Discursos de España en el siglo XX. Varios autores
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[1] Los editores del libro, Carlos Forcadell, Pilar Salomón e Ismael Saz, así como algunos de sus autores, participan en los proyectos de investigación financiados por el Ministerio de Educación y Ciencia, HUM 2005-04651 (Espacio público y culturas políticas de la España contemporánea) y HUM 2005-03741 (Culturas políticas y representaciones narrativas: la identidad nacional española como espacio de conflicto discursivo).
LOS SOCIALISTAS Y LA NACIÓN
Carlos Forcadell Álvarez
Universidad de Zaragoza
El Partido Socialista Obrero Español, al igual que sus hermanos europeos, surge de una tradición ideológica internacionalista en la que la teoría se limitaba a considerar el hecho nacional como un mero producto doctrinal e instrumento político de las burguesías nacionales, algo que el programa y el horizonte de la revolución proletaria tendría que superar, eliminar o subordinar; desde esta perspectiva no deja de ser paradójico que, más de un siglo después, acaben siendo los partidos socialistas, por lo general, las únicas formaciones políticas que mantienen en sus siglas de modo expreso las respectivas referencias nacionales: PSOE spañol, SPD eutschland, PSF rançais, PSI taliano... El Manifiesto Comunista fundacional afirmaba que «los obreros no tienen patria», pero también reconocía que «aunque no lo es por su contenido, en su forma la lucha del proletariado contra la burguesía es, por ahora, una lucha nacional», con lo que el futuro, próximo o lejano, quedaba perfectamente abierto.[1]
La posición de las organizaciones socialistas españolas ante la nación y el nacionalismo, ante el hecho nacional, no dejó de evolucionar y de adaptarse a lo largo del medio siglo que discurre aproximadamente entre 1879/1880 –momento de constitución del PSOE– y la hora de la Guerra Civil, aunque la definición e interpretación de la misma no parecen haber sido objeto de especial atención historiográfica. Si se recurre a un método, que puede ser aconsejable en algunas ocasiones, como es el de buscar, analizar y revisar textos doctrinales socialistas, congresos y resoluciones oficiales del partido, opiniones públicas significativas en la prensa orgánica, en diversos periodos o coyunturas, repasar biografías de líderes y dirigentes, etc., para, posteriormente, consultar la bibliografía y estudios existentes sobre el tema y procurar, así, evitar una aproximación y lectura de las fuentes condicionadas por esquemas e interpretaciones previas, el resultado, en este caso, muestra la carencia de estudios sobre los aspectos o componentes de la dimensión nacional o nacionalizadora del socialismo y de sus organizaciones políticas y sindicales desde la España de la Restauración hasta la de los momentos finales de la República, periodo que constituye el ámbito cronológico de nuestro tema; no parece haber interesado especialmente este asunto de la relación entre la cultura socialista y el proceso nacionalizador en la sociedad española contemporánea, a pesar de la creciente presencia del mismo en la escena y en la agenda historiográficas.
Los numerosos y recientes estudios sobre nacionalismo español, en su versión de nacionalismo laico, político o progresista, desde que la formulación constitucional y cultural gaditana emprendiera la construcción de la nación liberal, lo abordan y lo explican, por lo general, como un producto de ilustrados, liberales, jacobinos, progresistas, regeneracionistas y republicanos más adelante, sin que las acciones colectivas de los trabajadores ni las organizaciones obreras merezcan alguna consideración como agentes de socialización de creencias o valores nacionales, a pesar de su indudable fortaleza y notable incidencia en la vida pública y en la política en algunas coyunturas, y de su reconocida capacidad de expresar y configurar la cultura y la opinión pública de amplios sectores de ciudadanos.
Ni en la historiografía sobre las organizaciones socialistas de los años ochenta (Ralle, Elorza, Pérez Ledesma, etc.), ni en las síntesis de los noventa (Santos Juliá), como tampoco en las aproximaciones más recientes (revista Ayer, n.º 54, 2004), se presta atención a un tema o problema que parece ocupar bastante espacio historiográfico hoy, pero que no constituía preocupación ni interés prioritario para los creadores, dirigentes y miembros de las primeras organizaciones socialistas, tanto en las últimas décadas del siglo XIX como en las primeras del XX. No faltan recopilaciones sobre «El socialismo en las nacionalidades y regiones», que consisten precisamente en lo que anuncia el título, pero no existen sobre el socialismo que sigue definiendo inequívocamente las siglas del partido, el propiamente nacional español, así, en el plano de la investigación como en el más accesible del ensayo interpretativo.[2]
Claro que al principio, hasta finales del XIX, por no haber no había casi, en España, ni socialistas organizados, y los que había eran tan pocos que podían permitirse permanecer incontaminados doctrinalmente, convencidos del fácil eslogan del internacionalismo proletario, más cómodo aún cuando cualquier posibilidad de presencia en las instituciones parecía remota y alejaba la responsabilidad o necesidad de elaborar políticas propias orientadas a encarar la existencia concreta de discursos nacionalistas, en Europa y en España, progresivamente fortalecidos y difundidos. El PSOE nació a la vida pública un 2 de mayo de 1879, y lo crearon un grupo de antiguos internacionalistas, anteriores militantes de la I Internacional en su mayoría, precisamente el día de lo que entonces era fiesta nacional y patriótica española, algo que distaba mucho de formar parte inicialmente de su cultura identitaria de clase trabajadora internacional; un pequeño grupo, pues, que no aprovechó la jornada para celebrar la nación interclasista, sino para inaugurar el partido de la clase trabajadora.
En este contexto, cobra todo su sentido recordar la posterior oposición simbólica de la fiesta internacional del 1 de mayo, hora de manifestación de la clase desde 1890, frente a la fiesta nacional del 2 de mayo, que continua celebrándose ritualmente y reforzando su función nacionalizadora en la España de la Restauración y cuyo protagonista era el pueblo y no la clase.[3] Anselmo Lorenzo nos ha dejado descrito que, dos décadas antes de que existiera el primero de mayo, la sección madrileña de la Internacional había organizado un té fraternal entre trabajadores españoles y franceses el día 2 de mayo de 1871, como manifestación de su oposición y boicot a la celebración oficial y a la retórica antifrancesa que la acompañaba.
En la misma tradición cultural obrera e internacionalista los primeros concejales socialistas en Madrid, en 1906 y 1908, Pablo Iglesias, Largo Caballero, García Ormaechea, etc., se van a oponer con su voto y con un escrito a los proyectos de conmemoraciones patrióticas y centenarias de las gestas populares contra los franceses, cuyo relato es raíz preferente del discurso nacionalista español, orgullosos entonces, además, de que estas actitudes culturales dejaran bien patentes sus diferencias políticas con los republicanos y con su patriotismo nacionalista. En esta circunstancia se inserta la atención de El Socialista, que el primero de mayo de 1908 dedica un artículo al tema: «Las dos fiestas: 1.º de mayo, 2 de mayo», cuyo significado está tan lejos «como la tierra del sol», pues mientras la segunda es una celebración esencialmente burguesa que «simboliza lo pasado, lo caduco, lo que desaparece para no volver más, la segunda, la del 1.º de mayo, genuinamente obrera, es el porvenir, es la esperanza, es la renovación de todo un sistema».[4]
Son actitudes coherentes en el tiempo, cuya tradición se remonta a los años de la AIT y del primer internacionalismo y que, como doctrina y teoría, van a enraizar bien y a largo plazo en la cultura política de los trabajadores organizados y conscientes. Pero constituyen temas bastante secundarios, incluso inadvertidos en el discurso y en el lenguaje