Cambio sin ruptura. Ignacio Walker Prieto
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¿Qué otros aspectos contempla la globalización, Ignacio?
Ignacio. La globalización solemos entenderla en términos de la economía, de la expansión de los mercados, del libre comercio. Más allá de estos aspectos, sin embargo, hay ciertos rasgos que son inherentes a la globalización que no podemos perder de vista. Uno de ellos es el de los derechos humanos contenidos en la Declaración Universal de 1948. El nuevo estatuto de los derechos humanos, según aparecen y se desarrollan desde la Segunda Guerra, perfora la idea predominante de la soberanía absoluta que había estado en boga desde el siglo XVII con Thomas Hobbes, con el desarrollo del Estado-nación. No hay soberanía absoluta. La soberanía reconoce como límite el respeto por los derechos humanos. No se pueden violar los derechos humanos apelando al principio de no intervención. Eso marca una nueva conciencia universal, el avance en torno a los derechos humanos. Es un aspecto central de la globalización.
Y aparecen nuevas agendas…
Ignacio. Surge una nueva agenda de los derechos humanos que comprende los temas de género, de pueblos originarios, de medio ambiente y respeto por la naturaleza. Un segundo aspecto inherente a la globalización, por supuesto, es la democracia, que es el régimen político de la libertad, cuyo fundamento ético es el respeto por los derechos humanos. En nuestros días, la democracia está amenazada por esta oleada nacionalista populista de derechas o de izquierdas que se extiende en distintas partes del mundo. Ahora bien, como nos enseñan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias, las democracias ya no mueren por un golpe de Estado, por ejemplo, como solía ser en América Latina, sino que terminan de desmoronarse por un proceso de erosión interna. Es lo que estamos viviendo, agravado por el uso y abuso de las nuevas tecnologías de Internet, las redes sociales en general y esta comunicación instantánea que hace todo más frágil, más precario, y a los gobiernos más vulnerables y más ingobernables. Esa forma directa, que se expresa en no más de 280 caracteres o en un click, puede llegar a erosionar las bases de la democracia representativa y deliberativa que está dada por la intermediación política que representan los partidos, los parlamentos y las instituciones en general.
¿Pero es la globalización la que ha puesto en jaque la democracia?
Ignacio. Los derechos humanos y la democracia son un aspecto de la globalización. Ahora bien, tal vez el punto de partida de la situación actual sea un cierto exitismo que se vivió en los años noventa en torno al triunfo de la democracia liberal y la expansión de los mercados, tras la caída del Muro de Berlín y el desplome del comunismo y los socialismos reales. Es lo que Samuel Huntington llamó la tercera ola de democratización, que parte a mediados de los años setenta, en Europa meridional, y a fines de esa década en América Latina. Después se extiende al Sudeste Asiático, a Sudáfrica. Es el tiempo de las transformaciones de China desde las reformas de Deng Xiaoping del año 78 y, de ahí en adelante, con esta apuesta por la apertura externa, un crecimiento alto y sostenido, y la centralidad de los mercados. Es la época del Consenso de Washington, que aparece justamente en los años noventa. Entonces, en todo este ambiente se percibe un cierto triunfalismo en relación a la democracia y los mercados, lo que lleva a Fukuyama a plantear su tesis del fin de la historia. El fin de la historia en un sentido hegeliano, de los grandes paradigmas, en este caso de la democracia liberal y de las economías de mercado.
¿Qué es lo que siguió?
Ignacio. Todo esto se hizo cuesta arriba en los años y décadas siguientes. El primer revés fue el brutal ataque a las Torres Gemelas, en Nueva York, el 11 de septiembre del 2001 y la emergencia del fundamentalismo islámico, que plantea un serio cuestionamiento a los paradigmas liberales, democráticos, y seculares. El mismo Huntington habla ahora del choque de civilizaciones. Luego se produce la gran crisis económica y financiera del 2007-2008, que es la más grande crisis de la economía internacional desde los años treinta. Vienen las movilizaciones del año 2011 en distintos países del mundo, en España, en Chile, y en muchos países. Para qué decir la promesa, que devino en frustración, de la Primavera Árabe. Ahí están las protestas universitarias y de los sectores medios en Chile el mismo 2011. Finalmente, y de manera muy importante, esta oleada nacionalista populista, de derechas y de izquierdas de los últimos años, que nos colocaron de nuevo con los pies sobre la tierra bajo la constatación de que la globalización no sólo tiene un lado luminoso, el vaso medio lleno, sino que tiene un lado oscuro, el vaso medio vacío: la globalización ha dejado ganadores y perdedores. La globalización deja al descubierto un gran vacío, tal como lo advirtió Robert Gilpin en los años noventa: la falta de instituciones, de reglas del juego, que la hagan gobernable.
Si en los noventa el título lo daba Fukuyama con “el fin de la historia”, ¿cómo se titularían los años que vinieron?
Ignacio. El título de los años 2000 es La política en tiempos de indignados, el título del libro del filósofo político vasco, Daniel Innerarity, en que se hace cargo de este lado oscuro de la luna. Y es que la globalización tiene esta dinámica entre ganadores y perdedores que genera una gran tensión en relación a la doble promesa de la democracia y del bienestar proveniente de la dinámica de los mercados. El pecado del neoliberalismo es que no se hace cargo de los perdedores; el pecado del neopopulismo es creer que hay atajos en el camino al desarrollo. Todos estos fenómenos ponen a la democracia a la defensiva. Está el caso de la Primavera Árabe, por ejemplo, del año 2011, que creó tantas expectativas porque rompía con la sociología política y la politología que dice que los países árabes son estructural y culturalmente contrarios y refractarios a la posibilidad de la democracia. Pero la Primavera Árabe se vino abajo. Incluso Túnez, que era el único sobreviviente democrático, acaba de ceder a la tentación autoritaria. Viene la deriva personalista y autoritaria de Xi Jinping en China, que rompe el liderazgo colectivo de sus antecesores. Vuelve a reponer el culto a la personalidad y nos recuerda la hegemonía y el aparente atractivo de un régimen de partido único. Y observamos la oleada nacionalista populista, muy simbolizada en Donald Trump, que llega al poder en 2017 en Estados Unidos. Representó un serio retroceso de la democracia liberal en ese país. Y así en un par de decenas de países.
Y entre los grandes, la India.
Ignacio. Con Narendra Modi en la India, más que un nacionalismo populista es un nacionalismo religioso que entra en tensión con la separación de poderes, la autonomía del Poder Judicial, la libertad de expresión, con aspectos básicos de la Constitución de 1947. Recordemos que la India es la democracia más grande del mundo, una democracia parlamentaria. La India había cuestionado, en los últimos 70 años, toda esa literatura en las ciencias sociales que ponía el acento en las condiciones, requisitos o pre requisitos económicos, sociales, políticos o culturales para la democracia y el desarrollo. La India es una democracia representativa en una de las sociedades más desiguales del mundo. Este hecho tira por la borda toda una literatura sobre la materia. Nadie está estructuralmente condenado al subdesarrollo y al autoritarismo, pero los retrocesos son evidentes en los últimos años.
Ernesto. Muchas veces aumentamos el número de demócratas por la inmensidad de la población de la India. A quienes hacemos este debate desde el punto de vista de las bondades de la democracia, nos alegra. Pero cuidado, porque es una democracia que tiene muchos elementos particulares. Después de la independencia de la India, el partido del Congreso hizo un esfuerzo laico muy importante. Logró una cierta convivencia democrática dentro de una situación socioeconómica muy pobre y desigual, pero bajo el mandato de Modi hoy día han salido a la luz y se han agudizado conflictos religiosos, de casta, y formas de violencia que tienen un largo pasado y que pueden degradar a la democracia. En la India tenemos una democracia que todavía tiene toda la estructura democrática y sus instituciones, pero que vive una tensión interna tremendamente fuerte. Es una gran llamada de atención para no quedarnos con imágenes fijadas en el tiempo.
Y en Latinoamérica tenemos a Jair Bolsonaro, que ha personificado, según sus críticos, el retroceso democrático en la región.