Santiago Ramón y Cajal. José M. López Piñero
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SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL
SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL
José María López Piñero
Universitat de València
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© De la primera edición: José María López Piñero, 2006
© De esta edición: Herederos de José María López Piñero, 2014
© De la fotografía de la sobrecubierta: Padró
© De la presente edición: Publicacions de la Universitat de València, 2014
Publicacions de la Universitat de València
http://puv.uv.es [email protected]
Fotocomposición y maquetación: Artes Gráficas Soler, S. L.
Diseño de la sobrecubierta: Celso Hernández de la Figuera
ISBN: 978-84-370-9605-6
Sumario
La histología en España anterior a Cajal
Niñez y adolescencia en el Alto Aragón (1852-1869)
Estudiante de medicina en Zaragoza durante el periodo revolucionario (1869-1873)
Médico militar en la tercera guerra carlista y en la de Cuba (1873-1875)
El doctorado y las oposiciones a cátedras de anatomía (1875-1883)
Cuatro años en Valencia (1884-1887), punto de partida de su obra científica
La dedicación a la neurohistología y el magisterio de Luis Simarro
Dos décadas en Madrid (1892-1914): periodo culminante de una vida dedicada a la investigación
Las dos últimas décadas (1914-1934): declinación de un gran sabio
La Escuela Histológica Española
Introducción
Como todos los científicos importantes, Cajal sufre en cada aniversario de su biografía una avalancha de publicaciones oportunistas y de pintorescos actos conmemorativos, que se limitan a reiterar los tópicos y errores de su mitificación falseada. Casi todos proceden de la «polémica de la ciencia española», cuyo residuo continúa siendo uno de los principales obstáculos para conocer seriamente su vida y su obra. Todavía son muy numerosos los que ignoran, o fingen ignorar, que dicha polémica fue una mera proyección de prejuicios procedentes de ideologías que mantenían posturas opuestas: los panegiristas ensalzaron las «glorias de la ciencia española» con la intención de justificar la estructura social, la organización política y el sistema de valores que los negativistas pretendían invalidar con su negra imagen de «látigo, hierro, sangre y rezos». Sin embargo, los excesos retóricos triunfalistas, revestidos en ocasiones de falsa erudición, y las lamentaciones masoquistas de sus contradictores coincidieron en rechazar por completo la investigación del tema. Resultaba impertinente cualquier acercamiento serio y los que lo hicieron fueron ignorados o duramente descalificados por los mandarines culturales de turno.1 Esta conducta culminó en una serie de afirmaciones prepotentes de José Ortega y Gasset. Por una parte, ensalzó el burdo acercamiento histórico limitado a las «grandes figuras» con una imagen de los científicos españoles como «seres de una pieza, que nacen sin precursores, por generación espontánea».2 Por otra, basó la peculiaridad de la cultura española en una interpretación etnocéntrica de la europea, que se manifiesta en su famosa frase:
Europa = ciencia: todo lo demás le es común con el resto del planeta.3
Apenas puede concebirse nada más opuesto al objetivo de nuestra especialidad: la investigación del cultivo de las ciencias como un aspecto integrado en la cultura de todas las sociedades.
También Severo Ochoa llegó a decir:
No es fácil explicar por qué España ha ido siempre muy por detrás de otras naciones en el cultivo de la ciencia y mucho menos fácil explicar cómo en ese terreno árido ha surgido la figura de un Cajal … Cajal fue un autodidacta … Cómo surgió Cajal en el páramo científico de la España de su tiempo es para mí un milagro.4
Esta afirmación refleja su absoluta falta de interés por la historia de la ciencia, que contrasta con la extraordinaria importancia que le concedieron, como es sabido, Rudolf Virchow, Ludwig Aschoff, Albert Einstein, Erwin Schrödinger, Charles S. Sherrington, John F. Fulton, Harvey W. Cushing, William Osler, etc. Para explicarla no puede aducirse su exilio en los Estados Unidos, cuyos numerosos profesionales de nuestra especialidad dedicaron entonces a la actividad científica en España investigaciones tan importantes como las de Lynn Thorndike, I. Bernard Cohen, Charles D. O’Malley, Ursula Lamb y Barbara G. Beddall. Las relativas a la histología en España no eran precisamente una novedad, ya que sobre Crisóstomo Martínez, por ejemplo, se habían realizado casi un centenar de trabajos en diferentes idiomas desde su Éloge publicado en París el año 1740.5
Un caso significativo es lo que ha sucedido con los estudios sobre el granadino Aureliano Maestre de San Juan, el primer maestro de Cajal. En 1935, Eduardo García del Real, catedrático de historia de la medicina de Madrid, le dedicó un importante trabajo,6 pero la guerra civil interrumpió la trayectoria de nuestra especialidad, como la de todas las demás. Durante la postguerra, además de publicar un libro que presentaba a Cajal poco menos que como un fascista,7 se insistió en que era una especie de «caudillo» autodidacta con la delirante fabulación de que había sido el primer español que hizo una autopsia y que utilizó el microscopio. La investigación histórica sobre la histología anterior a Cajal no se reanudó hasta las comunicaciones que María Luz Terrada presentó al I Congreso Español de Historia de la Medicina (1963), en colaboración