Сквознячок. Надежда Александровна Белякова

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Сквознячок - Надежда Александровна Белякова

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le protegía de los abrasadores rayos del sol en la sombra de mis murallas. ¡Cuánto me gustaba escuchar su voz divina! ¡Oh, que ingratitud tan cruel!

      La pobre Torre no podía decir nada más porque la ahogaban las lágrimas.

      – ¡Eso sí que es verdad! – dijo Airecito. – Tú has sido casi la única de nuestra ciudad a quien le gustaba escuchar esas noticias y decretos bobos del Gobernador compuestos por el mismo. Los ciudadanos están bastante cansados de tener que dejar todo lo que estén haciendo y reunirse en pleno día en la Plaza para escuchar al Gobernador. ¡Y a él no se le ocurrió nada mejor que prohibir estrictamente las editoriales y la lectura de los periódicos de verdad con auténticas noticias, solo para que se le escuche a él y a nadie más!

      – ¡Ay, Airecito… mira, ¡¡ya está amaneciendo!! – se ha echado a llorar de nuevo la Torre.

      – ¡No, no llores! ¡Yo te ayudare! ¡Aun yo mismo no sé cómo, pero te salvare, mi Torre! ¡Se me ocurrirá algo!

      – ¡Pero eres tan pequeño, eres casi invisible! ¿Qué se te puede ocurrir? Acaso un cuento… ¡pero por más maravilloso que sea, no me salvara de la destrucción!

      De repente Airecito se ha alegrado muchísimo al oír esas palabras de la Torre-

      – ¡Un Cuento, claro, un Cuento! ¡Eres tan lista Torre, me lo has dicho justo a tiempo! – se alegró tanto nuestro Airecito que empezó a dar volteretas de felicidad. Y aquí hay que decir que a la Torre le ha entrado un ataque de estornudos a causa de ese regocijo repentino.

      – ¡Achís! ¡Vaya! ¡No eres tan débil como pareces Airecito! Pero… ¡achís! ¡Tanto trabajo en la Biblioteca no te ha servido de bien!

      La Torre quería seguir criticando un poco más a Airecito, pero en este momento se ha dado cuenta que han llegado a la Plaza unos obreros. Ellos se dirigían hacia ella y estaban equipados con todo lo necesario para cumplir con la orden del Gobernador y destruirla. Al verlos la Torre ha dado un aullido de horror.

      – ¡Basta de quejarte! ¡Todo ira genial, ya verás! – ha dicho Airecito saltando abajo desde el parapeto donde estaba sentado.

      Se ha dirigido hacia los obreros que se acercaban cada vez más y de repente se ha puesto a aullar, arremolinarse y dar saltitos alrededor de esos hombres. También gritaba fuerte a sus oídos y pegaba unos alaridos terribles:

      – ¡Yo soy el espíritu rebelde de un bandido! ¡Oooh!!! ¡Yo soy un malvado sanguinario, el Fantasma de la Torre! ¿Quién se atreve a quitarme mi eterno hogar? ¿Quién es el valiente que se atreve a destruir la vieja Torre? ¡Yo, el espíritu terrible, iré a vivir a la casa de este atrevido!

      Luego Airecito persiguió a uno de los obreros que se ha echado a correr y chilló sin piedad a sus oídos:

      – ¡Yo soy un malvado, mi nombre es Barba Azul! Advierto a todo el que se atreva a hacerle daño a la Torre que me mudaré de esas murallas destruidas a vuestras casas. ¡Y entonces se acabarán la felicidad y la paz en vuestras familias! Solo quedarán las amargas lágrimas de vuestras mujeres y niños…

      Todos los obreros se fueron aterrorizados. Airecito estaba que brincaba de la emoción y ya no era capaz de calmarse. Se armó de más valor y voló hacia la casa del Gobernador. Allí se ha colado al dormitorio y con unos gritos y ululatos en seguida ha despertado al Gobernador que ya estaba temblando de miedo.

      – ¿¡Así que tú eres el Gobernador, el bobo que ha emitido un decreto más estúpido que jamás se ha visto?! ¡Tú has ordenado derrumbar a la vieja Torre, pero no sabes que ella ha servido de refugio para las almas desamparadas de muchos y muchos malvados que han vivido en esa torre en los tiempos pasados! ¡Si tú destrozas la Torre, todas esas almas nos quedaremos sin hogar y vendremos a vivir aquí, en tu dormitorio! ¡Y entonces nunca más sabrás que es la calma!

      El Gobernador despertó de su tranquilo sueño debido a esos gritos y primero pensó que era una pesadilla. Pero en cuanto se ha dado cuenta que era realidad, se ha echado la manta encima, aunque ha visto enseguida que de esa manera tampoco podía esconderse de Airecito. Entonces se ha levantado de la cama de un salto y se ha dirigido corriendo a la Plaza para leer a la gente de la ciudad un decreto nuevo.

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