El Perro. Guido Pagliarino
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу El Perro - Guido Pagliarino страница 6
—Entiendo. Ya conocía de nombre su agencia.
—Es la primera en Italia por volumen de negocio. Trabajamos también en otros países europeos.
—¿Desde cuándo trabaja en la Buzzi?
—Desde 1958, al dejar el despacho de la esposa de común acuerdo. Allí había trabajado como empleada para todo durante 14 años, con muchos encargos de recoger informaciones para los procesos en los que tenía que trabajar.
—Es decir, un trabajo casi igual que este.
—Más sencillo, no había que realizar trabajos de escolta, solo investigaciones privadas, pero el salario era menor. Así que un día pedí al marido que me contratara en su agencia después de haber hablado con la señora. Me aceptaron también gracias a los buenos informes de ella, que entonces se valía de la agencia conyugal y ya no tenía necesidad de mis investigaciones personales. Pero antes tuve que realizar un curso interno de formación que no podía haber sido más duro.
—Cuénteme algo más sobre esta noche, por favor.
—Sí. El ingeniero Mangiaforni, para que yo pudiera acompañarlo a la inauguración, había pedido una invitación para dos personas. Llevo debajo el vestido de noche y tengo la pistola en el bolsillo derecho del abrigo, que, obviamente, no dejé en el guardarropa, sino que mantuve sobre las rodillas durante el espectáculo y en el brazo en los intermedios entre los cinco actos; y sin embargo, cuando ese perro atacó rápido como una flecha, solo lo he visto en el último momento y no he podido disparar a tiempo, solamente poner las manos sobre el arma en el bolsillo. A pesar de toda mi preparación, no he podido salvar a quien tenía que proteger: ¿quién podía haber esperado algo tan inusual?
—¿Por qué no caminaba junto a Mangiaforni, sino unos metros más atrás?
—Sí, unos pasos a su espalda, para una mejor visualización: junto a una persona no se ve todo.
—¿Qué piensa de ese perro, señorita? A mí no me ha parecido un vagabundo rabioso, más bien, visto cómo se ha producido el ataque, yo diría que estaba entrenado para matar.
—Tampoco yo considero probable un accidente, señor Velli. Una acción demasiado eficaz de ese animal. Podría ser un homicidio premeditado. ¿Tal vez las Brigadas Rojas hayan ideado un nuevo método de ataque?
—Podría ser, pero me parecería más verosímil una acción de las Brigadas Negras. El ingeniero había sido un comandante partisano y por tanto enemigo de los fascistas, mientras que, por el mismo motivo, no me parece muy probable que las Brigadas Rojas hayan colocado en su punto de mira precisamente a un antiguo jefe partisano y no a otro directivo. De todos modos, creo que podremos saber algo más mañana: si se trata del homicidio de un directivo industrial por parte de brigadistas rojos, tendremos enseguida una reivindicación como es habitual en ellos; pero si se mantiene el silencio, la pista a seguir podría ser la fascista con el objetivo de un antiguo dirigente partisano con una medalla de oro de la Resistencia.
—Sí, señor Velli —Tras estas palabras, la señorita Manforti, debió sentir un deseo repentino e incontrolable de fumar—. Perdóneme —me dijo buscando en el bolsillo interior de su cómodo abrigo un paquete de cigarrillos. Sacó uno, se lo puso en los labios y lo encendió con un pequeño mechero sacado del mismo bolsillo inmediatamente después.
El humo de tabaco que desprendía me molestó. Hice espontáneamente un gesto de ventilación.
—Perdóname otra vez, debe haber una brisa que desvía el humo, no he respirado hacia usted.
—Um… no pasa nada —dije con una falsa sonrisa.
Me sorprendió un poco que Manforti no hubiera podido esperar a que nos despidiéramos. Pero un momento después entendí qué había pasado: era el molesto pensamiento del favor que estaba a punto de pedirme. Debía ser una mujer muy orgullosa.
Después de otra calada, me dijo vacilante:
—Señor Velli… acción negra o roja, he fallado y… corro el riesgo de ser despedida. Le he molestado… sí, sin duda para ayudarle, pero… tendré que pasar pronto bajo las horcas caudinas de mi jefe y… en resumen…
—Dígame, no tenga miedo.
—Usted ahora escribirá un artículo sobre lo que ha pasado.
—Claro.
—Pues bueno… ¿tal vez pueda dejar claro lo rápido de la acción de ese perro y por tanto la imposibilidad de intervenir a tiempo en defensa de Mangiaforni?
—Entiendo, señorita, —Sonreí con complicidad—. A usted le gustaría que escribiera, tomándome un poco de libertad frente a los hechos desnudos… digamos que para interesar más al lector con un poco de detalle, que usted, la señorita Luisa Manforti, valiente empleada de la Sam Buzzi, que escoltaba a la víctima, saltó de inmediato en auxilio de su protegido, extrajo la pistola y apuntó a la bestia babeante, entendiendo al instante la intención agresiva de la fiera, pero que ese monstruo había sido tan veloz que, a pesar de su gran diligencia y habilidad, no había podido disparar sin que el pobre ingeniero acabara muerto.
—Se lo agradecería muchísimo, señor Velli.
—Lo haré, señorita.
—Se lo podré contar así a Sam, ¿verdad?
—Por supuesto.
De vuelta a la redacción, escribí rápidamente el artículo, que pudo incluso aparecer en la primera edición: una pieza basada en lo no mucho que había sabido de Mangiaforni a través de la señorita Manforti, incluyendo los elogios que le había prometido. Ada, por su parte, ya había redactado la correspondiente entrada de portada y finalmente nos fuimos su casa, esa vez solo a dormir.
FOTOGRAFÍA FUERA DEL TEXTO
Piazza Castello de noche fotografiada desde arriba (con un enorme gran angular que da la falsa impresión de una plaza casi circular, no rectangular como es en realidad). Fuente de la imagen: diario web
Moleventiquattro