Cómo enseñar a predicar. Alex Chiang
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Un reconocido teólogo del Nuevo Testamento resume la preocupación paulina con las siguientes palabras:
Lo que Pablo está rechazando no es la predicación en sí, ni siquiera la predicación persuasiva; más bien es el verdadero peligro en toda predicación: la confianza en uno mismo. El peligro estriba siempre en dejar que la forma y el contenido se interpongan en el camino de lo que debería ser el único interés: el Evangelio proclamado mediante la debilidad humana pero acompañado de la acción poderosa del Espíritu [...]. |
Convicciones teológicas
En esta sección desarrollaré reflexiones sobre la naturaleza de la predicación y su lugar en la misión cristiana.
En el Antiguo Testamento “predicar” (o más exactamente “proclamar”) viene de la raíz semítica “qr”, que significa: ‘atraer a sí, por medio del sonido de la voz, la atención de alguien para ponerse en contacto con él’. De acuerdo con el contexto, también es traducido por ‘llamar, gritar, designar, invocar, anunciar’. Se emplea “predicar” cuando se trata de decretos oficiales.
En el Nuevo Testamento hay más de treinta términos griegos traducidos por predicar o predicación. El más usual es el verbo keryssein (setenta y una veces) y el sustantivo kerygma (nueve veces).
Kerygma se usa en el contexto del anuncio de un heraldo, quien era un hombre íntegro y de carácter que se encontraba al servicio del rey o del Estado para realizar proclamaciones públicas. Hablaba únicamente aquello que el soberano quería que fuera conocido. Añadir o quitar palabras era considerado una traición.
La predicación es la dimensión verbal e ineludible de la misión cristiana. Por ello, está íntimamente asociada a la palabra evangelio. Es la comunicación abierta y pública de la actividad salvífica de Dios en y por medio de Jesucristo, la transmisión oral del mensaje de salvación en forma directa y explícita. Es la franca declaración de la verdad redentora de Dios. La vida de los cristianos, por más íntegra y consecuente que fuere, jamás será transparente en suficiente grado como para permitir a otros conocer al Señor de sus vidas.
Pero las palabras nunca pueden separarse de las buenas obras, del ejemplo, de la presencia cristiana y del testimonio de vida. La acción sin palabras es muda, y las palabras sin acción están vacías. Las palabras interpretan los hechos, así como los hechos validan las palabras. Un auténtico predicador cristiano es aquel que proclama a Jesucristo como Señor del universo y vive acorde con esa declaración.
La predicación es la articulación verbal de Aquel en quien creemos. Son palabras acerca de la Palabra hecha carne: Jesucristo.
El origen divino de la verdad revelada en la Biblia exige medios sobrenaturales de comunicación. A través de la predicación, Dios puede revelarse en el presente por medio de una acción pasada: la muerte de su Hijo en la cruz, ofreciéndole al ser humano la posibilidad de responder con fe.
La predicación brota del deseo del Dios viviente de revelarse a sí mismo con el propósito de salvar a la humanidad caída. Esta autorrevelación ha sido entregada por el medio de comunicación más directo: las palabras.
La predicación no depende de una respuesta, pero sí la demanda. Implica siempre un llamado a hacer cambios específicos: renunciar a toda forma de maldad y empezar a amar a Dios y a nuestro prójimo.
Sin lugar a dudas, el instrumento más importante en la extensión del Reino de Dios en la iglesia del siglo I fue la predicación del evangelio.
Perspectiva histórica
La predicación tiene una tradición ininterrumpida de casi veintiún siglos. Presentaré a continuación algunos de sus hitos más importantes:
La predicación de los padres de la iglesia
El predicador cristiano no tenía parangón en el mundo antiguo. Aparece como testigo de unos hechos concretos: la encarnación del Hijo de Dios, de su muerte y de su resurrección. Estos hechos fueron convertidos en palabras de formulación objetiva, en un “kerigma” único, anunciado y explicado por cada predicador. Así, la predicación y enseñanza de la palabra de Dios mediante una alocución pública se hizo una característica esencial y permanente del cristianismo.
El Antiguo Testamento era la revelación primaria de los primeros seguidores de Jesucristo para la argumentación de su mensaje y, una vez formado el canon del Nuevo Testamento, este se unió al Antiguo. De esta manera, la Biblia cristiana fue el punto de partida en la predicación de los padres de la iglesia, quienes fueron primordialmente unos exégetas, unos comentadores de las Sagradas Escrituras. También fue una clara herencia del sistema de enseñanza de la sinagoga judía.
La predicación patrística estuvo más cerca al modo de predicar de los apóstoles que la de Jesucristo, pues en su predicación, Él se hacía objeto de su propio mensaje; en cambio, los apóstoles y los padres de la iglesia hablaban de Jesús.
La predicación de Orígenes marca un cambio de la homilía exhortatoria al sermón expositivo (aunque su exposición fue opacada por el uso del método alegórico), lo cual pasó a la iglesia de Occidente a través de San Agustín.
Juan Crisóstomo fue el más grande predicador de la iglesia griega. Enseñaba que la predicación cristiana debía presentar las siguientes características: tenía que ser bíblica, de interpretación simple y directa (exégesis literal), de aplicación práctica y no debía tener temor de denunciar la maldad. Por esta última razón, fue conocido como el mártir del púlpito.
Pero la historia de la predicación cristiana, tal como la conocemos, comienza con los frailes predicadores, quienes revolucionaron la técnica y engrandecieron el ministerio.
La predicación reformada
La Reforma protestante recupera el carácter esencial de la Palabra de Dios para el culto y la vida de la comunidad cristiana, pues considera su exposición como el medio más adecuado para que el mensaje divino llegue a cada uno de los oyentes.
Los reformadores exponían y aplicaban las Escrituras directamente, a menudo basados en libros enteros de la Biblia, y hoy en el mundo protestante no se concibe una celebración litúrgica sin un lugar central para la predicación de la Palabra de Dios.
La predicación moderna
El surgimiento de la modernidad con su endiosamiento de la razón trajo consigo el desarrollo de predicadores altamente racionales, por lo cual la necesidad de ser un exégeta y tener una formación académica se volvió indispensable para predicar la Biblia.
El predicador moderno tenía que ser un buen apologista y saber articular el mensaje bíblico con el pensamiento contemporáneo. El movimiento del cuerpo, así como la expresión de emociones durante el mensaje no eran recomendables.
La predicación pentecostal
La aparición del pentecostalismo en el contexto de las grandes urbes marginadas del tercer mundo, a inicios del siglo xx, trajo consigo una nueva manera de predicar.