El infierno del amor: leyenda fantastica. Fernández y González Manuel
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siniestra luz entre la oscura sombra.
No, de la infamia el torcedor recuerdo
nunca el dolor y la vergüenza borran;
nunca de la crueldad la horrenda imágen
el sentimiento conturbado ahoga,
ni el crímen de brutales apetitos
en las alas del tiempo se evapora.
¿Qué fué de aquella triste, profanada
entre el horror de noche tormentosa,
al resplandor del implacable incendio
que las cabañas míseras devora,
muertos los padres, los hermanos muertos,
al pié de la tajada escueta roca
que vecina á la playa de Almuñécar,
eternas baten las inquietas olas?
Ellas, subiendo, largas se llevaron,
léjos, muy léjos, las cenizas rojas;
ellas, envueltas en su hirviente espuma,
al fondo de la gruta tenebrosa
lanzaron los cadáveres, y el alba
cuando, indecisa, esclareció la costa,
no encontró los vestigios miserables
de la infame tragedia pavorosa.
Pero no borró el mar de igual manera
en Jucef el recuerdo, que no hay onda
que lave la conciencia y que se lleve
lo que al hinchado corazon sofoca,
lo que en el alma perdurable grita,
lo que eterno ante Dios sangriento llora.
Y por eso Jucef del mirab santo
la blanca piedra con la frente choca,
y ruega á Allah con llanto de agonía
perdone, al ménos á su Leila hermosa.
VI
Pero como Dios no oye
á los réprobos, y el llanto
de Jucef mojaba inútil
las losas del santuario,
y el semblante entristecido
de Leila más y más pálido
se mostraba, y más sus ojos
ardientes, febriles, lánguidos,
el cuidado paternal
por ciego dió en el engaño.
No vió que el amor es vida
cuando anhela un sér soñado,
y anhelándolo le goza,
y se sublima esperándolo.
Creyó que la helada muerte
ya alzaba el horrible brazo
sobre la rubia cabeza
que era su vida y su encanto,
y viendo que Dios no oia
sus ruegos, se volvió al diablo,
con la rabiosa esperanza
del que está desesperado.
La casa, hasta entónces triste,
de Jucef ardió en saraos,
en zambras y en regocijos,
y entre el giro acompasado
de indolentes bayaderas,
resonó sentido y largo,
como el suspiro del viento
de la palma en el penacho,
al compás de guzlas de oro,
el melancólico canto
del desierto, que suspira
el beduino cansado,
que sigue á la caravana
en sus amores soñando.
En Bib-Arrambla hubo justas,
cañas, sortijas y bravos
toros de Ronda, en que, audaces,
sus rejoncillos quebraron
caballeros de gran prez,
que ambicionaban el tálamo
de la incomparable Leila;
y aunque el mismo Rey, lanzado
á la arena y vencedor
en su triunfo confiando,
del airon de grana y oro,
con gran peligro arrancado
de la cerviz de una fiera,
á sus piés la hizo regalo,
al agradecerlo ella
lo dijo con tal desmayo,
que harto claro se entiende
lo inútil del agasajo.
Al fin ya de todo punto
loco Jucef é insensato
hizo venir de Marruecos,
en fuertes jaulas cerrados,
seis viejos leones rojos
para en la vega soltarlos,
y probar si en la árdua caza
algun galan abrasado
por los encantos de Leila
lograba al fin el milagro
de hacerse amar de la hermosa
por gentil y por bizarro,
que aquel que embiste á leones
por lograr un fin ansiado,
para no amarle es forzoso
tener corazon de mármol.
VII
El dia va falleciendo,
en fúlgidos resplandores
se va el ocaso encendiendo,
y ya las sombras mayores
de los montes van cayendo.
Sobre la cumbre nevada
del Veleta, sonrosada
por el rojo sol poniente,
alza la luna la frente
por nubecillas velada.
Por el ameno pensil
del soto corre el Genil
entre floridas riberas,
y las gallardas palmeras,
y la alameda gentil,
y en peñascos y en colinas
los nopales, las encinas,
responden en són amante
al beso fresco y errante
de las auras vespertinas.
Bajo la enramada espesa,
clara y profunda la presa
como un espejo se tiende,
y en blancos chorros desciende,
y en su murmurio no cesa.
Leve el humo en la alquería
revela el fuego que arde
en el hogar, y á porfía
dan las aves su armonía
á la oracion de la tarde.
Todo es fresco y perfumado,
la vega, el soto