Entre en… los poderes de la parapsicología. Laura Tuan
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• El cerebro medio o mesencéfalo se halla sobre la protuberancia anular.
• El cerebro posterior o romboencéfalo es aquella zona de la masa cerebral que se conecta por su parte inferior con la médula espinal, y está dividida en tres zonas: cerebelo, bulbo raquídeo y puente de Varolio. Esta parte del encéfalo es la más antigua: se cree que constituye la herencia ancestral animal y, por lo tanto, reviste una gran importancia en cuanto a las capacidades extrasensoriales.
A medida que se asciende en la escala biológica, los hemisferios cerebrales asumen una importancia cada vez mayor en relación con la evolución de las funciones de la inteligencia. La corteza cerebral que recubre los hemisferios es la sede de todos los actos psíquicos superiores y puede ser considerada, sin lugar a dudas, como el órgano de la ideación. Cuando una sensación alcanza la conciencia, o bien los centros corticales de la atención, es posible advertir su calidad e intensidad, que se hace consciente y se transforma en percepción.
Las percepciones dejan huellas duraderas tras producirse, es decir, imprimen en los centros correspondientes unas imágenes cada vez más profundas al repetirse. Tales imágenes, evocadas por la voluntad, dan origen al recuerdo.
La corteza está compuesta de zonas que tienen un valor fisiológico diverso. Sin embargo, funciona como un todo: para ello, recoge y unifica las diversas impresiones, y las codifica a continuación en ideas y recuerdos. También los dos hemisferios cerebrales se caracterizan por una actividad diferente: el izquierdo está destinado al uso del pensamiento lógico-matemático, mientras que el derecho lo está al del pensamiento de tipo espacial, intuitivo-artístico. Las mujeres, los niños, los artistas y los sensitivos suelen utilizar más a menudo la parte derecha del cerebro, al contrario de lo que sucede con los varones adultos, más lógicos y racionales, que tienden a emplear más el derecho.
La actividad mental revelada mediante un electroencefalógrafo consiste en emisiones, más o menos regulares, de ondas eléctricas; se trata de los llamados ritmos cerebrales: ondas beta, con una frecuencia superior a los 14 ciclos por segundo; ondas alfa (entre los 8 y los 14 ciclos); ondas delta (menos de 4 ciclos). Cada estado particular de conciencia, caracterizado por un tipo diferente de actividad cerebral, está ligado a una de estas cuatro variedades de emisión:
– beta, para la vigilia;
– alfa, para aquellos momentos especiales entre la vigilia y el sueño o para los estados de conciencia alterada, interiorizada;
– theta, para situaciones emotivas especiales o durante el sueño profundo;
– delta, en caso de coma o al borde de la muerte.
Alfa y theta son, por tanto, la frecuencia de lo paranormal, que tanto el ocultista como el científico, el iniciado o el escéptico, emiten de manera indistinta en determinados momentos, como simples representantes de la especie humana. Son estos los preciosos instantes en los cuales algo en nosotros tiende hacia el infinito y bebe en él; se abren unos sutiles canales incorpóreos, aunque sólo sea por un instante, que nos ponen en comunicación con una dimensión desconocida, donde las leyes del tiempo, el espacio y la materia se anulan. La transmisión del pensamiento entre seres especialmente lejanos, la percepción de hechos del futuro, el diálogo con personas que ya han abandonado el cuerpo material e, incluso, con entidades superfísicas, la canalización de fuerzas cósmicas con fines operativos, todo ello se hace posible y racionalmente aceptable.
Todos los niños, hasta la edad de siete años – definida como la edad de la razón porque coincide con la instauración del pensamiento lógico–, emiten con gran facilidad ondas alfa. Son pequeños e inconscientes sensitivos guiados por el instinto y de una pureza que los hace libres de cualquier esquema. Hay momentos en los cuales el niño, señalando algo impreciso, interrumpe un juego y comienza a contar o quizás a recordar, y nosotros decimos entonces que sueña; otras veces, al farfullar una frase ingenua y estremecedora, se transforma en un sorprendente adivino de labios manchados de mermelada y capaz de las predicciones más crueles e infalibles. Pero luego, inevitablemente, crece y aprende a no pronunciar más aquellas frases insensatas que perturbaban a los padres, aprende la tabla de multiplicar y no se ensucia más con la mermelada. Afirmar que todos los humanos están dotados de canales ocultos es lo mismo que decir que todos estamos provistos de arterias y venas. La posibilidad de entrar en un estado de conciencia interiorizada (en otras palabras, de emitir ondas alfa, presentes en cada uno de nosotros) no se nos ofrece a todos a voluntad, ni en la misma medida.
Todos somos sensitivos
Las facultades paranormales están presentes en todos, aunque en estado latente. La estadística, único medio actualmente a disposición de la ciencia oficial para el estudio de lo paranormal, puede brindarnos sólo informaciones aproximadas sobre la frecuencia y la modalidad de actuación de los fenómenos, la franja de edad y el sexo de los individuos en que tales sucesos se manifiestan comúnmente.
Ante todo es necesario tener presente que, si bien muchos poseen tales dotes, pocos lo reconocen. El miedo al ridículo, la incredulidad racional, el dogmatismo y el antiguo prejuicio que vincula lo paranormal a la brujería, conducen a silenciar ciertos hechos, a olvidarlos o a considerarlos simplemente un fruto de la casualidad.
Luego, si es cierto que todos poseemos potencialmente poderes psi, no lo es menos que no todos los hemos desarrollado en la misma medida. En algunos individuos muy sensibles, están en constante actividad, hasta el punto de poder ser dominados y usados a voluntad. En otros, la sensibilidad no dura toda la vida y se presenta sólo esporádicamente, sin posibilidad de control por parte del interesado, que siente ante ella, por ende, temor y angustia.
En otra época, las facultades paranormales eran consideradas un síntoma de situaciones psicopatológicas; se creía que los individuos más dotados para lo paranormal eran aquellos más inestables, particularmente nerviosos y emotivos. Pero investigaciones posteriores han derribado ciertos prejuicios, y han demostrado que incluso las personas más firmes y equilibradas poseen poderes paranormales en la misma medida que los demás. Naturalmente, estos se agudizan por el placer de llamar la atención y de dar el espectáculo; pero no se puede en absoluto juzgar como patológica una mínima mancha de ambición en el carácter. A la luz de lo dicho anteriormente, se puede afirmar que la sensitividad no es algo peculiar de una clase de individuos, sino que se presenta en cada uno con modalidades diversas según la personalidad, los factores de predisposición hereditaria y la situación astral del nacimiento, la cual resume y explica todas las características del sujeto.
Las investigaciones de laboratorio han delineado la figura óptima del sensitivo como un individuo abierto y extravertido, fantasioso y dúctil; un sujeto capaz de relajarse, de imaginar, de recordar los propios sueños y de sentir; en suma, una persona que usa el hemisferio cerebral derecho. Una emotividad constitucional, un agudo sentido de la aventura y una profunda atracción por lo desconocido parecerían ser los ingredientes indispensables de su personalidad.
¿Está usted predestinado a lo paranormal o por lo menos cree, o espera estarlo? Hágase, o si no se siente capaz de ello, encárguelo a un astrólogo, su tema natal.
La astrología atribuye la sensitividad a los signos de agua (Cáncer, Escorpio, Piscis), los cuales predisponen a la sensibilidad, a la emotividad, al sueño y a la curiosidad intelectual. Los signos de aire (Géminis, Libra, Acuario) incitan el sentido de exploración y búsqueda de los misterios del universo. Los signos de tierra (Tauro, Virgo, Capricornio) están dotados de un espíritu metodológico racional y tenaz