Thus Spake Zarathustra. Friedrich Wilhelm Nietzsche
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El hombre levantó la mirada con desconfianza. "Si dices la verdad", dijo, "no pierdo nada cuando pierdo la vida. No soy mucho más que un animal al que se le ha enseñado a bailar a base de golpes y algunos restos de comida."
"En absoluto", dijo Zaratustra, "has hecho del peligro tu vocación; no hay nada despreciable en ello. Ahora pereces por tu vocación: por eso te enterraré con mis propias manos".
Cuando Zaratustra hubo dicho esto, el moribundo no respondió más; pero movió la mano como si buscara la de Zaratustra en señal de gratitud.
7.
Mientras tanto, la noche se acercaba y la plaza del mercado se cubría de oscuridad. Entonces la gente se dispersó, pues incluso la curiosidad y el terror se fatigan. Zaratustra, sin embargo, seguía sentado junto al muerto en el suelo, absorto en sus pensamientos, por lo que olvidó la hora. Pero al fin se hizo de noche, y un viento frío sopló sobre el solitario. Entonces Zaratustra se levantó y dijo a su corazón
¡Una buena pesca ha hecho Zaratustra hoy! No es un hombre lo que ha pescado, sino un cadáver.
La vida humana es inexplicable, y sigue sin tener sentido: un tonto puede decidir su destino.
Yo enseñaré a los hombres el sentido de su existencia: el superhombre, el relámpago que sale de la nube oscura: el hombre.
Pero todavía estoy lejos de ellos, y mi sentido no habla con su sentido. Para los hombres soy algo entre un tonto y un cadáver.
Sombría es la noche, sombríos son los caminos de Zaratustra. ¡Ven, compañero frío y rígido! Te llevo al lugar donde te enterraré con mis propias manos.
8.
Cuando Zaratustra hubo dicho esto a su corazón, puso el cadáver sobre sus hombros y se puso en camino. Sin embargo, no había dado cien pasos, cuando un hombre se le acercó y le susurró al oído, y he aquí que era el tonto de la torre. "Abandona esta ciudad, oh Zaratustra", le dijo, "aquí hay demasiados que te odian. Los buenos y los justos te odian, y te llaman su enemigo y despreciador; los creyentes en la creencia ortodoxa te odian, y te llaman un peligro para la multitud. Tuviste la suerte de que se rieran de ti, y en verdad hablaste como un tonto. Tuviste la suerte de rebajarte al perro muerto; rebajándote así has salvado tu vida hoy. Vete, sin embargo, de esta ciudad, o mañana saltaré sobre ti, un hombre vivo sobre uno muerto". Y cuando hubo dicho esto, el tonto desapareció; pero Zaratustra siguió por las oscuras calles.
A la puerta de la ciudad le salieron al encuentro los sepultureros: le iluminaron la cara con su antorcha y, al reconocer a Zaratustra, se burlaron de él. "Zaratustra se lleva el perro muerto: ¡qué bien que Zaratustra se haya convertido en sepulturero! Pues nuestras manos están demasiado limpias para ese asado. ¿Robará Zaratustra un bocado al diablo? Pues entonces, ¡buena suerte! Si el diablo no fuera mejor ladrón que Zaratustra, los robaría a los dos, los devoraría a los dos". Y se rieron entre ellos, y juntaron sus cabezas.
Zaratustra no les respondió, sino que siguió su camino. Cuando llevaba dos horas de camino, pasando por bosques y pantanos, oyó demasiado el aullido hambriento de los lobos, y él mismo tuvo hambre. Así que se detuvo en una casa solitaria en la que ardía una luz.
"El hambre me ataca", dijo Zaratustra, "como un ladrón. Entre bosques y pantanos me ataca el hambre, y a altas horas de la noche.
"Mi hambre tiene extraños estados de ánimo. A menudo viene a mí sólo después de comer, y todo el día no ha venido: ¿dónde ha estado?"
Y así Zaratustra llamó a la puerta de la casa. Apareció un anciano, que llevaba una luz, y preguntó "¿Quién viene a mí y a mi mal sueño?"
"Un vivo y un muerto", dijo Zaratustra. "Dadme algo de comer y beber, que lo he olvidado durante el día. El que alimenta al hambriento refresca su propia alma, dice la sabiduría".
El anciano se retiró, pero volvió inmediatamente y ofreció a Zaratustra pan y vino. "Un mal país para los hambrientos", dijo; "por eso vivo aquí. El animal y el hombre vienen a mí, el ermitaño. Pero dile a tu compañero que coma y beba también, que está más cansado que tú". Zaratustra respondió: "Mi compañero está muerto; difícilmente puedo persuadirlo de que coma". "Eso no me concierne", dijo el anciano con hosquedad; "el que llama a mi puerta debe tomar lo que le ofrezco. Come, y que te vaya bien".
A partir de entonces, Zaratustra continuó durante dos horas, confiando en el camino y en la luz de las estrellas, pues era un experimentado caminante nocturno, y le gustaba mirar el rostro de todo lo que dormía. Sin embargo, cuando amaneció, Zaratustra se encontró en un bosque espeso, y ya no se veía ningún camino. Puso entonces al muerto en un árbol hueco a la cabeza -pues quería protegerlo de los lobos- y se acostó en el suelo y en el musgo. Y enseguida se quedó dormido, cansado de cuerpo, pero con el alma tranquila.
9.
Largo tiempo durmió Zaratustra; y no sólo el rosado amanecer pasó sobre su cabeza, sino también la mañana. Al fin, sin embargo, sus ojos se abrieron, y asombrosamente contempló el bosque y la quietud, asombrosamente se contempló a sí mismo. Entonces se levantó rápidamente, como un marino que de repente ve la tierra; y gritó de alegría: porque vio una nueva verdad. Y habló así a su corazón:
Una luz ha amanecido en mí: Necesito compañeros, vivos; no compañeros muertos y cadáveres, que llevo conmigo dondequiera que vaya.
Pero necesito compañeros vivos, que me sigan porque quieren seguirse a sí mismos- y al lugar donde yo lo haga. Una luz ha amanecido en mí. Zaratustra no debe hablar al pueblo, sino a los compañeros. ¡Zaratustra no será pastor y sabueso del rebaño!
Para robar a muchos del rebaño, para eso he venido. El pueblo y el rebaño se enfadarán conmigo: los pastores llamarán a Zaratustra ladrón.
Pastores, digo, pero se llaman a sí mismos los buenos y justos. Pastores, digo, pero se llaman a sí mismos los creyentes en la creencia ortodoxa.
¡Contempla a los buenos y justos! ¿A quién odian más? Al hombre que rompe sus tablas de valores, al rompedor, al infractor de la ley:- sin embargo es el creador.
¡Contempla a los creyentes de todas las creencias! ¿A quién odian más? Al hombre que rompe sus tablas de valores, al rompedor, al infractor de la ley: sin embargo, es el creador.
El creador busca compañeros, no cadáveres- y tampoco rebaños o creyentes. El creador busca compañeros-creadores -aquellos que graban nuevos valores en nuevas tablas de leyes.
El creador busca compañeros y cosechadores: porque con él todo está maduro para la cosecha. Pero le faltan las cien hoces: así que arranca las espigas y se fastidia.
El creador busca compañeros, y a los que saben afilar sus hoces. Serán llamados destructores y despreciadores del bien y del mal. Pero son los segadores y los regocijadores.
Zaratustra busca compañeros creadores, compañeros segadores y compañeros regocijadores: ¡qué son para él los rebaños, los pastores y los cadáveres!
Y tú, mi primer compañero, ¡descansa en paz! Te he enterrado bien en tu árbol hueco; te he escondido bien de los lobos.
Pero te dejo; ha llegado la hora. Entre