La era del neuroTodo. Guillermo Javier Nogueira
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Y es entonces un regalo útil, “viene bien”, porque es necesario poder comprender un poco este acontecimiento sociocientífico que son los nuevos conocimientos sobre el funcionamiento del sistema nervioso central (SNC). Hace ya cuatro siglos el gran Galileo anunciaba: “el universo está escrito en lenguaje matemático”. Hoy todo parece llevarnos a la conclusión de que un nuevo “TODO” está escrito o, por lo menos, estructurado y explicado por las diferentes redes neuronales que constituyen nuestro SNC.
Nuestra pequeña y golpeada humanidad vive desde hace unos decenios una época bastante oscura. En ella se dan la llamada caída de las ideologías, las amenazas ligadas al ecosistema, una demografía descontrolada, sin olvidar las nuevas e inevitables pandemias y epidemias que desde ahora en más, y debido en buena parte a la desregulación de los ecosistemas, se abaten sobre nosotros y las otras especies animales que, sin arte ni parte, sufren con los humanos los desastres del antropoceno.
En medio de tanta amenaza, en un momento donde los mismos límites clásicos de la racionalidad, que la limitaban a lo analíticamente previsible caen, momento de inquietud en que la mayor parte de nuestros contemporáneos no están psicológicamente capacitados de asumir, es justo en ese momento que llega un nuevo todo, ¡¡¡ahí está!!! Claro, todo era neural… no será una solución, pero recrea una nueva, pequeña esperanza, y es ansiolítico.
No debemos olvidar que el libro de Guillermo hace a la vez eco al otro gran libro de Jean Pierre Changeux, El hombre neuronal, en el que el investigador francés afirmaba ya hace unos cuarenta años: “Estamos ahora en condiciones de abolir la barrera que separaba lo mental de lo neural”, afirmación que dio lugar a la futura y arrogante afirmación que considera al cerebro, al sistema nervioso en su totalidad, funcionando como una máquina de estados discretos (MED), es decir, una computadora.
Entonces, si todo esta neuralmente determinado, si hay una neuro-economía, neuro-ética, neuro-afectos… y si lo neuro es asimilable a lo cibernético, la pequeña y perdida humanidad habría encontrado, en medio de la noche, un nuevo todo. Comienza así “la era del neuroTodo”.
Es por ello que el libro de Guillermo es necesario, que cae bien, que es de buena fe, porque es necesario poder, como lo hace el autor, explicar seriamente, sin ceder a ninguna facilidad o reduccionismo, los ejes centrales de lo que realmente está sucediendo con los nuevos conocimientos del funcionamiento del SNC.
Saber cómo funciona el cerebro no nos debe permitir caer en el reduccionismo y la pretensión determinista actual, porque en realidad el funcionamiento, justamente, no es el todo de nada. Saber que los afectos, el pensamiento, el razonamiento poseen una base neural, que el espíritu humano no navega de modo platónico en un éter abstracto, saber que evidentemente todo afecto todo pensamiento posee transductivamente, su paralelo neurobiológico, no quiere decir que el funcionar sea justamente un todo neurobiológico.
El dilema se presenta entonces expresado como “funcionar o existir”. Es cierto que no hay posibilidad de “existir sin funcionar”, pero la existencia en su complejidad, en su no-linearidad, en su no-previsibilidad, no se reduce jamás al puro funcionamiento.
Hay cerebro, hay neuro, o más concretamente hay cuerpo, y todo esto dentro del existir, dentro de la fragilidad del existir.
Estas son algunas de las razones por las que me parece que, como decía al principio de este prólogo, el libro de Guillermo es… un buen regalo al lector, para abrirlo con emoción (y su correlato neural).
INTRODUCCIÓN
El saber es costoso y no suele hacerse de buena gana.
Platón
La raza humana: una especie incapaz de hacer frente a su propia diversidad, su propia complejidad, su propia diferencia radical, su propia alteridad.
Jean Baudrillard
Difícil tarea la de estudiar, investigar y pensar acerca de un objeto complejo. Las dificultades aumentan al querer simplificarla, pues dicho proceso requiere de varias etapas, cada una de las cuales es una transacción con posibles pérdidas y ganancias, aciertos y errores. Se inicia con una reducción del objeto en estudio para adecuarlo a la escala del investigador, según sus capacidades y posibilidades: el mesomundo, sin descuidar también el micro y el macromundo. Luego vendrá una segunda reducción, más bien una fragmentación en trozos de complejidad y tamaño manejables y, siguiendo el camino inverso, el rearmado, la integración en un todo similar al original pero raramente idéntico. La tarea se complica exponencialmente cuando el sujeto-objeto de estudio es a su vez similar al sujeto-objeto que lo está estudiando; incluso interrogándose a sí mismo por las propias razones del ser y el hacer, tal como lo resumiera elegantemente John Eccles en su frase “lo fascinante es el cerebro estudiando al cerebro”.
Recorrido con semejanzas a “El jardín de los senderos que se bifurcan”, “Las ruinas circulares” o “La biblioteca de Babel”, tanto como con las inferencias y deducciones de las ciencias. Quizás nuestro destino humano sea construir reiteradamente torres de Babel o, tal como lo expresa Jean Baudrillard, plantearnos que nunca la ciencia ha postulado —ni siquiera la ciencia ficción— que las cosas nos descubren al mismo tiempo que las descubrimos; según una inexorable reversibilidad. Estamos predestinados a hacerlo alentados por la curiosidad y por la vana ilusión de respuestas que den cuenta de un todo imaginado, quizás fantaseado, a veces alucinado. De ese modo, marchamos hacia ese vacío que nos seduce, interroga y que llamamos ignorancia. Nos pertenece por estar dentro nuestro y nos llama en tanto que hay un afuera e inclusive un adentro misterioso, lleno de territorios por explorar, objetos por conocer y experiencias por vivir. Este vacío nos atrae como sujetos destinados a cumplir un mandato irrefrenable, un imperativo instintivo que llamamos curiosidad, cuyo aplacamiento o satisfacción será siempre parcial y provisorio. Nunca la totalidad o el absoluto inamovible.
Transitamos la huella hecha camino por innumerables seres humanos que no podían dejar de estar sorprendidos, tanto por los mundos que iban construyendo, como por su propia tarea. Una interrogación sin fin y la quimera de hallar la respuesta final que lo abarcara todo. Por eso siguen habiendo caminantes, ya que como dice el poeta, en realidad no hay camino, sino que se lo hace al andar. Por suerte es así en tanto que caminar es moverse y moverse es sinónimo de estar vivo.
Como los cronistas de viajes, algunos caminantes, a veces conmovidos por lo que va apareciendo, lo que van conociendo, sienten la necesidad de compartirlo y comunicarlo de diversas maneras. De ese modo han ido surgiendo desde el relato personal alrededor de una hoguera, hasta la escritura y las ilustraciones de todo tipo en los claustros y ahora su difusión masiva y veloz en los medios de comunicación. Todos tienen el común denominador del lenguaje en sentido amplio. En nuestro tiempo la charla alrededor del fuego ha sido reemplazada por los congresos, simposios, programas de TV, diarios, revistas y, en un salto tremendo, la transmisión electrónica de datos en tiempo real. Este salto, prima facie ventajoso, lleva en germen el error de suponer o creer firmemente que toda información es veraz, que más abundancia y velocidad son valores positivos en sí mismos y significan progreso. Dicho en otros términos, la equivocación consiste en no percibir que el aumento de datos no representa necesaria e invariablemente más y mejor conocimiento y comprensión. La aceleración lleva en su seno la desaceleración, efecto colateral indeseado y no previsto.
Leyendo un artículo del New York Times sobre la neuropolítica, tuve la abrumadora sensación de estar en una rampa ¿ascendente? ¿descendente? en la que gradualmente se va agregando el prefijo neuro a casi todo. Aparecen así la neurofilosofía, la neuroética, la neuroestética, la neuroteología, la neuroarquitectura, el neuromarketing. Hay varios más y sospecho habrán muchos más