi Stefan!

      Por culpa de la conmoción, el jarrón se me resbaló de las manos y se rompió a mis pies en mil pedazos.

      «Así que me recuerdas», susurró cerca de mí, atravesándome con su mirada feroz y amenazante.

      «Has cambiado», es todo lo que pude decir.

      «¿Para bien o para mal?».

      Yo quería de vuelta a mi dulce y torpe Stefan, con su pelo corto y despeinado, su aspecto amable y su rostro angelical perfectamente afeitado. Ese no era mi Stefan.

      El hombre que tenía delante no tenía nada de aquello que me gustaba de mi ex.

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