Tennessee Williams y la Norteamérica de posguerra. Pilar Illanes Vicioso
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Sin duda, la marginalidad que Williams experimentó en su vida forma parte de la esencia de dichos personajes. Nacido en 1911 en Columbus, estado de Mississippi, y habiendo recibido una educación sureña y tradicional, Tennessee Williams tuvo que enfrentarse desde una temprana edad al hecho de que era diferente. La homofobia presente en el contexto social e histórico en el que tuvo que hacer frente a su orientación sexual impregnó su obra, y dio como resultado personajes que, de igual forma, también sintieron la falta de aceptación y comprensión por parte de la sociedad.
Por otra parte, es imposible obviar la influencia que el Lower South de Estados Unidos, también conocido como Deep South, tuvo en el dramaturgo. La victoria del norte sobre el sur relegó al Lower South a un lugar en la memoria que se perfilaría como una suerte de anacronismo dentro de un país que acabaría rigiéndose por la visión del mundo que tenía el norte. Es más, los cambios que el sur sufrió a causa de la Guerra Civil ayudarían a explicar la dificultad que personajes como Amanda Wingfield o Blanche DuBois tienen para encajar en la sociedad del New South, puesto que ambas son reminiscencias de aquellas Southern belles de antaño.
Según el Dr. James McPherson, la Guerra Civil sirvió para resolver dos cuestiones que quedaron pendientes tras la revolución. Una de estas cuestiones giraba en torno a si los Estados Unidos iban a constituirse como una confederación de estados soberanos, o si iban a unirse bajo un gobierno soberano y nacional. Por otra parte, la segunda cuestión apuntaba a la esclavitud, dado que estos estados habían surgido de la Declaración de Independencia (1776), en la que se especificaba que todos los hombres habían sido creados con el mismo derecho a la libertad (McPherson, “A Brief Overview of the American Civil War”): “We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty and the pursuit of Happiness” (Jefferson et al., “The Declaration of Independence: A Transcription”).
En este caso, las obras de Williams seleccionadas sirven de vehículo para poner en evidencia que las palabras de Thomas Jefferson, las cuales han servido de motor del sueño americano a lo largo de la historia, no contemplaban estos derechos cuando se trataba de aquellos que no se adherían a las normas y estructuras sociales creadas por la clase dominante. Esta discriminación histórica se haría patente de forma indiscutible en las primeras décadas de la Guerra Fría, llevando a las minorías hasta el hastío que finalmente desembocaría en el Movimiento por los Derechos Civiles, la segunda ola del feminismo, y el Movimiento por los derechos de los homosexuales.
Por lo tanto, el objetivo no es hacer un análisis literario de los personajes creados por Williams, sino observar la sociedad estadounidense de la Guerra Fría a través de los sujetos que surgieron de la imaginación del dramaturgo, y tratándolos como si se tratase de individuos reales, ya que, al fin y al cabo, fueron producto de la realidad en la que Williams tuvo que vivir, y síntoma de los tiempos convulsos que se avecinaban.
A Streetcar Named Desire Stanley Kowalski y la sociedad de posguerra
Las “Cuatro Libertades” de Roosevelt: el discurso del miedo
El 6 de enero de 1941 el presidente de los Estados Unidos de América, Franklin Delano Roosevelt, se dirigió al Congreso y a sus ciudadanos con un discurso que sería recordado como “The Four Freedoms Speech”, aunque su título original era “State of the Union 1941”. En este discurso Roosevelt puso de manifiesto la necesidad de intervenir en la guerra que estaba teniendo lugar en Europa, y la necesidad de apoyar a los Aliados. La posición activa y defensiva que el discurso reveló no surgió inmediatamente, sino que fue consecuencia de una serie de circunstancias que llevaron a que Estados Unidos se comenzase a preparar para una guerra en la que, tarde o temprano, sabía que tendría que intervenir. Finalmente el 8 de diciembre de 1941, con el ataque a Pearl Harbor, Estados Unidos declaró la guerra a Japón, uno de los países del Eje.
Estados Unidos había mantenido tanto una política aislacionista con el fin de proteger su economía como una postura neutral con respecto al conflicto nazi. Roosevelt no compartía dicha posición, y su modo de actuar sugiere que vio esta guerra como una oportunidad para que el país ascendiera en su posición de potencia global, por lo que dirigió sus esfuerzos a convencer a los más devotos del aislacionismo de que era necesario que Estados Unidos tomase parte en el conflicto.
Según lo expuesto por el historiador Michael Heale en su libro Franklin D. Roosevelt: The New Deal and War (1999), a partir de 1937 los regímenes fascistas se hacen más fuertes y van avanzando en su conquista, hasta el punto en que Japón, Alemania, e Italia deciden unir sus fuerzas para enfrentarse a la Unión Soviética, lo cual lleva a que Estados Unidos se vea ante una posible confrontación entre el totalitarismo fascista y el totalitarismo comunista (45). De manera que no es de extrañar el pánico que surge ante la idea de que uno de estos regímenes gane la batalla, y Estados Unidos tenga que enfrentarse al vencedor. El presidente Roosevelt ve en estos hechos un motivo más para dejar de lado el aislacionismo y la neutralidad, pero lamentablemente el Congreso no lo ve del mismo modo, puesto que cree que la mejor forma de protegerse es evitar involucrarse en conflictos externos.
En septiembre de 1939 Francia y Gran Bretaña deciden entrar en la contienda, condicionando las perspectivas estadounidenses que, paradójicamente, se situarán en una posición de seguridad, pero que a la vez se verán comprometidas ideológicamente de forma más fuerte que antes de la participación de Gran Bretaña en el conflicto, por la idea de que con esta entrada se arriesgaba indirectamente la seguridad de los Estados Unidos. En cualquier caso, Estados Unidos no entraría todavía en la guerra, aunque Roosevelt siembra en su discurso la duda cuando declara que si bien la nación seguirá siendo neutra, no puede pedir a los estadounidenses que mantengan una opinión igualmente neutra (Heale 46), posicionándose así de manera confusa ante el aislacionismo del país.
La ciudadanía apoyaba a los Aliados, pero en la opinión pública no existía un consenso sobre lo que Estados Unidos debía hacer con respecto a la guerra (Heale 46). Aun así el presidente no cesó en su empeño de adoptar una postura más activa, llegando a conseguir que a finales de 1939 el Congreso diera permiso para exportar armas con las condiciones de que esto no pusiera en peligro la seguridad de los estadounidenses, y de que los países que las compraban se encargasen de llevárselas en sus propios barcos, lo que llegó a conocerse como “cash and carry” (Heale 46). Esta decisión supuso un paso más para adentrarse en el conflicto, haciendo más evidente para la población que la decisión tomada podía tener como respuesta un ataque por parte de los países del Eje. Finalmente, tal y como explica Heale, en junio de 1940 tuvo lugar uno de los sucesos que más agravó la preocupación de los Estados Unidos, este fue la caída de Francia, la cual dejó a Gran Bretaña sola ante Alemania (47). Países como Polonia, Noruega, Dinamarca, Holanda, y Bélgica habían caído ante los nazis, y una vez que Francia también fue sometida, Gran Bretaña sufrió terribles ataques por parte del país enemigo (Heale 47). Estos hechos reforzaron aún más la opinión de Roosevelt de que Estados Unidos no podía mantenerse al margen y que, de hecho, la seguridad de sus ciudadanos estaba en peligro, una posición política que se robustece al ganar de nuevo las elecciones