El mercado de la salvación. Eugenio Marchiori
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¡Imaginen la furia de Minos cuando se enteró de la traición! Ser víctima de la infidelidad conyugal por un humano, vaya y pase, ¡pero por un toro!
Entonces, Dédalo fue convocado una vez más por Minos. Ahora su mecenas (que al parecer no había escarmentado) le pidió que construyera una prisión de la que Asterión no pudiera escapar. De la inventiva del arquitecto ateniense surgió el famoso laberinto, donde encerraron al bestial Minotauro.
Atenas (la patria original de Dédalo) estaba bajo el yugo de Creta. Para evitar el asedio, debía enviar como ofrenda a siete jóvenes mancebos y a siete doncellas destinados a servir de alimento del Minotauro todos los años. Un año resultó seleccionado Teseo, quien –según se cuenta– se habría ofrecido como voluntario para acabar con el monstruo.
Desde la costa cretense, Ariadna –la bellísima hija de Minos– divisó a Teseo y se enamoró perdidamente de él. Al enterarse –ni lerdo ni perezoso– Teseo correspondió a su amor. Como no podía ser de otra manera, Ariadna pidió ayuda a Dédalo, quien siempre estaba dispuesto a dar una mano cuando se trataba de engañar a sus patronos. El inventor le entregó un hilo que ayudó a Teseo a marcar el camino dentro del laberinto, y gracias a ello pudo escapar de allí, luego de acabar con el Minotauro. Como si eso fuera poco, le quedó tiempo para rescatar a los demás jóvenes y se llevó a Ariadna con él.
A pesar de todo lo que había hecho para huir con su amada, el sacrificado Teseo no pudo consumar su amor ya que la doncella estaba en la mira nada más y nada menos que de Dionisios, el dios del vino y de la pasión amorosa descontrolada; pero esa es otra historia.
Volvamos a Dédalo, nuestro astuto héroe del trabajo. Para variar, Minos estaba furioso nuevamente. Con la intención de saciar su sed de venganza decidió castigar al arquitecto ateniense empleando su propia invención y lo hizo encerrar en el laberinto junto a Ícaro.
Fue entonces cuando el ingenioso artesano diseñó las célebres alas de cera y plumas para escapar volando junto a su hijo. Una vez más las enseñanzas de los mitos perduran. El laberinto es la vida y sus pasillos los problemas que esta trae aparejados. Vivimos encerrados en nuestros propios laberintos chocándonos una y otra vez con las mismas paredes y volviendo a los mismos lugares sin poder salir. Como si fuera la sugerencia de algún moderno gurú de la autoayuda, Dédalo “pensó fuera de la caja”. Rompiendo el paradigma establecido según el cual para escapar de un laberinto hay que recorrer sus pasadizos hasta encontrar la salida, el inventor “rompió el molde” y encontró un escape impensado: salir volando. Pero retomemos el relato.
Conocedor de cómo tratar con poderosos y salir airoso, Dédalo instruyó a Ícaro para que no volara demasiado alto ya que la cera podría ser derretida por el sol, ni demasiado bajo, ya que la humedad del mar dañaría la cera y las plumas se despegarían.
Pero la hybris46 se apoderó de Ícaro que, envalentonado con su nueva habilidad y encandilado por la luz, se elevó demasiado, sus alas se derritieron y murió ahogado en el Egeo. Ese era el destino que le habían tejido las Moiras para vengar el crimen de Pérdix, el hijo de la hermana de Dédalo. Sin poder hacer nada para rescatar a su hijo, Dédalo continuó su vuelo hasta Sicilia, donde se refugió en casa de un señor llamado Cócalo, que pronto se convirtió en su nuevo benefactor.
Minos descubrió que Dédalo había escapado y montó en cólera una vez más. Decidió perseguirlo por todas partes para vengarse de sus múltiples traiciones. Para encontrarlo ideó un ardid digno del arquitecto. Llevaba siempre con él un pequeño caracol (que no deja de ser una especie de laberinto en miniatura) y ofrecía un premio al que lograra pasar un hilo a través de él. Sabía que solo Dédalo sería capaz de resolver el desafío.
Un día Minos pasó por lo de Cócalo y le explicó el reto. Cócalo se comprometió a resolverlo e invitó a Minos a pasar por su casa al día siguiente. Luego le entregó el caracol a Dédalo, quién, para resolver el problema, ató un hilo a la pata de una hormiga que recorrió sin inconveniente el interior del caparazón. Cuando Cócalo le mostró la solución, Minos supo que Dédalo se encontraba en su casa y le exigió que se lo entregara para vengarse. Cócalo fingió acceder, pero antes lo invitó a tomar un baño preparado por sus hijas. El agua (que llegaba a la bañera por unos conductos especiales diseñados, ¿por quién? Sí, acertaron, por Dédalo) estaba lo suficientemente caliente como para hervir a cualquier mortal. Encandilado por la belleza de las jóvenes, Minos se metió sin notarlo. Una muerte no muy honrosa para un personaje antipático que fue engañado por las mañas de otro más astuto que él. Zeus los cría y ellos se matan.
Dédalo es la mano de los dioses en la Tierra. Un instrumento imprescindible para ejecutar los deseos divinos. Es quien logra la síntesis entre la crueldad intelectual de Apolo y la naturaleza vehemente de Dionisios, y la pone al servicio de las pasiones más locas. La habilidad de Dédalo es materializar el destino tejido por las Moiras. Dicho en otros términos, Dédalo hace el “trabajo sucio” para los dioses.
Dédalo no se rebela abiertamente a sus patronos sino que se resiste a la autoridad terrenal cambiando de mecenas. Con “picardía” selecciona al nuevo patrono entre quienes confrontan con el anterior. Trabajó para los intereses de ciudades como Atenas, Creta y Sicilia, y para contrincantes como Minos, Pasifae, Ariadna y Cócalo. Dédalo no le cede su lealtad a ningún mortal. En cada nueva realización traiciona a su empleador anterior y se sale con la suya. No es “dominado” por nadie, sino que responde a sí mismo y a los dioses. Solo se cuida de no sucumbir a la tentación de la hybris, porque sabe bien que la desmesura es una ofensa que los dioses no están dispuestos a tolerar. Es ambicioso, trabajador y creativo. Gracias a su astucia y talento (dones que humildemente reconoce le han sido prestados por los dioses) consigue siempre salir airoso de los desafíos más difíciles. En pocas palabras, Dédalo es el arquetipo del entrepreneur exitoso. Una suerte de cruza entre Jeff Bezos y Elon Musk, pero con menos plata.
No hay registros sobre las circunstancias de la muerte de Dédalo, pero, conociendo su habilidad para salir airoso de las más difíciles situaciones, es probable que haya muerto de viejo en algún lugar paradisíaco de Sicilia, mientras contemplaba a las gaviotas pescar en el Mediterráneo.
Prometeo, gracias por el fuego: el dios que nos regaló la tecnología
Hay varias versiones del mito de Prometeo, pero todas coinciden en que intentó engañar a los dioses del Olimpo para salvar a los hombres entregándoles el conocimiento técnico y el fuego, o variantes de estos dones, como el lenguaje47.
El relato se remonta a un tiempo en que ya existían los dioses pero aún no habían creado a los seres vivos. Para darle vida a las diferentes especies decidieron modelarlas con una mezcla de tierra y fuego. Para distribuir las cualidades entre los mortales eligieron a los hermanos Epimeteo y Prometeo. El primero le imploró a su hermano que le permitiera realizar esa tarea y le prometió que solo tendría que juzgar su trabajo al final. Prometeo accedió.
Epimeteo les dio velocidad a algunas criaturas y a otras les dio fuerza. Fue así como dotó a las diferentes especies con características propias que les ayudaran a sobrevivir. En la distribución balanceó el poder de unas contra otras de forma de evitar la mutua destrucción. Luego de las cualidades para defensa y ataque les otorgó protección contra las inclemencias del clima. A algunas les dio piel gruesa para escudarlas del calor y del frío, a otras pieles, a otras plumas, y así