Curarse con los cítricos. Equipo de Ciencias Medicas DVE
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El fósforo parece administrado de forma suficiente en toda dieta normal, por lo que puede considerarse innecesaria toda aportación adicional. Mucho se habló en épocas pasadas de los peligros de la fosfaturia, o pérdida de fosfatos por la orina. Estudios recientes han permitido establecer que su aparición observable sólo se debe a un cambio primitivo en la alcalinidad urinaria, que hace precipitar rápidamente los fosfatos eliminados de forma fisiológica y normal.
Una errónea educación sexual causó estragos en muchas mentes juveniles que atribuían estas pérdidas – que en realidad no son tales– a la inevitable masturbación de los adolescentes, originando auténticas neurastenias ante el temor de verse atacado por el «reblandecimiento de la médula espinal», la impotencia, y llevando tras el telón de fondo la imagen de la muerte.
En resumen, una dieta equilibrada, una alimentación normal, no precisa más que en casos muy concretos y determinados – el hierro en algunos embarazos, el calcio en caso de desaprovechamiento anormal– la adición de sustancias minerales, así como tampoco requiere un suplemento vitamínico. Estos elementos son aportados, con esplendidez, por los productos naturales que habitualmente empleamos en la alimentación.
Prefiramos tomar unos y otros directamente de las plantas y de los animales: la naturaleza es pródiga en ellos y su generosidad basta para nuestras necesidades. No caigamos en el error, tan frecuente, que hace que el remedio sea peor que la enfermedad.
Nuestro organismo contiene cantidades de agua que, a primera vista, nos parecen exorbitantes, ya que vienen a representar dos tercios de su peso total. Es decir: en un adulto de 70 kg de peso, aproximadamente 46 kg corresponden al agua. Pese a ello, es la sustancia de la que disponemos en menor cantidad como material de reserva. La mayor parte se encuentra integrada, constituyendo los tejidos, y tan íntimamente ligada a otros materiales que da lugar a la llamada agua de constitución, de la que nuestro metabolismo no puede disponer. En cuanto se agotan las escasísimas reservas que poseemos, se producen trastornos muchísimo más graves – y más rápidos– que los que puede provocar el hambre y la desnutrición.
Hemos de procurar ingresar en nuestro organismo aproximadamente dos litros de agua diarios. Naturalmente no es imprescindible que esta cantidad se ingiera en la bebida, dado que los alimentos, especialmente los vegetales, suelen contenerla en elevada proporción.
Su necesidad nos la indica el más puntual y correcto de los avisadores: la sensación de sed. Cierto es que este proceso no puede manifestarlo un enfermo en estado de coma; pero existen otros indicios claros de deshidratación: la sequedad de la boca, el aspecto de la lengua, la escasa turgencia de la piel, las secreciones salivales y sudorales y, especialmente en la infancia, el hundimiento de la prominencia del pubis; todos ellos son indicios preciosos y de valor extraordinario dada la peligrosidad del proceso, muchas veces letal. Vigilemos cuidadosamente que un enfermo no sufra jamás sed. El criterio de los especialistas es que en este caso es siempre preferible un exceso a un defecto.
Un enfermo con fiebre raramente rechaza un líquido; y en estos casos se hallan muy indicadas las preparaciones de los cítricos de las que nos ocuparemos a continuación y que tienen, en gran número de casos, otros efectos terapéuticos no menos beneficiosos que la simple hidratación.
Los defensores de la hidroterapia – que son muy numerosos y cuyos métodos curativos responden a la indiscutiblemente acertada condición de primum non nocere– aseguran que un vaso de agua bebido en ayunas tiene un destacado poder para la eliminación de toxinas, aumentando la secreción urinaria y sudoral. Y lo consideran un magnífico – y económico– conservador de la juventud y la belleza.
Ya nos hemos referido a la bromatología como ciencia, a la que algunos consideran como el «arte de preparar los alimentos». En realidad, no es tan fácil separarla de ese otro arte que es la gastronomía ya que, en el fondo, ambas tienden a satisfacer el paladar y el estómago.
Hay que aclarar, no obstante, que la bromatología se ocupa de la forma en que han de prepararse los alimentos para mantener al máximo nivel sus principios nutritivos y aclarar algunos temas de los que no se ocupa la gastronomía, su hermana más frívola, que sólo tiende a procurar en cada plato la máxima exquisitez y placer de los sentidos. A pesar de todo, no dejan de estar emparentadas y tener muchos puntos en común, puesto que una de las facetas de la bromatología es la capacidad de despertar el apetito, sin el cual no existe ni una buena digestión ni una buena asimilación.
Esta función destinada a abrir el apetito – cuya inexistencia constituye un verdadero problema para el enfermo y los que lo rodean–, en muchas ocasiones se halla más favorecida por motivos psíquicos que orgánicos.
Todo el que haya estado ingresado en un centro hospitalario sabe que, indefectiblemente, se produce una pérdida de apetito. Puede deberse a la monotonía de los menús, a la calidad del alimento, a la diferencia del horario habitual, al ambiente por lo general deprimente o a cualquier otra causa, pero lo cierto es que son pocos los enfermos que sienten apetencia hacia la comida que les ofrecen en el centro.
Lo más probable es que, en cuanto le den el alta y vuelva a su casa, y se reintegre a su mundo acostumbrado, su apetito se abra como por ensalmo y desaparezca la inapetencia del tiempo de hospitalización. La convalecencia se apresura, y el buen gusto y la digestibilidad – factores puramente subjetivos en la mayoría de los casos– coadyuvan a la rápida recuperación.
No es un aspecto secundario de la terapia y es preciso prestarle la máxima atención.
Un detalle que deberemos tener en cuenta cuando se trate de un enfermo o un convaleciente es que los dietólogos no están en absoluto de acuerdo con nuestra forma nacional de comer. Especialmente en casos de alteración de la salud, no resultan convenientes las tres comidas, de desigual importancia, que solemos hacer: un ligero desayuno al levantarnos, una comida importante al mediodía y una cena, más o menos copiosa, de acuerdo con los hábitos familiares, aunque en este último aspecto también ha ejercido una marcada influencia la televisión, ya que son muchos los que prefieren un bocadillo masticado ante su pantalla con tal de no perderse el programa favorito.
Se aconseja que el enfermo coma con más frecuencia y en menor cantidad: cinco comidas repartidas a lo largo del día, que no carguen de excesivo trabajo al estómago y en ninguna de las cuales se administrará más de un tercio de sus necesidades nutritivas totales.
Es importante aclarar un error bastante frecuente: la sensación de saciedad, de plenitud del estómago, no está relacionada con el contenido en calorías de un alimento, o sea con su valor nutritivo. Esta sensación de saciedad – llamada por los especialistas valor de saturación– depende del tiempo de permanencia en el estómago y la cantidad de jugo gástrico que ha producido su ingestión. El mayor poder de saturación corresponde a la manteca y los alimentos preparados con ella; menor es el del jamón, la carne, los huevos y los vegetales.
El éxito de una dieta consiste en suministrar al enfermo la cantidad de calorías precisas para cubrir sus necesidades, preparando ante todo comidas que le resulten atractivas; porque también dentro de la más estricta y rigurosa dietética puede lograrse una cuidada y deliciosa alimentación.
Cítricos y salud
Los cítricos
Se diría que hasta ahora hemos estado ocupados en temas tan amplios y de tanta trascendencia, como son la alimentación sana y equilibrada y las enfermedades, que hemos olvidado el tema principal de este libro, que es el estudio de los cítricos y de sus propiedades alimenticias y terapéuticas.
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