Señales de paso. Rodrigo Pérez G
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Que Hitler andaba cargado de un hediondo aliento, eso dicen, aunque era vegetariano, salvo lo de beber sangre humana, y cómo podría ser de otro modo, lo del mal aliento, si tenía una foto del capitán de industria Henry Ford en su oficina y en 1933, dos días antes de ser el canciller del Tercer Reich, declaró a un periódico de Detroit: “Henry Ford es mi mayor inspiración…”
Caminaba, pues, entre tubos de escape de los buses, busetas y camiones sopesando, catando cómo sería el tufo de Hitler con semejante inspiración... El tufo de Ford ni se diga, con todo y chicle, resto de la aventura de Fordlandia entre 1930 y 1945 con las caucheras en plena selva amazónica: ¡a los árboles del caucho se los comió el hongo sin masticarlos y a Ford le quedó el chicle para mascar el tufo...! Cual flecha veloz, avanzaba en zigzag por las calles; las vías estaban taponadas por buses atestados con racimos de pasajeros que se bamboleaban dentro y fuera de la cabina hermética full-radio. Chatarras nuevas y desechables vomitaban chorros de humo negro por los tubos de escape. Un ruido espeluznante retorcía los nervios dentro del caracol de mi oído con la resuelta fiereza de penetración conjugada, en el motor de explosión, del chasis, la culata, los biseles, las bielas, los pistones, la carrocería, el radiador, los rines y las bujías, los parachoques, los güinches, el eje, el cigüeñal, la transmisión y los bloques, las llantas, los pernos, el freno de aire, el émbolo, los pitos y la radio con megabafles...
Exhausto, ahogado y aturdido adelantaba, lento carricoche, por entre el fragor y la humareda de los carros, entre una que otra tos y con la risa penosa del lumbago decía para mis adentros, Henry Ford es mi mayor inspiración. Tratando, sin embargo, de no respirar, me abría paso al trote por entre la niebla gris plomo, sin alejarme de las vías congestionadas para llegar a la Cinemateca Distrital, canturreando, Erre con erre Cigarro, erre con erre Barril, rápido ruedan los Carros cargados de Estruendo y cargados de Humo negro por el angosto Túnel de la Quiebra...
Ay…, me oí suspirar, más tarde, sentado por fin en silencio y a oscuras en una dura butaca de la Cinemateca Distrital, a punto de comenzar unos dibujos animados con Las trillizas de Belleville a bordo, mientras me parecía que bicicletas, patinetas, patines, motos, trenes, tranvías y carros movidos mediante energía eléctrica o por un electroimán, por células combustibles de hidrógeno, solares o de helio se deslizaban sin humo, sin ruido y sin motor de explosión por las circunvoluciones de mi cerebro y de los cerebros del mundo entero y de los otros mundos... Silencio de esferas y choques moleculares inaudibles en rápido y ágil movimiento. ¡Pamplinas! ¡Recáspita! ¡Recórcholis! ¡Eureka! ¡Ay, Carmela!
¿Quién no ha oído en una villa cualquiera de Jaujacabeza-abajo los pitos, sirenas, chorrillos, chapolas, totes y voladores entonando la celebración del aniversario de la Virgen del Carmen, patrona de los conductores, el 16 de julio? Justo en un mes de revoluciones, ¡malogradas!, el 4 de julio la revolución de Independencia de los Estados Unidos, el 14 de julio la Revolución francesa con la toma de la prisión de la Bastilla en París, el 9 de julio la Revolución de Independencia de Argentina y el 20 de julio, que es el aniversario de la llegada a la Luna en 1969, se celebra allí mismito el aniversario de la Independencia de Colombia. En la calle, cada 16 de julio, fraguándose en su clímax hacia el mediodía, mil y mil revoluciones de mil y mil motores de explosión que ponen a trabajar innúmeros tubos de escape junto con otros tantos desahogos acatarrados y achatarrados de taxistas, buseros y camioneros a grito pelao y por entre el humero infernal: ¡De aquí no nos sacan!
¡Oh, oh…!, pero cómo no ver, en esta escena de buseros, taxistas y camioneros, la mismísima escena de los penitentes, pegada en la pared del cuarto de mi abuela, y en los buses, a quienes la Virgen del Carmen, los ángeles y el Niño les extienden los escapularios, que el fuego quema, y ellos que no dejan de gritar y penar allá abajo entre llamas, humero y olor a carne chamuscada del Purgatorio: ¡De aquí no nos sacan!
Hondos suspiros, remansos del grito, rumor grave de la queja del aire, del agua y del petróleo en el cielo, en la tierra y en el subsuelo... Erre con erre barril, rápido ruedan los carros, canturreo, regodeos de la canción de cuna, mi nana para quienes merecen una muerte súbita... ¡Retruécanos! ¡Chóquela, hermana!
Llega ahora el momento de contar el bizarro golpe del tiempo de largo alcance al que me referí al principio de este relato, con el mensaje del segundo cartero, pues las cosas se conjugan. Primero, ya lo dije, un mensaje que recibí en un apretón de manos y a través del chip de un NN, primer cartero, cuando subía la calle empinada hacia La Media Torta a oír Las diez pulguitas. El mensaje era: ¡Ay, Carmela! Segundo, la fermentación o el trance de cristalización de este mensaje, por lo cual se transcribe este rollo. No me cabía la menor duda, en efecto, pequeño en el ancho universo, estaba yo en la Red con los transbordadores espaciales y los otros mundos, pero en este mundo, en el silencio de mi alcoba, inmerso en la extraña música de las esferas. Recibí el mensaje de un segundo cartero, tomad nota, de un segundo cartero, o bien era el mismo que timbró dos veces, The postman always rings twice… Recibí este mensaje en unas cifras claras y contundentes al sintonizar una precisa y singular frecuencia en la radio estelar. Aspirado en la Red yo era un médium esta noche en mi nicho en tierra, un ectoplasma encarnado en el espacio, un puente para tan singular y curiosa comunicación sideroespacial. Fue así como escuché voces de afuera; llegaban sin estorbar para nada la sensación de silencio y de vacío casi palpables mientras navegaba como en una cascarita por el ancho mundo, un nonato inmerso en la placenta y abierto a múltiples conexiones moleculares. Recuerdo que en latín coitus amnium es “confluencia de ríos”; así, este germen, de nonato a próximo neonato y neoteno, sumergido en el líquido amniótico, estaba haciendo ya sus conexiones, sus coitos con el ancho mundo de sexos innumerables, desde su cápsula donde marca la duración como lo hace la clepsidra, un reloj de agua que fluye sin estancos...
—Visor, visor, visor –escuché en el vasto aliento que soplaba en la oscuridad de las esferas–. Foco sobre los bichos, sobre los especímenes referidos en la Tierra. Actualizar datos, poner atención al volumen, al peso del moviente, cuáles son sus presas, sus nichos, sus modos de copular, de reproducirse, si pone huevos, sus hábitos, las heces del animal, el timbre y la tonalidad del ruido que hace la bestia, su talante, su temperamento....
—Sobre los ruidos que hacen los ferósticos –oí que respondían de varias frecuencias en la Tierra– hay que decir que mugen como buey uncido, bufan como novillo encerrado, barritan como elefantes, rechinan como chicharras y grillos en una hojalatería, gruñen como cerdos, relinchan como caballos, berrean como cabritos, roen como ratas, rebuznan como burros, chillan como aves carnívoras, cacarean como gallinas, ñarrean como gata en celo, carraspean como mona enjaulada, resoplan como perras iracundas, aúllan como lobos, graznan como cuervos..., y se alimentan de muchas presas con voracidad creciente e insaciable. No son plantígrados, pues no apoyan toda la planta cuando avanzan en sus cuatro patas, y muchos no son cuadrúpedos ni bípedos sino polípedos de hasta veintidós o treinta y seis patas contando las de repuesto...
Oía más voces, incoherentes. Las múltiples emisoras, al unísono, dieron la información requerida compartiendo el mismo mapa ¿de la Urbe Nacional? ¡De la Ubre Nacional! Más tarde, en el ancho espacio, elaboraron minuciosamente el retrato hablado de los engendros referidos. La central estelar catalogó, calculó, procesó los datos recibidos y declaró Mutantes Degenerados de Dinosaurios a estas bestias, que no eran otra cosa, ni más ni menos, que los automotores corrientes…