Pablo VI, ese gran desconocido. Manuel Robles Freire

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Pablo VI, ese gran desconocido - Manuel Robles Freire страница 2

Pablo VI, ese gran desconocido - Manuel Robles Freire Testigos

Скачать книгу

Civiltà Cattolica.

      Un día el papa Montini le contará a Jean Guitton esta confidencia: «Debo a mi padre ejemplos de coraje, la obligación de no rendirse fácilmente al mal, la promesa de no preferir nunca la vida a lo que da sentido a la vida. Su enseñanza puede resumirse en una palabra: ser un testigo. Mi padre no tenía temores».

      La piedad de los Montini

      En su tiempo era frecuente entre las familias profundamente religiosas de Lombardía y también del Véneto elegir a suertes al comienzo de cada año un santo protector para cada uno de los miembros de la familia y de los criados. Así, por ejemplo, con el año nuevo de 1924 le tocó en suerte al joven Battista santa Isabel; cosa que su madre le comunicó con la indicación de que se alegraba muchísimo de que aquel año le acompañase la madre del precursor, Juan Bautista.

      En la familia se practicaba aún ese sorteo de un patrón celestial cuando Battista fue elegido papa. Un día, durante la audiencia general su hermano mayor, Lodovico, le entregó con cierto disimulo una nota con el nombre del Santo protettore que le había caído en suerte para aquel año. Los periodistas lo advirtieron y se enteraron de lo que se trataba. Y alguno que otro pensó que sería bueno poder seguir contando con tales protectores.

      Los rasgos físicos que Pablo VI heredó de sus padres

      Los que conocieron al papa Montini de niño dicen que tenía los ojos de su madre, y esa mirada que penetraba en el interior de las personas. Y de su padre había heredado las grandes orejas, su nariz prominente y ese valor sereno ante los acontecimientos.

      La abuela del papa Montini

      La abuela del papa Montini se llamaba Francesca Buffali y muy joven se había quedado viuda. Había sido una buena esposa, y una madre llena de dignidad y prudencia. Y se fue a vivir con su hija soltera Maria, a casa de su hijo mayor Giorgio, siendo para su nuera Giuditta como una madre. Eran tiempos patriarcales, y Francesca, que tenía grandes cualidades, siempre tuvo un lugar importante en casa de su hijo Giorgio, lo mismo que la tía Maria, la hermana soltera, que era la que se ocupaba de las labores domésticas de la casa de los Montini. Se conserva una carta de Giuditta a su suegra, antes de casarse, donde le decía: «Voy a vivir con vosotros, orgullosa de mi puesto, persuadida de que vuestro afecto, después de la ayuda de Dios, será mi asidero para cumplir aquellos deberes que asumo de todo corazón, aunque temblando por mi poquedad».

      Una abuela aristócrata

      Esta mujer aristócrata estaba impregnada de una fe cristiana excepcional, que compartía con su marido Lodovico Montini, que en Brescia era la cabeza visible de la juventud católica organizada.

      En su juventud había curado a los soldados heridos en la lucha bresciana para liberar la Lombardía del extranjero. Y fue cumplimentada por el general garibaldino Nino Bixio.

      También ella, igual que su marido Lodovico, tras el violento saqueo de 1870 en Roma, parecía sufrir el «mal de Roma», que consistía en su amor al papa, y se lo contagió a sus hijos y nietos.

      Se conserva una foto del papa Montini con su abuela Francisca

      Todavía se conserva una de las fotografías del pequeño Battista en brazos de su abuela, flanqueado y casi sostenido por Lodovico, mientras el hermanito se empina sobre los brazos de la abuela. Está elegantemente vestido, lleva un faldón con un amplio babero. Su mirada curiosa y pensativa se dirige a lo lejos. La abuela sujeta fuertemente con la mano su manita derecha, aquella diestra del futuro papa que el artista Floriano Bodini esculpirá gigante e imperiosa, por la carga de bendición que contenía y que dispensaba a la humanidad.

      La fe de la abuela del papa Montini

      El 13 de junio de 1900, Francesca escribía desde Roma a su nuera Giuditta: «Esta mañana he estado tres horas en San Pedro y he rezado con el mayor fervor posible para que la fe en Jesucristo, sellada con la sangre de Pedro, no venga nunca a menos en mis hijos y nietos queridísimos; ni tampoco la adhesión inquebrantable al Vicario de Cristo». Y añadía un saludo para el «buen niño» Battista: «Queridísimo Battista, si eres siempre tan bueno como yo pido que seas, verás cosas mejores en el cielo». El pequeño Battista le correspondía con un cariño intenso. Siempre que estaba lejos de casa, escribía a la abuela Francisca.

      Una carta del joven Battista Montini a su abuela

      Un día de 1916, Battista escribirá a su abuela para hacerle esta declaración: «Tú eres la que nos da unidad. Y nos hace un bien inmenso tu palabra y tu ejemplo. ¡Qué fuerte me siento, abuela, cuando tú me das ánimos! Me parece que tú engendras en mí una cierta obligación de correr, correr con todas mis fuerzas, con toda la perfección posible en mi nueva vida. ¡Esa vida que el Señor quiso que comenzase en la familia: quizá lo estableció la Providencia para que yo apreciase mejor el nido en que me hizo crecer».

      La tía Maria Montini

      En la vida de Montini ocupó un lugar importante su tía Maria, hermana de su padre, don Giorgio. La tía Maria «administraba una presencia femenina distinta y más tranquilizadora». Vivió siempre en casa de sus padres, y acompañó a su sobrino en los grandes y pequeños sucesos de su vida.

      Eran famosos entre sus nietos los platos que cocinaba tía Maria. Con catorce años, Juan Bautista devoraba todo lo que pillaba, y a veces le decía: «Tía, soy el más holgazán. Como de costumbre estoy hambriento; espero los buenos bocadillos que tú me prepararás cuando regrese».

      La tía Bettina Montini

      Era hermana de su padre y vivía en Milán. A los seis años fue con sus padres a visitarla a Milán y siempre recordaría que lo llevó a un pequeño zoológico que había en la parroquia del Carmen, para que viera el bello y multicolor pájaro del paraíso. Su tía enviudó en 1909, y se entregó a la atención de los niños pobres dentro de una congregación laical. Cuando su tía murió, su sobrino, ya papa, hizo de ella un encendido elogio: «Mujer de vivísimas dotes naturales, gran inteligencia, pero sobre todo gran corazón»...

      Ludovico, el hermano del Papa

      Ludovico nació en 1896, y le tocó combatir en la I Guerra mundial. De ella sacó sus experiencias y, al concluir sus estudios de jurisprudencia en Roma, empezó como pequeño funcionario en la Oficina Internacional del Trabajo, en Ginebra, durante los años 1921-1923. Décadas más tarde, el 10 de junio de 1969, su hermano el Papa visitará la institución, comprometiéndose ante aquel foro internacional con la línea de su predecesor en pro del derecho y del trabajo, en favor de una colaboración internacional para remediar el paro; en una palabra: en favor de las personas trabajadoras.

      Ludovico se casó con Giuseppina Folonari, tuvo siete hijos y tras su regreso de Ginebra a Italia se comprometió con el movimiento obrero católico contra el fascismo, fue miembro de la asamblea constituyente a la caída de Mussolini, tres veces diputado y, finalmente, fue elegido para el senado italiano. Su labor como presidente de las obras de socorro italianas e internacionales sigue siendo inolvidable.

      Francesco, el hermano pequeño del Papa

      Su hermano pequeño, Francesco, nació en 1900, continuó la tradición paterna y estudió Medicina en Padua y Siena. Fue un hombre de preocupaciones científicas y muy reflexivo. Durante tres décadas y media dirigió el laboratorio-hospital de los Hermanos de la Misericordia de Brescia. Durante algún tiempo fue presidente del colegio médico de la ciudad y miembro de la presidencia del partido democristiano regional. Se casó con la condesa Camilla Cantoni Marca, con la que tuvo dos hijas. En 1973 tuvo un infarto de miocardio,

Скачать книгу