Aborto libre. Karen Glavic

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plazos o como un enunciado meramente liberal del “yo decido”, lo libre puede operar como posición ante el “todavía no” de la democracia posdictatorial, como una disputa generacional entre feministas mayores y jóvenes que han sorteado de manera distinta la institucionalidad y las demandas hacia el Estado. Tiendo a creer que entre los grupos que militan la causa por el aborto, las estrategias políticas no consisten en negar la legalización, sino que más bien en promover otras formas de organización en torno a un Estado que no garantiza, precisamente, un acceso equitativo a la salud sexual y reproductiva. El colectivo Con las amigas y en la casa (2016) plantea:

      Nosotras tenemos el objetivo de descriminalizar socialmente el aborto, y por eso entregamos la información de cómo hacer un aborto seguro en casa. Sin embargo, tú sabes que no es un impacto gigante dado a la cantidad de llamadas recibidas en un par de horas y cinco días a la semana. Entonces, sabiendo que cada llamada durará por lo menos veinte minutos, no es mucho. Estamos conscientes de que no vamos a llegar a tanta gente, pero sí hay una cosa simbólica en decir “yo estoy ayudando a mujeres a abortar. Simbólicamente hace algo porque nos interesa el tema cultural […]. Sabemos que su despenalización es importante porque no queremos que más mujeres vayan presas y que sufran todo ese tipo de interrogatorios, pero una puede elegir donde pone la energía, y la nuestra está en el trabajo cultural de tratar de desarmar ese tabú respecto al aborto y la culpa.

      No deja de ser importante pensar en lo jurídico de un proyecto de despenalización o legalización. Pero tal vez, la pregunta anterior es sobre el consenso, acuerdo cultural o despenalización social que permite discutir esas categorías jurídicas. Si bien es cierto que, como plantean Banda y Moreno en su texto, hay posiciones en la lucha por el aborto libre que se preguntan en torno a la intervención biopolítica sobre los cuerpos, es importante rescatar en el contexto situado de la discusión que han significado ciertas campañas, consignas u ofensivas en determinados momentos. Traigo estos dos ejemplos a colación, porque me parece que además es importante conocer y discutir como las nuevas organizaciones y partidos políticos en formación abordan conceptualmente la discusión. Es cierto que la consigna “aborto libre” puede generar el efecto indeseado de aparejarla con “hago lo que quiero”, entre otras cosas, porque el relato ideológico de la posdictadura en Chile corre por ese carril, pero aquello no puede descuidar una discusión conceptual que dote de contenido las demandas y sobre todo los imaginarios por los que luchamos.

      Sofía Brito (2018), militante del Partido Comunes que también conforma el Frente Amplio, publica también un texto en el blog Antígona Feminista con ocasión del 25 de julio de 2018, donde aborda las limitantes de la ley de aborto en tres causales e introduce una pregunta de mucho interés ante la irrupción masiva del feminismo: ¿Cómo enfrentar la apropiación/procesamiento de las disputas cuando el feminismo se instala en el debate público? Brito profundiza la pregunta agregando datos del contexto político, al afirmar que la lucha en el campo de los derechos sexuales y reproductivos impugna el pacto subsidiario que permite un feminismo universal en el que coincidimos y que incluso es procesable por un feminismo conservador. También afirma que no basta con que el aborto sea libre, sino que también legal, seguro y gratuito, en consideración de que reapropiar la capacidad reproductiva de las mujeres es recuperar y conquistar derechos sociales. La lucha por el aborto es una lucha contra la precarización de la vida que tiene clivajes en un Estado subsidiario que financia privados y vela por sus intereses. Con la apelación ética a la objeción de conciencia, y una defensa de la libertad económica velada en la “defensa a la vida”, parece nuevamente sensato pensar más allá de la consigna del aborto libre.

      Es muy relevante que organizaciones que vienen del movimiento estudiantil del 2011 y que han protagonizado la apertura y consolidación de espacios feministas en las universidades reflexionen y conceptualicen posiciones en torno al aborto. Es relevante porque las tramas partidarias, los amarres institucionales y la sumisión feminista a ellos (que serán críticamente abordados por María Isabel Matamala en este libro) durante los años de gobiernos de la Concertación están todavía muy presentes en las disputas e imaginarios de las militantes por el aborto. La escisión entre feministas autónomas e institucionales es aún un campo abierto, pero que logra llenarse de otros contenidos en virtud de que el mapa institucional se ha modificado. La llegada de nuevas generaciones y de otros escenarios políticos en que el feminismo se ha instalado en el debate público, evidentemente modifican la trama posdictatorial. La interpelación para estas nuevas organizaciones es, quizás, cómo procesarán política y conceptualmente la lucha por el aborto, y cuánto y de qué forma podrá negociarse en los espacios institucionales. La conquista de derechos sociales implica pensar también a los sujetos que ejercerán esos derechos, y afirmar la necesidad de la movilización es asumir además que la movilización no es homogénea.

      En La condición fetal. Una sociología del engendramiento y el aborto (2016), Luc Boltanski se adentra en los cambios culturales que la despenalización del aborto ha significado para Francia. En un trabajo de entrevistas a mujeres que se han practicado abortos y en una conceptualización que no descuida la noción de persona y ser humano que hay tras la figura del feto, remarca en alguno de los pasajes del libro, que las mujeres no han dejado de estar solas en el momento de practicarse un aborto, a pesar de ser un procedimiento asegurado por el Estado. El mundo puja alrededor entre discursos conservadores y progresistas, entre la culpa y la ambivalencia del deseo de engendramiento y aborto. El tema no se cierra una vez que el Estado dirime, y me parece que es este nudo desde el cual se necesita afirmar que el trabajo social y cultural es tarea permanente. Boltanski describe en su estudio las contradicciones que las mujeres viven al ser observadoras de las imágenes de un feto que cada vez tiene más agencia y plantea que no se trata de escindir a éste por completo del cuerpo de las mujeres. Por una parte, porque esta es la estrategia de los grupos conservadores: dotar de entidad a un embrión y darle la calidad de persona de manera anticipada y, de otro lado, porque las mujeres no lo viven así en todas las ocasiones. Cada experiencia es única, los programas de acompañamiento son necesarios y las redes de solidaridad son necesarias, eso lo tienen claro las activistas de las redes de socorristas y líneas telefónicas que han visto cómo en países en que se ha legalizado el aborto su rol se ha perseguido. En la trama de la organización social se moviliza una potencia del feminismo y no es ni posible ni deseable reducirla a la discusión institucional. No hace mucho en la Argentina se publicaba una nota titulada “Las mujeres indígenas somos las primeras aborteras” (Alba 2019), que desde la ciudad de Rosario denuncian la violencia específica que sufren las mujeres indígenas de distintas comunidades a la hora de intentar acceder a un aborto, por lo que exigen un protocolo de interrupción legal del embarazo traducido a sus lenguas, y esto es solo una arista del reclamo. El movimiento por el aborto puede también no procesar las diferencias culturales y hegemonizar el relato en función de una legalidad abstracta, de una solidaridad abstracta, de una idea de salud que no contemple, por ejemplo, salud espiritual. Lo humano es vuelto a interpelar aquí.

      Las líneas de aborto y redes de socorristas han tenido un componente importante de activismo lésbico. Este encuentro no hace otra cosa que hablar de una impugnación al orden reproductivo heteronormado. La “lesbianización del aborto”, que ha sonado como consigna entre grupos de activistas, apunta hacia la pregunta sobre las características que describen a las mujeres y como el negarse al mandato reproductivo hace confluir a una mujer que aborta con una lesbiana. Lo potente de estas reflexiones es que desordenan y desplazan sentidos en un orden sexual en que el aborto y la diversidad sexual tienen un componente prohibitivo. El aborto es, incluso, un mayor y poderoso disuasivo, pues las uniones homosexuales y lesbianas son mejor procesadas por las democracias liberales que la negación a la reproducción y el futuro que implica el aborto. Por eso la imagen del feto se ha vuelto tan relevante para las campañas de los grupos provida. Jorge Díaz (2016) afirma:

      Es importante entender que el feto no existe si no es en su exceso de visualidad, en su saturación de significados, en su visualidad esparcida que no lo restringe a ningún lugar, es decir, está construido en el proceso semiótico-material que implican las tecnologías de visualización: cámaras de alta definición, fibras ópticas, máquinas de ultrasonido, pantallas en tres y cuatro dimensiones. La imagen de la

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