¿Qué hay en la tele? Cómo ayudar a nuestros hijos a elegir. Claude Allard
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Fans de la telerrealidad
A las siete de la mañana, justo después de saltar de la cama, empieza la alegre ronda de dibujos animados. Con los ojos todavía medio cerrados y el pelo alborotado, nuestros pequeños se plantan delante de la pequeña pantalla para ver a sus personajes preferidos. La mayoría de las cadenas generalistas concentran lo esencial de su programación infantil en esta franja horaria matutina, que sólo representa el 8 % del total de su parrilla. La audiencia manda: la franja matinal tiene tradicionalmente pocos telespectadores. Y los dibujos animados colman este vacío. Lástima para los niños, porque entre el edredón y el tazón de cereales, la higiene y la preparación de la mochila, picotean ante el flujo continuo de dibujos animados sin pararse a disfrutar del desayuno. A la hora del almuerzo, juegos e información constituyen el plato fuerte. Después del colegio, de seis a ocho de la tarde, algunas cadenas vuelven a emitir programación específica para niños. No obstante, la franja horaria de mayor consumo entre niños de 4 a 12 años es la denominada de prime time, es decir, la que transcurre entre las nueve y las doce de la noche, con programas para adultos: teleseries, telerrealidad, películas. En los últimos años, la audiencia infantil y juvenil en la franja horaria que va de las diez a las diez y media de la noche ha aumentado el 45,2 %. ¿Resultado? El público infantil ve sobre todo programas que no están pensados para él. En este contexto, no es sorprendente que sus programas preferidos no sean magacines, juegos o películas creados para ellos, sino programas de telerrealidad.
Dibujos y más dibujos
Otro elemento preocupante es la poca oferta de programas infantiles. Sea cual sea la cadena, se da prioridad a la ficción, es decir, a los dibujos animados y a las series. Así, en las cadenas generalistas, los magacines, juegos y documentales se cuentan casi con los dedos de una mano… Misma pobreza de oferta encontramos en las cadenas temáticas, que emiten casi en bucle dibujos animados. Algunas al principio intentaron ofrecer programas más diversificados, pero tuvieron que rebajar sus ambiciones bajo la presión de sus accionistas. ¡La audiencia manda! Sólo una cadena, Televisión de Cataluña (TVC), ha apostado por crear el primer canal abierto dedicado por entero a los niños y los jóvenes: el K3. Así pues, en cuestión de magacines y de juegos, los niños están a dos velas.
Finalmente, la publicidad dirigida a los niños es omnipresente y acompaña de manera abundante a todos los programas.
Lo esencial
En pocos años, la televisión ha cambiado de cara. Con la privatización de algunas cadenas, la llegada del cable y del satélite, además de la televisión digital terrestre, hemos visto multiplicarse el número de cadenas y la oferta de programas, que crece y se vuelve cada vez más compleja.
Los niños ven principalmente programas que no están destinados para ellos (telerrealidad, series, noticias), porque suelen ver la televisión al final del día. Durante la semana, el único momento en que pueden ver programas pensados para ellos es por la mañana temprano, antes de ir a la escuela.
Los programas infantiles son culturalmente muy pobres. Aparte de los dibujos animados, no hay gran cosa. La televisión es considerada esencialmente una fuente de distracción.
Capítulo 2
Una pantalla mágica
El niño es un ser en proceso de crecimiento. Absorbe todo lo que ve y oye. Las imágenes le fascinan y no tiene suficiente madurez psicológica para distanciarse de ellas; de ahí la potencia de su impacto.
¿Quién no se ha dejado algún día atrapar por la televisión? La encendemos sólo para verla cinco minutos y nos dejamos atrapar por una película o un programa sin interés. Dos horas después, apagamos el televisor, furiosos por habernos dejado engañar de nuevo. Incluso los más reacios caen en la trampa…
La televisión fascina
La televisión fascina, hipnotiza a los adultos y aún más a los niños. La imagen se mueve, es de colores y muy viva. Muestra acción. La música y el sonido, aliados de la imagen, refuerzan su intensidad: los golpes de platillos, de tambor, despiertan en el espectador sensaciones de miedo, o de sorpresa; la melodía de un violín evoca ternura o alegría… La televisión nos lleva a un universo a veces distendido, otras veces temible… Su fuerza consiste en crear en el espectador una ilusión de vida y de presencia.
Esta ilusión es aún mayor cuando basta con tocar un botón para que la magia se ponga en marcha. El niño está en su casa, tranquilamente sentado en el suelo o en el sofá y, de repente, con un golpe de varita mágica, surge todo un universo poblado de héroes que viven mil y una historias palpitantes. A diferencia de otros tipos de espectáculos, la televisión no incluye ningún elemento que pueda ayudar al niño a poner distancia entre lo que ve en la pantalla y su vida real. En el cine, por ejemplo, el niño sale de casa para ir a una sala grande que está muy oscura y va acompañado. Al terminar la película, se encienden las luces, marcando así el retorno a la realidad. Lo mismo pasa con los otros espectáculos (marionetas, circo, teatro) donde las condiciones de entrada y de salida del imaginario son preparadas y enmarcadas por un dispositivo socializado. En la televisión, no hay nada de eso. No hay ninguna sala de espectáculos: se ve en la intimidad del salón o de la habitación. No hay ningún ritual específico para marcar el inicio y el final: como un grifo abierto, va soltando un flujo continuo de imágenes en las que el niño se orienta más o menos cambiando de cadena con el mando a distancia. El lenguaje de los profesionales, en este sentido, es bastante elocuente: se habla de canales, de tubos…
Si el adulto se descuida, el niño puede permanecer pegado durante horas frente al televisor, hipnotizado por las imágenes. Este poder puede ser nefasto, porque el niño está en pleno crecimiento. Aún no ha adquirido la madurez psicológica para descodificar lo que ve y lo que oye. Las imágenes televisivas tienen sobre él un impacto muy fuerte. Sólo al crecer es capaz de comprender y de dominar las emociones que este espectáculo despierta en él.
Un impacto diferente según la edad del niño
♦ El bebé no entiende, sólo siente
¿Quién no ha visto a bebés dejados delante del televisor encendido sin ninguna precaución? Con el pretexto de que no entiende lo que ve, se le deja plantado allí pensando que la televisión no le afecta. Sin embargo, esto es un error, porque el bebé no entiende pero siente.
• El bebé de menos de 8 meses no diferencia entre él y el mundo. Flotando en una especie de nebulosa indiferenciada, vive como una parte del cuerpo de su madre. Está orientado hacia ella por su voz, su olor y después su cara. Todavía no tiene conciencia de su individualidad propia. En presencia de un televisor encendido percibe algo intrusivo, una especie de interferencia, que no puede identificar. Todavía muy centrado en sus necesidades alimentarias, el bebé tiene una capacidad de atención limitada que lo protege relativamente. Desde los primeros meses, sin embargo, es sensible a las imágenes parpadeantes y luminosas de la pequeña pantalla y a la melodía de los sonidos que lo rodean, y reacciona ante ciertas músicas.
• Hacia el año de edad, empieza a imitar a las personas de su entorno: reproduce los gestos, la mímica, los sonidos de la voz, las expresiones… Un poco más tarde, repite palabras que empieza a asimilar. La imitación es fundamental porque le permite memorizar lo que ve y escucha, hacerse suyo el entorno, encontrar en él sus referencias y construirse a sí mismo.
Algunos experimentos han demostrado que los niños de 14