La formación de los sistemas políticos. Watts John
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Otra faceta de las interpretaciones estructurales que ha provocado críticas es el hecho de que el nivel estructural –normalmente el económico– sea a veces considerado como un nivel fundamental que cambió muy lentamente, o nada, y modeló en sentido amplio y básico las actividades supuestamente más superficiales de la cultura y la política. Esto ha generado la crítica de que tales acercamientos son apriorísticos y no se pueden falsar: preceden a la lectura de la prueba y nadie los puede verificar excepto sus autosatisfechos creadores. Pero no está claro que las estructuras tengan que ser fundamentales para ser reconocibles o para afectar a los comportamientos. Por otra parte, las formas y patrones tratados en este libro serán, hasta donde se pueda, empíricamente demostrables y abiertos al cuestionamiento empírico. También, de manera significativa, serán estructuras políticas, no económicas. Durante la mayor parte del siglo pasado, la historia estructural asumió la primacía de las presiones y marcos socioeconómicos sobre la política, pero, como han llegado a admitir los historiadores influenciados por la Escuela de los Annales –que han sido los principales exponentes de dicha clase de historia, junto a los marxistas–, «la política y las instituciones pueden contribuir por ellas mismas a la comprensión de la propia política y las propias instituciones».61 No se trata, por supuesto, de que la política sea un proceso totalmente independiente, sino del hecho de que necesita aprehender y dar preeminencia a sus propios patrones de causación e interacción, junto a otros. Es interesante que Wolfgang Reinhard haya desarrollado un modelo de causación política en paralelo al modelo de tres niveles de Fernand Braudel. Hay una «base» o «macro-nivel», compuesto por las influencias sociales más amplias; una «estructura» o «meso-nivel» de «procesos autónomos», determinado por las instituciones y paradigmas predominantes, y una «superestructura» o «micro-nivel», constituido por las operaciones a corto plazo de los individuos y grupos de interés.62
Finalmente, las interpretaciones estructurales han tenido normalmente problemas con la acomodación del cambio: si la acción está influenciada por la estructura, ¿por qué hay cambios? Si aceptamos que hay muchas estructuras en juego y que eran incompletas y estaban solapadas entre sí, no es difícil comprender que las propias estructuras estarán sujetas a procesos de adaptación y manipulación. Cualquier hombre que quisiera llevar un caso legal durante nuestro periodo sabía que debía contar con las estructuras de la ley y de los tribunales, pero también podía buscar ayuda en el señorío, los amigos o los profesionales. Estas estructuras diferentes se desarrollaban relacionándose parcialmente las unas con las otras: las leyes se modificaban para dar cobertura a la variedad cambiante de quejas o para estimular o anticipar las actividades extralegales y semilegales de los señores, amigos y abogados; los tribunales modificaban su estatus o sus procedimientos cuando se enfrentaban a la competencia de otros tribunales o sentían la influencia de nuevas leyes o de órdenes ejecutivas; las redes de amistad y señorío cambiaban con el clima social, legal y judicial, etc. Estos procesos de interacción y adaptación no eran infinitos –si lo hubieran sido, las estructuras no habrían tenido apenas significado–, pero eran suficientes como para explicar los cambios, como el crecimiento de la jurisdicción equitativa administrada de manera central (y su tendencia a convertirse en formal, para lo que eran necesarias más disposiciones) o la gradual centralización de la interferencia política en la justicia, así como su reenfoque por parte de los usuarios hacia las argucias legales, más que hacia las amenazas y sobornos.
Más allá de su conjunto de fortalezas y debilidades, parece que las interpretaciones estructurales, tienen algunas ventajas particulares para el historiador de la política bajomedieval. Ya hemos indicado una: la política de este periodo ha quedado poco conceptualizada y poco explicada, de modo que un acercamiento estructural puede prestarle un molde, un cierto rigor. Pero también hay otras razones firmemente arraigadas en las realidades pretéritas. Como hemos visto, los hombres y las mujeres de la Baja Edad Media estaban claramente expuestos a una variedad de marcos y entidades, muchos de los cuales estaban real o potencialmente en conflicto. Nuestro hombre en busca de justicia, por ejemplo, probablemente podía elegir entre diversos cuerpos diferentes de leyes y costumbres; con un poco de ingenio y algunas conexiones útiles, podía tener acceso a un amplio conjunto de tribunales diferentes, tribunales que no estaban mayoritariamente organizados en jerarquías claras; también podía buscar ayuda extralegal, como hemos visto, y la de diversas posibles entidades diferentes –la parentela, los amigos, los señores o patrones, los vecinos, los socios de negocio, etc.–. Esta multiplicidad de estructuras, presente en muchas esferas de la vida social y política, no solo en la judicial, ayuda a explicar rasgos habituales del periodo, como la tendencia de las grandes colectividades a experimentar altibajos, incluso a fragmentarse, o de las lealtades a ser flexibles y limitadas. Puede proveer algunas razones sobre la adhesión a asociaciones y métodos de mantenimiento de la paz informales y, además, también da indicios, a través de las estructuras jurisdiccionales en pugna, sobre los fundamentos de los conflictos y la escalada de las disputas.
Otras razones por las que las interpretaciones estructurales pueden ser útiles están en relación con los hábitos de pensamiento y expresión de la época. Analizaremos esto más adelante, pero algunos rasgos bien conocidos de la cultura bajomedieval, como el deseo común de basar la acción en la autoridad adecuada, la tendencia a lo sistemático en el pensamiento académico, la celebración y circulación de un número bastante limitado de textos mayores, los sesgos particulares de la educación bajomedieval o la «restringida capacidad de leer y escribir» que caracterizó a la sociedad política del periodo, se conjugaron estimulando el reconocimiento, la preservación y la transferibilidad de estructuras entre áreas y grupos diferentes. Esto no previno la mutación –todo lo contrario–, sino que significó la reproducción de formas comunes reconocibles a lo largo del continente. La consideración de estas estructuras ayuda a revelar las dinámicas que guiaron la política. Por supuesto, también nos ayuda a interpretar las evidencias. Cuando observamos que tanto Felipe IV de Francia (1285-1314) como Juan II de Castilla (1406-1454) son descritos por los cronistas coetáneos como indolentes y aficionados a la caza, podríamos percibir un topos en funcionamiento, más que una presentación fidedigna de la realidad; yendo más allá, podríamos reconocer tales observaciones, entre otras cosas, como formas de capturar el surgimiento de marcos de gobierno más burocráticos, que en determinados sistemas políticos podían aparecer bien rescatando al gobernante de su actividad a tiempo completo, o bien diluyendo el criterio y la energía personal en el acto de gobernar. El tono de queja y frecuentemente crítico de muchos de los textos más «medievales» del periodo, así como la lascivia, el cinismo o el seudorrealismo asociados a las voces «renacentistas», han tenido una poderosa influencia en la manera en que los historiadores han visualizado y descrito la Baja Edad Media. Pero, como sugieren todas las obras especializadas, dichos textos necesitan ser leídos a través de la deconstrucción: a menos que conozcamos las rutinas retóricas y la herencia textual de los escritores del periodo, no podemos encontrar demasiado sentido a lo que escribían.
Finalmente, el posicionamiento de nuestro periodo tras los grandes movimientos nacidos en los siglos XI, XII y XIII ayuda a explicar por qué la atención a las estructuras, y a las estructuras comunes en particular, puede ser útil. Las tendencias internacionalizadoras del periodo –la difusión de una Cristiandad coordinada por el papado, la empresa de las cruzadas, las redes comerciales y de crédito establecidas por los italianos o catalanes– ayudaron a crear un espacio político y social común, por muy superficial e incompleto que fuera todavía. La enseñanza legal y teológica de Bolonia, París y Oxford, las escuelas notariales y retóricas u otros centros donde se educaban las élites administrativas europeas, las cancillerías de los papas y de los reyes, o la predicación de los frailes, esparcieron un conjunto particular de nociones y tecnologías por todo aquel espacio. «La formación de Europa» en este periodo de «formación de la Edad Media» prepara el escenario para los siglos que nos ocupan, tanto historiográficamente como históricamente.63 Historiográficamente, como hemos visto, el «crecimiento»