Falacias, dilemas y paradojas, 2a ed.. Manuel Sanchis i Marco

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discernir entre apariencia y realidad.

      Bibliografía

      Conthe, M. (1998): «El dilema de Goodhart», El País, 15 de julio de 1998, p. 44.

      El País (1999): «El paro se reduce en 202.600 personas hasta marzo tras los cambios introducidos en la EPA», El País, 20 de mayo de 1999, p. 57.

      — (1999): «Los métodos de la EPA, en entredicho. Los cambios metodológicos en la Encuesta de Población Activa desatan la polémica sobre la fiabilidad de la muestra», El País, 20 de mayo de 1999, p. 58.

      El País (2002): «La nueva EPA endurece los requisitos para calificar a los parados y los reduce en 334.600. Un cambio por imperativo europeo», El País, 3 de febrero de, 2002, p. 42.

      Sanchis, M. y P. Bekx (1994): «Money Demand and Monetary Control in Spain», Brookings Discussion Papers in International Economics, 105: 21, The Brookings Institution, Washington, D.C.

      Còmo medir variables cualitativas en economía

      Aunque a veces somos capaces de observar con facilidad las diferencias de calidad que hay entre distintos bienes –en principio, más o menos homogéneos– en un momento del tiempo, los cambios en la calidad también suelen ocurrir a lo largo del tiempo para un mismo bien. Tanto es así que una de las cuestiones del análisis económico más debatidas en la actualidad consiste en saber cómo se deben medir los cambios en la calidad a lo largo del tiempo para un mismo bien que –aunque se supone homogéneo en el tiempo– ha sufrido mejoras en la calidad debido, sobre todo, a los cambios tecnológicos asociados al desarrollo de la nueva economía.

      Al estudiar la posibilidad de medir la calidad en términos económicos, el análisis se centró, al principio, en los índices de precios, pero uno de los defectos de estos índices consistía –y aún consiste– en que no eran capaces de reflejar debidamente los cambios en la calidad de un mismo producto. Para remediar este problema, el análisis económico propuso los precios hedónicos como base para poder analizar los cambios en la calidad. La construcción de índices de precios hedónicos, es decir, de índices de precios ajustados por la calidad para distintos tipos de bienes, se realiza mediante la utilización de métodos econométricos de regresión múltiple, que permiten tomar buena nota de los cambios en la calidad de unos mismos bienes a lo largo del tiempo o de unos mismos bienes entre sí –y, en principio, homogéneos– en un mismo momento del tiempo. En otras palabras, el enfoque hedónico convierte el problema de la «calidad» en una medida de cantidad.

      El padre fundador del análisis de los precios hedónicos es Zvi Griliches (1961), aunque el trabajo más ampliamente citado en la literatura que dio origen a esta forma de abordar la medición de las variables cualitativas en economía fue el desarrollado por Andrew T. Court (1939). Aunque Andrew Court se ha llevado toda la gloria, en realidad, este método de medir la calidad tiene su origen, en realidad, en los trabajos pioneros de Haas (1922) para estimar el valor de las tierras agrícolas. Haas desarrolló una metodología consistente básicamente en estimar una regresión con el precio final del producto como función de las características actuales de las casas.

      Sea como fuere, la General Motors le encargó a Court un estudio para que demostrara que las quejas que GM recibía por parte de los consumidores sobre los elevados precios de los automóviles no estaban justificadas. Esto era debido a que el aumento en la calidad del vehículo –que el consumidor suponía invariable en el tiempo– no se veía reflejado en el incremento de precios. Partiendo del paradigma del utilitarismo inglés de finales del siglo xviii y de principios del siglo xix, según el cual, el único fin legítimo de cualquier institución era «la mayor felicidad para el mayor número»,8 Andrew T. Court definió las comparaciones de precios hedónicos en los automóviles como aquellas que tenían en cuenta la contribución potencial de cualquier elemento constitutivo del automóvil –como, por ejemplo, el motor– al bienestar material del comprador y de la comunidad.

      Además, señaló que los automóviles proporcionaban toda una serie de servicios para el disfrute de los usuarios y que, por lo tanto, sería deseable poder medir directamente el incremento en el bienestar y la felicidad derivado de dichos servicios. Aunque esto es lógicamente imposible, sí que podemos relacionar la satisfacción y el bienestar que recibe con el automóvil el consumidor con las características físicas –como, por ejemplo, el diseño, la maniobrabilidad, etc.– y los atributos operativos y técnicos –como, por ejemplo, la potencia, la velocidad, la seguridad, etc. –del vehículo. Combinando los datos que reflejan dichos atributos se puede construir un índice de utilidad y deseabilidad, es decir, de contenido hedónico, y, si dividimos los precios del automóvil por dicho índice hedónico, podemos obtener comparaciones relevantes en términos de calidad.

      Pero la utilidad del enfoque hedónico no se ha limitado a los automóviles o a los índices de precios. Esta metodología se ha usado también en otros productos como, por ejemplo, los ordenadores (Chow, 1967: 1117-1130) o los espárragos, estudiando la influencia de los atributos de los espárragos sobre su precio (Waugh, 1928: 185-196). Y se ha hecho uso de ella con profusión en otras áreas de la economía como las primas en la industria del seguro o los costes del transporte por camión, no mediante una medida de output única –como toneladas por kilómetro recorrido–, sino ajustado por los atributos de lo transportado, dado que el output transportado es muy heterogéneo (Spady y Friedlaender, 1978: 159-178). Idealmente, se podrían construir índices hedónicos para medir la calidad de otras variables económicas con mayor contenido político, y obtener mediciones del gasto público o del PIB, por ejemplo, ajustadas por la calidad. Es muy probable, sin embargo, que las enormes dificultades metodológicas a las que tendríamos que hacer frente hiciesen inviables o controvertidas dichas estimaciones hedónicas.

      Otro aspecto de la realidad económica sobre el que también podríamos medir la calidad es la fuerza de trabajo, la cual constituye un elemento determinante en los modelos de crecimiento. Tanto es así, que algunos de los economistas americanos más prestigiosos consideraron clave el deterioro de la calidad de la fuerza de trabajo para explicar la caída de la productividad en EE. UU. después del primer shock del petróleo (Baily y Gordon, 1988: 370).

      Tomemos entonces este último caso, por ser un ejemplo importante y porque nos concierne de cerca, pues recordemos que el Consejo Europeo de Lisboa de marzo del 2000 estableció como objetivo para el año 2010, entre otros, obtener «más y mejores puestos de trabajo». Esto se ha traducido en una serie de importantes trabajos elaborados por la Comisión Europea, que ha sido la encargada de reflexionar sobre el mejor modo de alcanzar «mejores» puestos de trabajo, y de analizar y medir las transformaciones que los cambios tecnológicos asociados al desarrollo de la nueva economía podían inducir en la calidad del trabajo.

      Teniendo en mente todo lo anterior, sería interesante explorar las posibilidades que puede ofrecer el enfoque hedónico en el análisis de la calidad del trabajo, ya que puede resultar relativamente fácil transponer el mismo procedimiento que se utiliza en la construcción de índices de precios ajustados por la calidad, para construir índices de ganancias salariales ajustadas por la calidad del trabajo.

      Del mismo modo que ocurre en el estudio de Andrew T. Court, sería plausible asociar la satisfacción de los trabajadores en el trabajo al conjunto de atributos de ese puesto de trabajo. Aunque los salarios son un elemento importante en la calidad de un trabajo, no son el único. Sin embargo, dado que hay una estrecha relación entre ganancias salariales y calidad en el trabajo, sería razonable considerar las ganancias salariales como una variable (proxy) que se aproxime a la calidad del trabajo. Por consiguiente, podríamos defender que la calidad de un trabajo, medida por el nivel de sus ganancias salariales, puede ser ajustada a un conjunto de características adicionales de calidad, y que dicho conjunto de atributos puede evolucionar a lo largo

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