Gramáticas extraterrestres. Fernando J. Ballesteros Roselló
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Especialmente deseo expresar mi agradecimiento a mis colegas (y amigos) Alberto Fernández, Amelia Ortiz, Bartolo Luque, Javier Díez, Vicent Martínez, Juli Peretó y Daniel Altschuler. Sus correcciones, sugerencias y fructíferas conversaciones han resultado una ayuda inigualable para que este libro adoptara la forma que finalmente tiene y llegara a feliz término. En especial, quiero agradecerle a Daniel el haberse tomado la molestia de escribir el prólogo de este libro y a Juli su inigualable ayuda en los capítulos biológicos del libro. También quiero dar las gracias a Pablo de la Cruz, Sofía Fuentes y Guadalupe Almodóvar por haber soportado mis preguntas cuando la inspiración me fallaba y haberme iluminado con nuevas ideas. Y quiero agradecerles a mis amigos Filomeno Sánchez, M.ª José Rodríguez, Federico Medina y Marina Gómez, su refrescante presencia durante tantos fines de semana; una ayuda indirecta, pero muy útil.
El mayor de los agradecimientos es para mi padre y mi madre, quienes siempre confiaron en mí y siempre me apoyaron, incluso cuando les dije que quería estudiar una cosa tan rara como ciencias físicas.
Por último, deseo agradecer a Herminia, mi media luna, su amor, comprensión y paciencia durante el proceso de escritura de este libro, ya que ella fue quien más lo padeció. Ella ha sido el principal motor de mi inspiración y buena parte del mérito de este libro es todo suyo.
INTRODUCCIÓN
LA NOTICIA DEL MILENIO
El pasado 27 de julio del 2006 se hizo pública en el ámbito científico una noticia que ha supuesto el esperado final de una larga búsqueda: la detección inequívoca de una señal de radio proveniente de una civilización extraterrestre.
La coincidencia con el período vacacional, junto con la prudencia del equipo responsable del hallazgo, ha hecho que la noticia haya pasado desapercibida hasta el momento para el gran público y los medios de comunicación. Sin embargo, este bombazo científico que se ha publicado en la revista especializada Radioastronomy Journal Letters ha supuesto ya una verdadera revolución entre los astrónomos profesionales. El artículo se ha publicado bajo el poco comprometido título de «Radioanomalies of unknown origin in G8 stars» (Osterhagen et al., Radioastr. J. Let. 371, 766-770 (2006)).
El equipo liderado por el profesor Maximilian Osterhagen, del Radioastronomie Institüt Leuercraff, tras un rastreo de más de dos años de estrellas al sur galáctico, localizó en la estrella Tau Ceti, en la constelación de la Ballena, una emisión anómala de ondas de radio en la región de los 21 cm, consistente en una serie de pulsos separados por intervalos de silencio. La anomalía estriba en que se trata de una señal casi cíclica. Si bien es habitual encontrar patrones cíclicos en la naturaleza, la extraña periodicidad de esta emisión atrajo rápidamente la atención de Osterhagen, ya que el intervalo de tiempo entre pulsos de radio variaba de una forma extraña. Este hecho llevó a pensar al equipo en que tal vez algún cuerpo en órbita alrededor de la fuente interceptaba en ocasiones los pulsos periódicos de radio (cuyo origen tampoco resultaba claro) e impedía la recepción de algunos. Por tanto, se intentó determinar cuál era el período más corto entre pulsos, para ver si los demás períodos eran múltiplos enteros de ese período mínimo.
Vieron que no ocurría así, pero casi. Lo que obtuvieron fue que los períodos entre pulsos eran múltiplos enteros de la tercera parte del más corto. Ese tiempo de 1/3 del período más breve debía de ser por tanto el período real que regía el fenómeno astronómico estudiado. La sorpresa fue que no todos los múltiplos enteros eran igualmente posibles. Por contra, tan sólo se encontraron los siguientes valores, y en orden creciente: 3, 5, 5, 7, 11, 13, 17, 19, 29, 31, 41, 43... Estos valores, tomados en parejas, tienen la peculiaridad de ser primos gemelos, es decir, pares de números primos separados por dos unidades. Pero es absolutamente imposible que ningún fenómeno físico pueda producir una secuencia numérica como ésta. Necesariamente, el «fenómeno» que los produce debe saber matemáticas. Es decir, el equipo de Osterhagen ha encontrado a 12 años luz a nuestros vecinos galácticos: una civilización extraterrestre. No existe ninguna otra explicación alternativa.
LA IMPORTANCIA DEL CONTACTO
De una manera tan sencilla como ésta, podría comenzar la que sin duda sería la noticia más importante del milenio. Pero de momento no hay necesidad de que nos alteremos; lamentablemente la noticia anterior es una mera recreación ficticia. Por desgracia, hasta el momento nada similar ha ocurrido en la realidad. Sin embargo, quizá ha servido para que sienta el efecto que una noticia de este calibre tendría en usted. ¿Qué le ha hecho sentir el párrafo anterior? ¿Qué emociones, sensaciones o pensamientos han acudido a usted mientras leía la noticia del hallazgo de otra civilización entre las estrellas?
En algunos casos, sin duda la respuesta ha sido incredulidad. A nuestra cabeza ha acudido la música de En los límites de la realidad y nos hemos dicho «bah, esto es de una película». La noticia resulta de por sí tan improbable que (con buen criterio) tendemos a mostrarnos escépticos de su realidad. Pero en parte nos parece improbable precisamente por la importancia y repercusiones que tendría de ser real. En otros casos, si el lector de buena fe ha «picado» en la ficción anterior, puede que haya sentido un fuerte acceso de emoción. Tal vez haya acudido a su cabeza un «de estas cosas nunca nos enteramos» o «qué lástima, este tipo de noticias nunca llega al gran público». Quizá haya sentido alegría (o miedo) ante la idea de que no seamos la única especie inteligente en el Universo. Muy posiblemente la haya catalogado como la noticia más importante que ha leído.
Y sin duda, de ser cierta, sería una de las noticias más importantes y que más repercusiones tendría en nuestra vida. ¿Por qué resulta tan importante? ¿En qué puede cambiar nuestro quehacer diario el que a varios centenares o miles de años luz exista una civilización extraterrestre?
Para empezar, supondría un auténtico vuelco, un nuevo giro copernicano que cambiaría nuestra posición en el esquema de las cosas, y nos daría una nueva perspectiva del mundo. Por experiencia sabemos que giros similares han tenido en el pasado consecuencias definitivas, que han cambiado, a veces de manera lenta pero siempre indefectiblemente, nuestra sociedad. Antes creíamos que la Tierra era el centro del Universo. Cuando Copérnico postuló que no era así, sino que estaba girando en torno al Sol, y los posteriores avances científicos (en especial el trabajo de Kepler, Brahe y Galileo) dieron la razón a Copérnico, se cambió de repente nuestra posición en la escala de las cosas, y la importancia que tenía nuestro mundo en la Creación. Pasamos así a creer que era el Sol quien ocupaba el centro del Universo.
Desde entonces el avance de la ciencia supuso una cadena de giros copernicanos que nos fue alejando poco a poco del papel estelar que creíamos desempeñar en el Universo: luego resultaba que el Sol no era un astro especial, sino una estrella más entre otras. El trabajo de Darwin demostraba que tampoco éramos objeto de una creación especial, ex professo, por parte de una divinidad, sino un animal más entre otros, fruto de un proceso de evolución ciega. Además, las estimaciones de posiciones y movimiento de las estrellas indicaban que éstas, junto con nuestro Sol, parecían estar girando en torno a un centro común (¿quizá el verdadero centro del Universo?) que se hallaba en realidad extraordinariamente lejos de nuestra localización. Este colectivo de estrellas que giraban en torno al supuesto «centro del Universo» tenía más o menos una forma de disco, y se lo bautizó con el nombre de Galaxia. Creíamos que la Galaxia era, por tanto, el Universo. Hasta que, a principios del siglo xx, llegó Edwin Hubble, quien demostró que aquellas borrosas nebulosas espirales que se adivinaban con los telescopios, y que los astrónomos creían que era pequeñas nubes de polvo dentro de la Galaxia, estaban en realidad a distancias increíblemente lejanas, tanto que se encontraban fuera de la Galaxia. Eran de hecho otros «universos», compuestos por miles de millones de estrellas (los astrónomos llamaron universos isla a estas inmensas colectividades