El conde de montecristo. Alexandre Dumas

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El conde de montecristo - Alexandre Dumas

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botellas, que por cierto son como frascos de agua de colonia… -Y añadiendo el dicho al hecho, gritó:- ¡Tío Pánfilo, más vino! -Caderousse empezó a golpear fuertemente la mesa con su vaso.

      -¿Decíais?… -replicó Fernando, esperando anheloso la continuación de la frase interrumpida.

      -¿Qué decía? Ya no me acuerdo. Ese borracho me ha hecho perder el hilo de mis ideas.

      -¡Borracho!, eso me gusta; ¡ay de los que no gustan del vino!, tienen algún mal pensamiento, y temen que el vino se lo haga revelar.

      Y Caderousse se puso a cantar los últimos versos de una canción muy en boga por aquel entonces.

      Los que beben agua sola

       son hombres de mala ley,

       y prueba es de ello… el diluvio de Noé.

      -Conque decíais -replicó Fernando-, que quisierais sacarme de penas; pero añadíais…

      -Sí, añadía que para sacaros de penas, basta con que Dantés no se case, y me parece que la boda puede impedirse sin que Dantés muera.

      -¡Oh!, sólo la muerte puede separarlos -dijo Fernando.

      -Raciocináis como un pobre hombre, amigo mío -exclamó Caderousse-; aquí tenéis a Danglars, pícaro redomado, que os probará en un santiamén que no sabéis una palabra. Pruébalo, Danglars, yo he respondido de ti, dile que no es necesario que Dantés muera. Por otro lado, muy triste sería que muriese Dantés; es un buen muchacho; le quiero mucho, mucho; ¡a tu salud, Dantés! ¡A tu salud!

      Fernando se levantó dando muestras de impaciencia.

      -Dejadle -dijo Danglars deteniendo al joven-. ¿Quién le hace caso? Además, no va tan desencaminado: la ausencia separa a las personas casi mejor que la muerte. Suponed ahora que entre Edmundo y Mercedes se levantan de pronto los muros de una cárcel; estarán tan separados como si los dividiese la losa de una tumba.

      -Sí, pero saldrá de la cárcel -dijo Caderousse, que con la sombra de juicio que aún le quedaba se mezclaba en la conversación-; y cuando uno sale de la cárcel y se llama Edmundo Dantés, se venga.

      -¿Qué importa? -murmuró Fernando.

      -Además -replicó Caderousse-, ¿por qué han de prender a Dantés si él no ha robado ni matado a nadie?…

      -Cállate -dijo Danglars.

      -No quiero -contestó Caderousse-; lo que yo quiero que me digan es por qué habían de prender a Dantés; yo quiero mucho a Dantés; ¡a tu salud, Dantés, a tu salud!

      Y se bebió otro vaso de vino.

      Danglars observó en los ojos extraviados del sastre el progreso de la borrachera, y volviéndose hacia Fernando, le dijo:

      -¿Comprendéis ya que no habría necesidad de matarle?

      -Desde luego que no, si pudiéramos lograr que lo prendiesen. Pero ¿por qué medio… ?

      -Como lo buscáramos bien -dijo Danglars-, ya se encontraría. Pero ¿en qué lío voy a meterme? ¿Acaso tengo yo algo que ver… ?

      -Yo no sé si esto os interesa -dijo Fernando cogiéndole por el brazo-; pero lo que sí sé es que tenéis algún motivo de odio particular contra Dantés, porque el que odia no se engaña en los sentimientos de los demás.

      -¡Yo motivos de odio contra Dantés!, ninguno, ¡palabra de honor! Os vi desgraciado, y vuestra desgracia me conmovió; esto es todo. Pero desde el momento en que creéis que obro con miras interesadas, adiós, mi querido amigo, salid como podáis de ese atolladero.

      Y Danglars hizo ademán de irse.

      -No -dijo Fernando deteniéndole-, quedaos. Poco me importa que odiéis o no a Dantés; pero yo sí le odio; lo confieso francamente. Decidme un medio y lo ejecuto al instante… , como no sea matarle, porque Mercedes ha dicho que se daría muerte si matasen a Dantés.

      Caderousse levantó la cabeza que había dejado caer sobre la mesa, y mirando a Fernando y a Danglars estúpidamente:

      -¡Matar a Dantés… ! -dijo- ¿Quién habla de matar a Dantés? ¡No quiero que le maten… !, es mi amigo… esta mañana me ofreció su dinero… , del mismo modo que yo partí en otro tiempo el mío con él… ¡No quiero que maten a Dantés… ! , no… , no…

      -Y ¿quién habla de matarle, imbécil? -replicó Danglars-. Sólo se trata de una simple broma. Bebe a su salud -añadió llenándole un vaso-, y déjanos en paz.

      -Sí, sí, a la salud de Dantés -dijo Caderousse apurando el contenido de su vaso-; a su salud… a su salud… a su…

      -Pero ¿el medio… ?, ¿el medio? -murmuró Fernando.

      -¿No lo habéis hallado aún?

      -No, vos os encargasteis de eso.

      -Es cierto -repuso Danglars-, los franceses tienen sobre los españoles la ventaja de que los españoles piensan y los franceses improvisan.

      -Improvisad, pues -dijo Fernando con impaciencia.

      -Muchacho -dijo Danglars-, trae recado de escribir.

      -¡Recado de escribir! -murmuró Fernando.

      -Puesto que soy editor responsable, ¿de qué instrumentos me he de servir sino de pluma, tinta y papel?

      -¿Traes eso? -exclamó Fernando a su vez.

      -En esa mesa hay recado de escribir -respondió el mozo señalando una inmediata.

      -Tráelo.

      El mozo lo cogió y lo colocó encima de la mesa de los bebedores.

      -¡Cuando pienso -observó Caderousse, dejando caer su mano sobre el papel- que con esos medios se puede matar a un hombre con mayor seguridad que en un camino a puñaladas! Siempre tuve más miedo a una pluma y a un tintero, que a una espada o a una pistola.

      -Ese tunante no está tan borracho como parece -dijo Danglars-. Echadle más vino, Fernando.

      Fernando llenó el vaso de Caderousse, observándole atentamente, hasta que le vio, casi vencido por ese nuevo exceso, colocar, o más bien, soltar su vaso sobre la mesa.

      -Conque… -murmuró el catalán, conociendo que ya no podía estorbarle Caderousse, pues la poca razón que conservaba iba a desaparecer con aquel último vaso de vino.

      -Pues, señor, decía -prosiguió Danglars-, que si después de un viaje como el que acaba de hacer Dantés tocando a Nápoles y en la isla de Elba, le denunciase alguien al procurador del rey como agente bonapartista…

      -Yo le denunciaré -dijo vivamente el joven.

      -Sí, pero os harán firmar vuestra declaración, os carearán con el reo, y aunque yo os dé pruebas para sostener la acusación, eso es poco; Dantés no puede permanecer preso eternamente; un día a otro tendrá que salir, y en el día en que salga, ¡desdichado de vos!

      -¡Oh!

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