La cosecha del patriotismo. Sergio López Rivero
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Ya sé que nuestra mirada está teñida por nuestras ideas, y que el color de nuestro cristal nos hace ver el mundo de una u otra forma. Pero esta certeza, no debe nublar nuestro punto de vista. El 26 de julio de 1953 fue considerado en su momento por una franja importante de la población cubana, el sacrificio ritual del nacionalismo cubano ante los cien años de la muerte de su símbolo fundacional José Martí. Un «sacrificio de construcción» diría Mircea Elíade, que imita el gesto primordial del origen de la nación cubana y asume la «responsabilidad de mantenerlo y renovarlo».6 La doble negación, por la muerte de la muerte. Conforme avanzan los años, cada vez quedan menos dudas. La muerte aceptada el 26 de julio de 1953, que anuncia el final (más que del golpe de estado el 10 de marzo de 1952) de la fundación de la República el 20 de mayo de 1902. El poder sacramental de dominar el tiempo en que radica la esencia del sacrificio, permitiendo el intercambio del pasado por el futuro en palabras de Gilbert Durand.7 ¿Qué esta actitud nos resulta extraña? Pues sí. Pero eso que Peter Burke denomina «empatía prematura», debe recordarnos que estamos ante un sistema de creencias cuyos elementos se complementaban en aquel entonces, haciendo prácticamente irrebatibles sus proposiciones centrales.8 Algo que Hayden White, asociaría enseguida con «los estándares de moralidad y buen gusto sancionados socialmente» en aquel momento histórico.9 Y Ernesto Laclau, con el estado embrionario de una configuración populista. Entendiendo el populismo no como ideología, sino como un modo de construir lo político.10
Esto explica que a partir del período en prisión al que fue condenado por conducir aquellos sucesos violentos, Fidel Castro haya reconsiderado el camino hacia la toma del poder. Como podrán imaginarse, invirtiendo el valor simbólico de su sacrificio ritual en la estructuración de un alineamiento colectivo que provocara la subversión de las formas de sociabilidad y que modificara las relaciones con el poder en Cuba. Con esta intención, Fidel Castro fundó el Movimiento Revolucionario 26 de Julio. En esta empresa, a los emigrados cubanos miembros del Movimiento Revolucionario 26 de Julio les tocó coadyuvar a sufragar el costo de la revolución nacional y brindarle apoyo logístico.11 Pero, sobre todo, hacer existir visiblemente al grupo político emergente, estimulando con sus manifestaciones la fidelidad de sus integrantes y el crédito de la opinión pública, con la convicción de que se trataba de una fuerza numerosa, disciplinada y efectiva. Igual que estandarizar el nacionalismo intransigente, haciendo que la revolución ocupara cada vez más lo imaginario de los cubanos normales y corrientes.
Un proceso que transita de convocar a la acción colectiva contra la dictadura de Fulgencio Batista, pretendiendo hacer reconocer su identidad a través de José Martí; a exhibir una manera propia de ser, incorporando sus propios símbolos, rituales y ceremonias. Hasta ascender a su líder Fidel Castro, al lugar sagrado de los padres fundadores del nacionalismo cubano. El proceso de violencia simbólica que llega desplazar el conflicto político: de la dictadura de Fulgencio Batista al gobierno de los Estados Unidos de América como centro trascendente de la Revolución cubana. Lo cual, parafraseando a Clifford Geertz, era como saltar del descontento civil provocado por el golpe de estado del 10 de marzo de 1952, al descontento primordial que conlleva a reajustar las fronteras imaginarias de la identidad colectiva. O lo que es lo mismo: pasar de desear la cabeza de Fulgencio Batista, a la de los Estados Unidos de América.12 A simple vista, el desequilibrio hacia el particularismo que Jürgen Habermas advierte en los nacionalismos, en la tensión permanente que sostienen en este tipo de sociedades con los elementos más universalistas.13
¿Cómo se fabricó y se puso en circulación ese discurso político que ha cumplido función de verdad y que todavía hoy constituye un formidable instrumento de control y de poder? Con varios entuertos por enderezar, esa pregunta la dirigiremos a un conjunto de fuentes documentales, publicísticas y orales durante los años 1955, 1956, 1957 y 1958; a través de tres puestos de observación. La confección y venta del Movimiento Revolucionario 26 de Julio como grupo político emergente, es el primero. El segundo, tiene que ver con la jerarquía de Fidel Castro en el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, que presupone una ventaja en clave de competencia política a la vez que una deformación en el grupo político que lo convierte en amo de las reglas del juego. Entre estas dos aguas navega el tercero: el tránsito de una visión ciudadana universalista (derechos y deberes en el entorno de un acuerdo plural) a una visión de compromiso político marcada por la redefinición de la identidad colectiva. De inversiones en el campo de la creencia y de estrategias de poder habla este ensayo, las mismas que con sus ardides, estratagemas y maquinaciones confirieron valor absoluto al «hacer existir» la nación de Fidel Castro, desafiando la relatividad que define la existencia de cualquier punto de vista.14
Quisiera advertirlo desde el principio. A diferencia de ese cierto estrabismo con que la historiografía tradicional cubana ha visualizado una reacción natural del cambio social en el resultado revolucionario de 1959, la perspectiva analítica que propongo se centra en conocer el proceso a partir del cual los revolucionarios cubanos confirieron sentido a su acción colectiva.15 En saber de sus esfuerzos colectivos conscientes, y en determinar las claves de la búsqueda racional de sus metas colectivas.16 Desafíos simétricos, avanzando en el camino contrario al continuo discursivo del proceso macrohistórico. Excesos teóricos. Todo exceso. Vis-á-vis entre las llamadas «leyes de dirección» y los sujetos históricos ideales.17 Maniobras de distracción, que Giuseppe Galaso simplifica en la ausencia de códigos genéticos político-sociales, madurez histórica o temporal en la escrituras de las revoluciones.18 Historia express cuestionada por su naturaleza exclusivamente social, su carácter rupturista y su desarrollo progresivo.19
Lo digo, sin afeites. Aún cuando reconozca que los acontecimientos históricos no deben ser despojados de su importancia, por mucho espacio que ocupen en el análisis los significados compartidos y las atribuciones simbólicas.20 Que no «todo vale», en el juicio desde el presente de los hechos del pasado.