Don Quijote. Miguel de Cervantes Saavedra

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Don Quijote - Miguel de Cervantes Saavedra

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no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo; pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más; que si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.

      Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se imprimieron en mí sus razones que, sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo; en el cual verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito del campo de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan noble y tan honrado caballero, pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas.

      Y con esto, Dios te dé salud, y a mí no olvide. Vale.

      AL LIBRO DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA

      Urganda la desconocida

      Si de llegarte a los bue-,

      libro, fueres con letu-,

      no te dirá el boquirru-

      que no pones bien los de-.

      Mas si el pan no se te cue-

      por ir a manos de idio-,

      verás de manos a bo-,

      aun no dar una en el cla-,

      si bien se comen las ma-

      por mostrar que son curio-.

      Y, pues la expiriencia ense-

      que el que a buen árbol se arri-

      buena sombra le cobi-,

      en Béjar tu buena estre-

      un árbol real te ofre-

      que da príncipes por fru-,

      en el cual floreció un du-

      que es nuevo Alejandro Ma-:

      llega a su sombra, que a osa-

      favorece la fortu-.

      De un noble hidalgo manche-

      contarás las aventu-,

      a quien ociosas letu-,

      trastornaron la cabe-:

      damas, armas, caballe-,

      le provocaron de mo-,

      que, cual Orlando furio-,

      templado a lo enamora-,

      alcanzó a fuerza de bra-

      a Dulcinea del Tobo-.

      No indiscretos hieroglí-

      estampes en el escu-,

      que, cuando es todo figu-,

      con ruines puntos se envi-.

      Si en la dirección te humi-,

      no dirá, mofante, algu-:

      ''¡Qué don Álvaro de Lu-,

      qué Anibal el de Carta-,

      qué rey Francisco en Espa-

      se queja de la Fortu-!''

      Pues al cielo no le plu-

      que salieses tan ladi-

      como el negro Juan Lati-,

      hablar latines rehú-.

      No me despuntes de agu-,

      ni me alegues con filó-,

      porque, torciendo la bo-,

      dirá el que entiende la le-,

      no un palmo de las ore-:

      ''¿Para qué conmigo flo-?''

      No te metas en dibu-,

      ni en saber vidas aje-,

      que, en lo que no va ni vie-,

      pasar de largo es cordu-.

      Que suelen en caperu-

      darles a los que grace-;

      mas tú quémate las ce-

      sólo en cobrar buena fa-;

      que el que imprime neceda-

      dalas a censo perpe-.

      Advierte que es desati-,

      siendo de vidrio el teja-,

      tomar piedras en las ma-

      para tirar al veci-.

      Deja que el hombre de jui-,

      en las obras que compo-,

      se vaya con pies de plo-;

      que el que saca a luz pape-

      para entretener donce-

      escribe a tontas y a lo-.

      AMADÍS DE GAULA A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

      Soneto

      Tú, que imitaste la llorosa vida

      que tuve, ausente y desdeñado sobre

      el gran ribazo de la Peña Pobre,

      de alegre a penitencia reducida;

      tú, a quien los ojos dieron la bebida

      de abundante licor, aunque salobre,

      y alzándote la plata, estaño y cobre,

      te dio la tierra en tierra la comida,

      vive seguro de que eternamente,

      en tanto, al menos, que en la cuarta esfera,

      sus caballos aguije el rubio Apolo,

      tendrás claro renombre de valiente;

      tu patria será en todas la primera;

      tu sabio autor, al mundo único y solo.

      DON BELIANÍS DE GRECIA A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

      Soneto

      Rompí, corté, abollé, y dije y hice

      más que en el orbe caballero andante;

      fui diestro, fui valiente, fui arrogante;

      mil agravios vengué, cien mil deshice.

      Hazañas di a la Fama que eternice;

      fui comedido y regalado amante;

      fue enano para mí todo gigante,

      y al duelo en cualquier punto satisfice.

      Tuve a mis pies postrada la Fortuna,

      y trajo del copete mi cordura

      a la calva Ocasión al estricote.

      Más, aunque sobre el cuerno de la luna

      siempre se vio encumbrada mi ventura,

      tus proezas envidio, ¡oh gran Quijote!

      LA

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