La comunidad sublevada. José Bengoa

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La comunidad sublevada - José Bengoa

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tienen que ver no solamente con lo económico, sino principalmente con lo igualitario, con la ciudadanía; con la participación. Sociedades de castas donde las masas empobrecidas no tienen expectativas más que parciales y acotadas a lo posible son, por lo general, de muy bajo nivel de ciudadanía y de alto nivel de explotación. Esa es la segunda parte.

      En Chile, según el cuadro que presentan los profesores de la Universidad de Chile Félix Ordóñez e Ignacio Silva, ocurrió una curva casi idéntica a la señalada de Davies, como se ve en el gráfico adjunto.64 Los autores denominan al fenómeno “brecha recesiva” (barras de color gris en el gráfico), lo que no es muy diferente a lo que venimos discutiendo.

      Por cierto que estas prevenciones de los economistas críticos y de sectores empresariales afectados no son de conocimiento generalizado, pero se reflejan en disminución de la dinámica de empleo, de los salarios, etc., elementos recesivos en una sociedad que por más de dos décadas estaba acostumbrándose a un crecimiento económico sostenido. Sin ser ni mecánicos ni economicistas, cabe poca duda de que es un elemento subterráneo del malestar generalizado, de las movilizaciones, en fin, de lo que ha ocurrido en estos años en el país.

      Es por ello que la tercera parte de la ecuación se pregunta acerca de lo que ocurre en situaciones de ruptura del proceso de crecimiento exponencial señalado. Allí la diagonal de las expectativas sigue derecha hacia el infinito y la curva del crecimiento o se achata y/o comienza a descender65. Ahí se produce un “hiato”, que en un primer momento es aceptado, ya que siempre hay un trecho importante entre realidades posibles y expectativas. Pero llega un momento en que se abren ambas líneas, el gap (brecha) intolerable de Davies; esto es, una diferencial, una “brecha”, entre expectativas y posibilidades reales de concretarlas que la sociedad no soporta. A medida que crecen las economías —y si crecen deformes es peor—, este “hiato” se puede hacer cada vez más profundo. Bueno es señalar en este momento que estos fenómenos son de una alta complejidad simbólica. Son representaciones colectivas y no son reductibles a cifras. Un ministro de Hacienda puede mostrar “que crecemos” más que cualquier otro país de América pero ni es creído y quizá exacerba el gap intolerable.

      Fuente: Félix Ordóñez e Ignacio Silva, artículo citado.

      La conclusión, o primera derivada de la ecuación anterior, señalaba que en ese momento, en ese espacio virtual, pero también real e histórico, se producirían con más facilidad disturbios sociales o revoluciones sociales. Muchos otros autores, como Charles Tilly, han tratado de complejizar más este fenómeno y sobre todo quitarle su carácter fuertemente psicologista. Por ejemplo, va a depender ese gap intolerable de la memoria colectiva (Hallwachs) de esa sociedad, como lo analizamos en el capítulo segundo de este libro; del peso que ha tenido el desarrollo anterior (path dependency); de la existencia o no de actores sociales y políticos constituidos, como ya lo analizaba Trotsky al evaluar la revolución de 1905 (en su obra 1905: Resultados y perspectivas); de las ideologías y fortalezas de los movimientos sociales (Touraine), en fin, una multiplicidad de hechos que han analizado las ciencias sociales.

      Esta teoría tiene cierta base empírica o por lo menos así se lo ha pretendido. Hay estudios que han mostrado que los procesos revolucionarios, tanto en la historia larga de la modernidad como en América Latina, no se han producido en períodos de depresión económica, sino por el contrario en momentos de auge y crecimiento. En esos períodos se produce una mayor confianza en la acción pública. Comparaciones entre altas tasas de ocupación y acciones colectivas son reales. Los trabajadores tienen más confianza en que no perderán sus trabajos. En cambio la situación contraria es muy común: altas tasas de desocupación inhiben la acción colectiva.

      La segunda derivada, que es más compleja, señala que en muchos de estos casos las explosiones sociales comparten, por un lado, el objetivo de obtener el logro de esas expectativas insatisfechas y, por otro lado, la conciencia de que para hacerlo se debe cambiar el conjunto de la ecuación. En particular cuando se percibe que la curva del crecimiento económico nunca logrará alcanzar o a lo menos ponerse en paralelo con la de las expectativas. El gap intolerable es por lo tanto la fuente subjetiva de las propuestas radicales de cambios estructurales. Es lo que se afirma normalmente. Con este modelo económico no se llega a ninguna parte… esto es, no se pueden satisfacer las expectativas creadas por el propio crecimiento económico. En este punto no estamos diciendo nada demasiado diferente de lo que Carlos Marx avizoró para el capitalismo: la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas —el crecimiento económico— y las relaciones de producción —la situación de empobrecimiento de las clases sociales, la ausencia de participación en los beneficios de las personas y grupos en una sociedad— provocaría las condiciones revolucionarias y la caída del capitalismo.

      Y la tercera derivada, mucho más discutible, pero interesante y determinante en los estudios sobre el cambio social, desde la Revolución Francesa hasta hoy, es que este fenómeno explicaría por qué los procesos revolucionarios, al no poder satisfacer las altas expectativas, rápidamente pasan de una primavera en la que “florecen mil flores” a un período marcado por la necesidad de autoridad de modo de contener la situación imaginaria alcanzada. Habría que agregar que las grandes revoluciones triunfantes no ven otra alternativa que “suprimir” a las clases poderosas y “pudientes” de modo de alcanzar masivamente las expectativas acumuladas. Desde la Gran Revolución, como dice Kropojkin, el “terror” es una variable determinante. Agregaría, respetuosamente, así también la “restauración”.

      Claro que hay una cuarta derivada. La represión y la depresión social. Si el crecimiento económico comienza a descender en forma relativa, también en forma semejante lo puede hacer la curva de las expectativas crecientes. Es la “privación relativa” de Davies. Esto es, la aceptación del no cumplimiento de las expectativas. Es lo que hay, se diría en nuestra jerga. Muchas veces, o casi todas, esa moderación en las expectativas es “a punta de palos”, y algo más que palos como lo sufrimos los chilenos de los setenta, cuando evidentemente se había producido una enorme revolución de las expectativas políticas y sociales de enormes sectores de este país. Así como estos momentos son de tipo revolucionarios, o con posibilidades de cambios, son también los típicos momentos represivos contrarrevolucionarios en que el sistema produce, a través de la fuerza, el ajuste entre expectativas y posibilidades de su logro en el marco estrecho e inmodificado anterior. Restauración es el nombre de estos procesos.

      Chile inició un crecimiento económico sostenido (ni sostenible ni sustentable) el año 1997/8. Habían dado resultado, a su manera, los ajustes de todo tipo y el capitalismo criollo iniciaba una nueva fase de acumulación, en este caso despiadada y salvaje. Se constituyó en la sociedad chilena una cultura consistente en considerar que las modernizaciones valían por sí mismas, sin preguntarse cuál sería el sentido de las mismas. La modernización compulsiva tuvo con el cambio de gobierno desde la dictadura a la democracia una función profunda: ensamblar lo ocurrido en los casi veinte años anteriores de dictadura; lo que iba a ocurrir en los veinte años futuros de la Concertación de Partidos por la Democracia. Fue el horizonte político-cultural del país: Chile llegará a ser un país moderno y desarrollado en el 2000, luego en el 2010, ahora en el 2020, se dijo y se dice. Tranquilos, trabajen y esperen, ¡ya viene!, ya se vislumbra, nos dijeron y nos dicen. El horizonte, esa fina línea imaginaria que siempre se mueve más allá, como decía con tanta gracia en sus cuentos José Miguel Varas, y que nunca se podrá atrapar.

      El consumo, como bien señaló Tomás Moulian, y la educación fueron los dos ejes del cambio cultural. Consumir aparatos y productos de la modernidad: dejar los “porotos con riendas” de la pobreza y pasar al pollo con papas fritas o a la “pizza de la modernidad” acelerada urbana, y luego al “suchi” que nutre de expectativas de globalización y sofisticación. Dejar el aislamiento de las comunidades encerradas y comunicarse

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