100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери

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de buena gana. Estaba satisfecha por sus triunfos en el tenis.

      ―Deja ya de estar pendiente de tu ropa, Dolly. No mata a nadie mancharse alguna que otra vez.

      ―Un caballero debe ir impecable ―contestó Dolly, con énfasis.

      ―No vayas a creer que el traje hace el caballero. Debe tener otras cualidades más importantes para serlo. Y tú pareces vivir para lucirte. ¿Verdad, Bess?

      Viendo que Bess no contestaba por prudencia, Dolly aprovechó para contraatacar.

      ―El señorío también está en ser discreto en las afirmaciones. En no atacar directamente a los demás. ¿Verdad, Bess? ¿Verdad, Jorge?

      «Relleno,» amodorrado por el calor y los efectos de una pesada digestión, estaba dormido ya. Como contestando a su amigo soltó un ronquido, que produjo la risa de los tres.

      Poco después llegó tía Jo.

      ―¿Os apetece una cerveza?

      La aprobación fue unánime.

      ―¡Estupendo!

      ―Es una magnífica idea.

      ―Tía Jo es genial y oportuna en todo.

      Luego, la señora Bhaer aprovechó la oportunidad que ahora se le presentaba pocas veces para conversar con Dolly y Jorge.

      Sabía que aquellos muchachos habían empezado la vida en condiciones peligrosas. Vivían alejados de su familia, disponían de dinero en abundancia, escasa experiencia de la vida, y menos amor al estudio.

      Jorge era indolente y abúlico, tan mimado por el lujo que era incapaz de hacer esfuerzo de ninguna clase.

      Dolly era un fatuo presumido, capaz de hacer cualquier tontería para sobresalir de los demás.

      Consideró el momento apropiado para hablarles cuando sus palabras podían tener los mejores resultados.

      ―Os voy a hablar, como pudieran hacerlo vuestras madres, que tenéis muy lejos de vosotros ―les previno Jo.

      «¡Válgame el cielo! ―pensó Dolly―. Ya tenemos el sermón encima.»

      Por su parte «Relleno› procuró beberse la cerveza que quedaba.

      Jo lo vio, y por ahí empezó todo.

      ―Esta cerveza. Jorge, no te hará daño, Pero quiero prevenirte contra otra clase de bebida. He oído que hablas de vinos y licores como si realmente entendieras de ellos. Como si los bebieras a menudo. También te oí decir que hoy en día los jóvenes beben. Pues bien; en esto hay un enorme peligro.

      ―Le aseguro, señora Bhaer, que sólo bebo vino con hierro, porque mamá dice que debo reponerme del desgaste que los estudios me ocasionan.

      ―No creo que lo que tú estudias te desgaste en absoluto. Lo que te desgasta es ese comer, que ya es tragar. Yo quisiera tenerte unos meses conmigo. Verías como conseguirías correr sin soplar y pasar los días sin comer seis o siete veces.

      Tomó su mano, blanda y regordeta, con hoyuelos en los nudillos y sin marcársele siquiera un hueso.

      ―Observa esta mano. Es absurda en un hombre. Debiera darte vergüenza.

      Jorge se excusó, algo avergonzado.

      ―En casa todos somos gordos. Es cuestión hereditaria.

      ―Mayor razón para estar sobre aviso. ¿Es que quieres acortar tu vida? ¿O pasarla como una bola de sebo dependiendo de los demás?

      ―No. Claro que no.

      Jo vio tan asustado a «Relleno», que dulcificó su acento.

      ―Si usted me ayudara… Hágame una lista de lo que puedo y no puedo comer. Si soy capaz, me sujetaré a sus instrucciones.

      ―Hazlo así, y en un año serás un hombre musculoso. No un odre. No te quepa duda.

      Entonces Jo se volvió hacia Dolly, que se había divertido a costa de su inseparable compañero. Severamente le interpeló.

      ―¿Cómo van tus estudios de francés, Dolly?

      ―¿Francés? ¡Ah, bueno! Pues bien. Sí, bastante bien.

      ―Tengo entendido que todo el francés que aprendes es en las novelas de cierta índole que lees, o asistiendo a todas las representaciones de comedia y revista francesas.

      ―Verá, no acostumbro a ir. Fui una vez, y pensé que no era apropiado para un muchacho serio. En cambio, otros mayores que yo esperaban a las artistas y las llevaban a cenar con ellos.

      ―¿Lo hiciste tú también?

      ―Una sola vez. Pero volví pronto a casa. No me gustó.

      Dolly estaba ruborizado. La señora Bhaer lo notó.

      ―Me alegra que puedas aún ruborizarte. Pero ésa es una facultad que se pierde precisamente en sitios así. El trato con esta clase de mujeres te estropeará después para alternar con otras de tu misma clase social. Tu moral, tu refinamiento, tu cultura y educación saldrán siempre malparadas con estas amistades. Sabía que no ibas muy bien, y me dolía pensar que lo hacías para presumir de hombre de mundo, casi contra tu gusto. Pero con el tiempo serías esclavo de estas aficiones que degradan.

      Dolly y Jorge estaban alicaídos por la filípica de Jo. Ella les puso una mano en el hombro.

      ―Os he hablado así porque os quiero, porque conozco vuestra valía y, sobre todo, porque ahora es tiempo de remediar los defectos. Estas tentaciones podéis aún dominarlas. Haciéndolo, os salvaréis vosotros y salvaréis a otros, con vuestro ejemplo. Si tenéis dificultades, acudid a mí. Sabéis que siempre os atenderé. Podéis hablarme con franqueza, porque muchas confidencias he recibido de cosas que ni aún podéis soñar.

      ―Comprendo cuanto nos dice ―aceptó Dolly―. Pero cuando uno se da cuenta que incluso jóvenes de buena familia son llevadas por sus padres a ver estos espectáculos, porque es moda, es difícil oponerse.

      ―Lo comprendo. Pero el mérito de un hombre es obrar de acuerdo con su conciencia, pese a la opinión de los demás. Incluso contra esta opinión adversa.

      Jo hizo una pausa, luego prosiguió con entusiasmo:

      ―Cierto es que será duro resistir todas esas tentaciones que ofrecen los libros, los cuadros, los bailes, los espectáculos e incluso las propias calles. Pero si os lo proponéis, no será difícil. ¿Sabéis qué contestó John a mi hermana Meg, cuando ella se preocupaba porque como periodista debía volver tarde a casa, expuesto a mil tentaciones? ¿Lo sabéis?

      ―No. No lo sé.

      ―¿Qué dijo «Medio-Brooke»? ―preguntó «Relleno».

      ―Contestó con absoluta seguridad en sí mismo: «El hombre que se extravía… es porque quiere extraviarse». Nada más que eso.

      Aunque exteriormente

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