El Nuevo Testamento paso a paso. John Bergsma
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Nueva Mosaica
Cuando abrimos el Nuevo Testamento y comenzamos a leer, Israel está aún en este último estadio, “profético”, de la historia de la salvación. Han pasado varios cientos de años desde que uno de los grandes profetas pasó por la tierra, pero sus escritos permanecen, y muchos israelitas están convencidos de que el tiempo del cumplimiento está muy cerca. El prometido hijo de David puede llegar en cualquier momento, tomar el control de Jerusalén, y restaurar el reino.
De hecho, hubo dos significativas “falsas alarmas” justo antes y durante la vida de Jesús. Surgieron gobernantes que parecían, de algún modo, cumplir las profecías. Pero luego sus dinastías se desintegraron y las esperanzas se desvanecieron.
La primera causa de falsas esperanzas fueron los Macabeos (o Asmoneos), una familia sacerdotal israelita del centro montañoso del país. Hombres de esta familia se levantaron para vencer a las fuerzas de lengua griega que estaban oprimiendo a Israel en los seis “episodios” de alianzas que preceden al Nuevo Testamento: años 100 antes de Cristo. Los Macabeos ganaron eventualmente la independencia en torno al 164 a. C., formaron un gobierno en torno al 140 a. C., y gobernaron hasta el 37 a. C. Algunos de sus últimos gobernantes tomaron el título de “rey”.
En la cima de su poder, los Macabeos extendieron el reino de Israel casi hasta los límites de David y Salomón. Jerusalén, su capital, se hizo muy rica. Parecía como si la prometida restauración del reino estuviese al alcance de la mano, pero había un problema: los Macabeos tenían una mala genealogía. Los profetas habían prometido un rey del linaje de David. Pero los Macabeos descendían de Leví, la tribu de los sacerdotes, no de los reyes. Así que los Macabeos desaparecieron, y el Imperio Romano se convirtió en el verdadero gobernante de Israel.
Después de los Macabeos surgió otra dinastía; esta comenzó con Herodes el Grande, uno de los hombres más destacados de la historia antigua. Herodes fue un noble de la región al sur de Israel. Se casó en la familia macabea y viajó a Roma, donde convenció al Senado romano para que le nombrase rey de Israel. Al volver a Jerusalén con un ejército romano, suprimió fácilmente cualquier oposición y se estableció como gobernante del país. Reinó desde el 37 a. C. hasta el 4 a. C., y sus descendientes reinaron hasta el 66 d. C.
Al menos dos veces durante la dinastía herodiana, las fronteras de Israel se expandieron casi hasta los límites del reino de David y Salomón, y Jerusalén se hizo extremadamente rica. El gran número de judíos que llegaban como peregrinos de todo el Mediterráneo para celebrar las grandes fiestas en el Templo reconstruido por Herodes proporcionaba a la ciudad una gran riqueza. Una vez más, parecía que las visiones proféticas podrían cumplirse.
Pero había un problema: Herodes tenía la genealogía equivocada. No era un hijo de David. Incluso no era del todo judío: su padre era un edomita, un descendiente de Esaú, un tradicional enemigo de Israel. Ni él ni sus hijos podían dar cumplimiento a las profecías. Por supuesto, muchos judíos podrían haber soñado con asesinar al impopular Herodes y remplazarlo por un descendiente de David. Por esa razón, Herodes tenía manía persecutoria sobre intentos de asesinato y también perseguía a quienes tuvieran sangre davídica. Pero a pesar de sus esfuerzos y los de sus hijos, la dinastía herodiana declinó. Los romanos depusieron al último descendiente de Herodes en 66 d. C.
Cuando Jesús nació, hacia el final del reinado de este Herodes, los judíos estaban en plena exaltación de sus esperanzas y lamentaban por segunda vez tener como gobernantes a una dinastía que no presentaba la sangre correcta para cumplir las profecías. Eso puede explicar por qué el Nuevo Testamento comienza como lo hace, como veremos en el próximo capítulo.
Aquí están nuestros dibujos que resumen los seis “episodios” de alianzas que preceden al Nuevo Testamento:
Alianza Adámica
Alianza Noética
Alianza Abrahámica
Alianza Mosaica
Alianza Davídica
Nueva Mosaica
[1] Plegaria eucarística IV.
PARTE I
¡HA LLEGADO EL REINO DE DIOS!
Mateo
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