El aprendiz de doma española. Francisco José Duarte Casilda

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El aprendiz de doma española - Francisco José Duarte Casilda Estilo de vida

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que todo estaría en correspondencia, pero a la inversa.

      –Entiendo, maestro, que lo que me quiere decir es que una cosa lleva a la otra, todo está comunicado, y si entorpezco por un lado, eso influirá en otro.

      –Exactamente. Además, cuando se está aprendiendo tampoco es aconsejable dar tanta información, solo lo justo para que puedas ir asimilándolo todo; ya te he dicho muchas veces que el aprendizaje de un jinete no varía con respecto al de un potro, teóricamente hablando.

      Después de varios meses de entrenamiento con la yegua, ya dominaba los tres aires, paso, trote y galope, tanto con estribos como sin ellos; también mi asiento y equilibrio mejoraron considerablemente. Las riendas el señor Luis solamente me dejó cogerlas para realizar giros por mi cuenta, y, como decía, para que aprendiera a sentir la boca de la yegua en mis manos a través de ellas, pero con suavidad y temple. Pero estas clases me las tenía reservadas para cuando llegara el momento de emplearlas con los potros.

      7. El Cinchuelo y la montura en el potro

      Jaime de la Puerta, jinete profesional y ganadero.

      Tocaba sacar a «Soñador» para trabajarlo en el picadero circular, como era habitual en los últimos días. Le quité el cabezón en la cuadra y sujeto por el cuello le puse un filete un poco grueso. Era algo grande y sin riendas; el objetivo era que se familiarizara con él en la boca y se fuese acostumbrando. El serretón se lo puse en su sito, correctamente ajustado, no flojo, porque al tener movilidad puede producir rozaduras y si está demasiado apretado produce tensión y dolor, y siempre debidamente forrado, de tal manera que el contacto con la nariz era suave.

      Sin salir de la cuadra, el señor Luis se acercó con una manta en la mano y me dijo:

      –El potro está muy manso y acostumbrado a su cepillado diario. Puede que se sorprenda al verme la manta en la mano, pero la confianza que tiene en nosotros hará que nos observe con detenimiento.

      Despacio, como si le pasara un trapo para quitarle el polvo del lomo, le pasó la manta, primero por el cuello, después por la espalda y al final por el dorso, todo con calma y sin brusquedad, siempre hablándole con buen tono de voz. Cuando el potro se dio cuenta tenía la manta encima cubriéndole todo el cuerpo; mi maestro se la quitaba y volvía a ponérsela varias veces y por ambos lados. El potro agachó la cabeza y cerró los ojos como si lo que sucedía en su entorno no fuese con él.

      Acabando la lección mi maestro se retiró con la manta y me mandó que lo sacara a dar cuerda. Pasados unos minutos de trabajo al paso y trote, el señor Luis se acercó y me cogió la cuerda diciéndome:

      –Desde este momento seré yo el que coja la cuerda para trabajar a los potros. Tú harás la función que he estado realizando yo, la de dar vueltas con el látigo, para que aprendas a medir la distancia y a saber colocarte según el aire en que se encuentre el potro.

      –Maestro, ¡pero si dar vueltas para obligar al potro no tiene nada de difícil!

      –Eso lo vamos a ver ahora mismo. De momento, el paso no es de la misma calidad que tiene cuando estoy yo detrás; rompe el ritmo y la fijeza. Mira aquí, se precipita y ahora disminuye el paso; dale que trote.

      Al darle para que trotase tuve que hacer un gesto con el látigo, lo que hizo que el animal, en vez de salir tranquilo, diera un salto enérgico y precipitado.

      –Dar cuerda, amigo Juan, es un arte. La cuerda y el trote son la madre de toda doma; sin estos ingredientes nada se conseguirá. En este caso, tu sitio es como el de un peón de albañil: tiene que estar siempre pendiente de que la mezcla esté en su punto, ni muy dura, ni muy blanda. Esto es igual: para que el potro adquiera equilibro, cadencia, ritmo, fijeza y soltura tienes que estar muy pendiente del trabajo y no descuidarte con una mosca que se te cruce.

      –Esto no se sabe hasta que no se está dentro del circular y con un maestro como usted. Muchas gracias, le agradezco de corazón sus lecciones. –No supe cómo disculparme por mi ignorancia.

      –Al paso puedes estar más cerca de mí, pero al trote, con separarte un poco y dar los pasos más ligeros es suficiente; a veces también se dan más ligeros y más cortos, y entonces el potro lo interpreta como que quieres que salga al trote. Nunca hagas el gesto de agacharte como si cogieses algo para que el potro salga a trotar, tampoco corras detrás de él; a la segunda vuelta se dará cuenta de que no le das y no se empleará y tú acabarás rendido. Si das cuerda solo, realiza un pequeño círculo y te mueves en el centro; debes permanecer como me encuentro en este momento, girando sobre tus pies.

      –Me he dado cuenta de que era más importante saber activar al potro que sujetar la cuerda.

      –No te confundas, ambas funciones son importantes; la una sin la otra es difícil ejecutarla correctamente. Por eso, la doma es cosa de dos: uno hace las veces de jinete y otras de ayudante, dependiendo de lo más efectivo que sea cada uno en cada momento. Al potro al principio solo con sujetarlo era suficiente, por eso yo no cogí la cuerda, porque hay que saber impulsarlo con el látigo para que rompa hacia adelante y no pierda el deseo de avanzar. Sin embargo, llegado este momento, donde el potro va a ser iniciado con el jinete arriba, es mejor que la cuerda la sujete yo, ya que tú serás el que te subas en él y yo debo hacerle la cara.

      –Hacerle la cara, ¿qué es eso?

      –Es sensibilizar al caballo de tal manera que ante cualquier imprevisto o defensa que quiera realizar pueda respetarme y así evitar que pase a males mayores, como defenderse o botarse.

      –Y, ¿cómo se consigue eso?

      –El serretón es muy criticado, pero por aquellos que desconocen su correcto funcionamiento. También es usado incorrectamente por muchos domadores, que es por lo que se ha creado mala fama ya que estos «domadores» tienen caballos con las narices dañadas. No es fácil de explicar cómo se consigue, ya que esto requiere tacto y muchos años de experiencia, y precisamente por eso he cogido la cuerda.

      –¡Yo no veo que usted haga algo diferente a como yo tenía cogida la cuerda!

      –¿Tú crees? Mira, cógela y dime qué sensaciones percibes en tus manos, y ten presente que solo la he tenido un momento.

      Tomé la cuerda en mis manos y me situé en el centro intercambiándonos los puestos. Fue increíble, no me pesaba en la mano, el potro parecía suave; en otras ocasiones me habría tirado hacia fuera, pero en esta ocasión estaba fijo, y con un leve movimiento para notar su nariz en mis manos a través de la cuerda, la giró levemente hacia dentro sin perder el deseo de avanzar. Fue algo diferente, distinto y una sensación, como bien me comentaba mi maestro, difícil de explicar. Le entregué la cuerda al señor Luis con un gesto en el rostro que lo decía todo, entre no saber si reír o poner cara de asombro.

      –El mismo tacto ecuestre del que muchos hablan se encuentra en el saber dar cuerda correctamente, igual que un masajista suavemente con sus manos te quita una contractura. Así se realiza esta técnica, sensibilizando al potro, haciendo que ceda a tu presión. La doma es todo presión-cesión, tú presionas y él cede; si esto no ocurre es porque el animal aún no está preparado, bien física o psicológicamente.

      El saber que ese tacto y esa sensibilidad se aprenden con los años de experiencia me hizo sentirme más relajado, porque parecía magia.

      Antes

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