Al-Andalus. Ángel Luis Vera Aranda

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      De nada les sirvió. Hisam derrotó a ambos y a sus partidarios, y se consolidó firmemente como el continuador de la dinastía Omeya.

      La decisión de su padre puede considerarse acertada. Hisam fue un buen soberano, aunque sus realizaciones no llegaron, ni mucho menos, a la altura de las de su progenitor. Subió al trono en el 788, cuando contaba 31 años, y se mantuvo en él por espacio de ocho años solamente, ya que falleció en el año 796 con solo 39 años.

      Hisam destacó por ser un hombre culto y piadoso que fomentó los estudios teológicos, fundando en Córdoba la que se considera la primera Facultad de Teología. Fue un gran defensor de la escuela malequí de jurisprudencia, caracterizada por su vigor y por el estricto respeto a la doctrina coránica, lo que por desgracia llevó a un conservadurismo bastante irracional. La peor consecuencia que tuvo este hecho fue que condujo a la naciente cultura andalusí a una pobreza filosófica de la que tardó décadas en salir.

      Este rigor le llevó a reactivar el concepto de yihad o ‘guerra santa’ contra los infieles, y ante las continuas provocaciones de estos en la frontera septentrional, optó por castigar a los reinos cristianos con continuas aceifas o expediciones militares a partir del año 790.

      Según parece, el motivo del inicio de las hostilidades fue la negativa del rey asturiano Bermudo I a continuar pagando el llamado tributo de las Cien Doncellas. Existe una tradición histórica según la cual Abd al-Rahman había impuesto este tributo al reino asturiano en el 783. Los reyes debían entregar cien mujeres jóvenes y vírgenes como forma de sometimiento al emir cordobés. Al morir este, el nuevo rey asturiano se opuso a lo que se consideraba una humillación, y Hisam lo solucionó declarándole la guerra.

      Muchos historiadores han puesto en duda esta fábula, pero según otros, el tributo se mantuvo casi hasta mediados del siglo IX, cuando fue sustituido por un pago en metálico.

      Sea como fuere, en uno de los ataques que el ejército cordobés dirigió contra los reinos del norte, las tropas llegaron hasta la ciudad de Narbona, en pleno reino de Carlomagno, quien reaccionó mandando a un ejército que se enfrentó con el del emir en Carcasona y lo derrotó. Para evitar que en el futuro pudiera suceder algo parecido, el rey franco (que desde hacía veinte años se había cuidado mucho de no molestar a sus vecinos del sur) decidió avanzar para castigarlos y ordenó a sus tropas cruzar los Pirineos y establecer un territorio militarizado con el objetivo de impedir nuevas acciones bélicas contra sus dominios. La frontera oriental quedó así fijada en el río Llobregat.

      En el 795, el emir constituyó un embrión de lo que con el tiempo llegaría a ser conocida como la Marca Hispánica, a cuyo frente puso a un responsable militar al que por similitud con el nombre del territorio se le denominó marqués. Este título, con el paso del tiempo, acabó designando a uno de los más importantes de cuantos formarán parte de la más rancia nobleza de cada país.

      Hisam tampoco tuvo demasiado éxito en la lucha que mantuvo contra los reinos cristianos occidentales. En el 794, un ejército enviado para castigar al rey asturiano Alfonso II fue derrotado en Lutos, cerca de Grado, en Asturias, lo cual obligó a desguarnecer de tropas la frontera del noroeste, y así acabó por ser aprovechado por los asturianos para penetrar en lo que hoy es Galicia, arrebatándosela así al islam tras ocho décadas de débil ocupación.

      Más suerte tuvo la flota que mandó para ocupar las islas Baleares, por aquel entonces en manos de los bizantinos. No obstante, por su condición insular, el archipiélago tardaría todavía bastante tiempo en quedar completamente controlado por los soberanos cordobeses, ya que esto no se conseguiría definitivamente hasta el año 903.

      Durante los breves ocho años de reinado, entre el 788 y el 796, Hisam fue un soberano apreciado por su pueblo, hasta el punto de que sus súbditos lo apodaron al-Rida, esto es, ‘del que se está satisfecho’. Sin embargo, no tuvo muchas oportunidades de continuar embelleciendo la capital del emirato, pero sí hubo de restaurar el antiguo puente romano que había sido destruido en parte como consecuencia de una terrible inundación. También acabó las obras que su padre había iniciado en la gran mezquita, construyendo un primitivo alminar que no se conserva.

      Tras Hisam, nuevos e importantes problemas aparecieron. Y estos no se limitarían a cien doncellas vírgenes o a una inundación particularmente destructiva. Los habitantes del emirato iban a comprobar que convivir en una sociedad multiétnica y plurirreligiosa no resultaba nada fácil. En realidad sigue sin serlo más de mil años después en cualquier lugar del mundo.

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